India caminaba por la calle cuando se detuvo al ver a Ananda, dándose cuenta en pocos segundos de que Ananda parecía estar en cinta. Entonces fue a casa de inmediato.
India no perdió tiempo y le contó a su mamá lo que sospechaba. Después salió a tomar un camión que la llevaría a casa de Antonina para contarle todo.
Unos minutos más tarde, India tocó la puerta varias veces pero nadie atendió. Echó un vistazo por las ventanas, pero las cortinas cerradas le impedían ver el interior de la casa. Se quedó esperando un poco más, y ante el silencio pensó que no había nadie y se fue con la decepción de no poder contarle la novedad.
No obstante, antes de tomar el camión de regreso, pidió una servilleta en una tienda y un lápiz. En la servilleta escribió "tenemos que hablar, tengo algo que decirte". Luego volvió a la casa y deslizó la servilleta, donde no escribió su nombre, pensando que Antonina identificaría su letra.
India tomó el camión y regresó a casa.
Por otro lado, Antonina recorría la calle donde vivía Ananda, esperando poder toparse con ella. Había llegado caminando, fingiendo ir a comprar estambre en la mercería frente a su objetivo. Antonina le mintió con naturalidad a la anciana de la mercería, y logró hacerla pensar que estaba interesada en su vida. Sin embargo, mientras la anciana hablaba, Antonina no quitaba la vista de la calle, analizando a cada individuo que transitaba por ahí.
Rosario llegó buscando a su hija y la hizo poner atención a las palabras habladas. Antonina le pagó el estambre a la anciana y salió junto a su mamá sin quitarle la vista de casa de Ananda.
—¿A quién buscas? —Preguntó Rosario al ver la mirada fija de Antonina.
—A nadie. Solo estaba viendo. —Mintió Antonina.
Después de hacer un par de compras, Rosario y Antonina volvieron a casa. Rosario entró primero, y al advertir la servilleta en el suelo la tomó sin notar que tenía algo escrito, la empuñó en su mano y la arrojó al cesto de basura en la cocina.
Antonina había pasado la noche anterior pensando en pedirle ayuda a India para encontrar algo con lo cual alejar a Ananda de la vida de Cipriano, pero supuso que no era prudente confesar que quería ensuciar aún más la reputación de Ananda debido a la atracción que sentía por Cipriano.
Y al siguiente día volvió a visitar la mercería, sin poder encontrarse con Ananda.
***
Después de dos días frustrados en los que Antonina cayó en cuenta que acechar a Ananda no la llevaría a ninguna parte, abandonó esa idea y siguió viviendo tratando de ignorar incluso la existencia de Cipriano.
En ese tiempo, Joaquín atravesaba altos niveles de estrés laboral, hasta que una tarde se desmayó y fue llevado al hospital.
Antonina recibió la llamada que informaba el incidente de su padre. Ella y Rosario salieron disparadas a ver a Joaquín.
Rosario entró a ver a Joaquín y no permitió que Antonina pasara a verlo.
Después de unos momentos que parecieron un suspenso eterno, Rosario salió y se llevó a Antonina de la mano. Antonina preguntó qué había provocado el desmayo de su padre.
—Ahora verás. —Respondió Rosario con cólera en la voz.
Ambas llegaron a casa, donde Rosario tomó la agenda y la hojeó con rapidez. Ubicó una dirección y la anotó en un papel, después le dijo a Antonina que le siguiera la corriente y salieron de nuevo.
Antonina guardó silencio mientras caminaba con apuro. Y en unas ráfagas de tiempo estuvieron frente a una casa con una puerta de tablas de madera vieja unidas con clavos a medio oxidar. Rosario revisó el papel y con satisfacción regresó a casa sin decir ni hacer nada que explicara un motivo para haber ido allá. Antonina la siguió con una confusión que le enchinó la piel por alguna razón que no logró desglosar.
Al llegar a casa, el teléfono sonó e irrumpió los pensamientos de Antonina. Rosario contestó la llamada y su expresión indicó que Joaquín estaba saliendo del hospital. Entonces le ordenó a Antonina que se quedara en casa mientras ella acudía por él.
Antonina obedeció sin chistar y comenzó a limpiar la casa. Después de ordenar las habitaciones, fue a la cocina a preparar sopa para su padre. Encendió la estufa y colocó la olla a fuego alto. Al bajar la mirada notó un desastre de basura alrededor del cesto y se puso en cuclillas para separarla.
Antonina leyó el mensaje de India en la servilleta, pero debido a los pliegues que le hizo Rosario no pudo reconocer la letra. Suponiendo que la nota era para su madre, la dobló y la guardó en el bolso de su vestido.
Para la hora en que llegó Joaquín, caminando como si nada hubiera pasado, la sopa estaba ya preparada y Antonina la sirvió en cuanto lo vio sentarse en el sofá.
Antonina apreció un extraño comportamiento en Rosario; no hablaba ni volteaba a ver a Joaquín, tampoco le dijo a ella lo que había provocado el desmayo de su padre. Antonina creyó que quizá no era asunto suyo si sus padres tenían problemas maritales.
Joaquín terminó la sopa y se dedicó a ver televisión por unos minutos. Al cabo de un rato se quedó dormido y Antonina fue a la habitación a traer una manta para cubrirlo.
Rosario se levantó del sofá y con una seña con el dedo índice le indicó a Antonina que la siguiera. Rosario tomó las llaves de la casa y salió. Antonina fue detrás de ella. Rosario cerró con llave y sin emitir un sonido empezó a caminar por el mismo sendero que habían transitado unas horas antes. Sin embargo, las calles parecían diferentes. No había nadie a la vista, y el frío de la noche le añadía un suspenso suntuoso. Antonina presintió que algo malo estaba por suceder, y sin tener ninguna certeza, se forzó a pensar en sus recuerdos de la infancia para distraerse de aquel escenario. Rosario caminaba sin prisa, y parecía que poseía una expresión de felicidad absoluta.
Al llegar a la casa que habían localizado aquella tarde, Antonina sintió un escalofrío recorrer su espina dorsal. Quiso preguntar qué hacían allí, pero no consiguió hablar.