En El Corredor Del Infierno

PROLOGO

El reloj no tenía manecillas, pero Daniel sabía que quedaba poco.
Sentado en el catre, con las muñecas descansando sobre las rodillas y la mirada fija en la pared desconchada, el asesino número 4630 del corredor de la muerte no sentía miedo. Tampoco paz. Solo un silencio viscoso y denso, como si la realidad estuviera conteniendo la respiración.

La celda era pequeña, pero el aire estaba lleno.
Había algo en ese aire. Algo que no venía del mundo.

Ni siquiera rezaba. Había aprendido hace tiempo que los rezos no hacen ruido cuando el alma está sellada. Solo pensaba. Recordaba. No a sus víctimas. No a los juicios. Pensaba en la oscuridad que había sentido toda su vida. Una sombra que lo acompañaba como un amigo invisible.

Esa sombra ahora estaba sentada con él, justo al otro lado del catre.
No decía nada.
Tampoco hacía falta.

Un golpe seco retumbó en la puerta metálica.
—Cruz. Prepárate. —La voz del guardia sonó como una sentencia vieja.

Daniel no se movió. Solo alzó la mirada.
Y por un instante, en el reflejo del acero de la puerta, juraría que no era su rostro lo que veía… pero…

Empecemos por el principio…




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