Antonina volvió a la plaza al día siguiente, esta vez sin impedimentos para encontrar un mensajero. Hizo un breve recorrido de las mensajerías más cercanas, pero los requisitos para entregar una carta eran demasiados, y ella quería consolidar la carta de la misma forma en que Cipriano había entregado la suya; con misterio, invitando a imaginarse que se trataba de un asunto de suma importancia. De modo que se convenció de que ella misma tenía que entregar aquel sobre y asegurarse de que Cipriano lo recibiera.
Antonina volvió a casa, se cambió de ropa y llamó por teléfono a Rosario, pero su llamada no fue atendida, de modo que marchó luego de ponerse un abrigo café sobre su vestido.
Antonina se cruzó con los mismos viejos amigos del día anterior al atravesar el mismo recorrido, pero no se detuvo a conversar con ninguno debido a la prisa.
Al llegar a la plaza, subió al camión y tomó asiento en los últimos lugares, los cuales carecían de personas.
Sostuvo la carta con ambas manos, preguntándose si debería esperar unos días más para responderle a Cipriano, pero ya estaba en camino, así que no había vuelta atrás. Los nervios comenzaron a surgir, quizá porque se sentía sola y ya no estaba India para acompañarla y darle seguridad.
Aunque ya no tenía la misma certeza, siguió con la decisión de no desertar ante aquella oportunidad.
Cuando el camión la llevó a su destino, Antonina bajó del vehículo sintiendo náuseas. El solo hecho de imaginar toparse con Cipriano le heló la sangre; no estaba lista para encararlo y darle la carta a él en persona. La astucia con la que había escrito la carta no la acompañaba en su personalidad cotidiana.
Antonina transitó el camino hacia la casa de Justa y Calixto a paso lento. Llegó entre una pequeña multitud de personas, donde vio a un niño que vendía dulces en una canasta de mano.
Antonina se acercó al niño, y le dio una moneda a cambio de que él entregara la carta en la casa cuya puerta era la única que se encontraba abierta.
El niño se encomendó hacia la casa, mientras Antonina lo vigilaba desde la distancia para que nadie pudiera verla.
El niño no tocó la puerta, pues Antonina le indicó que debía dejar la carta en el suelo y marcharse.
Cuando el niño se fue, Antonina esperó hasta ver que el mismo Cipriano tomaba el sobre del suelo y esbozaba una sonrisa de satisfacción cuando leyó su nombre escrito en el papel. Cipriano abrió el sobre, pero antes de comenzar a leer se esfumó en el interior de la casa para ir a su habitación.
Antonina se sonrojó, y su corazón comenzó a latir con fuerza. Entonces resolvió caminar frente a la casa para echar un vistazo rápido. Pero al no conseguir ver a nadie, siguió su camino para regresar a casa a esperar la próxima carta de Cipriano.
***
India se encontraba en zozobra al no saber si Antonina había entregado ya su carta, hasta que la misma Antonina llegó a su casa con una expresión de angustia.
India se sobresaltó al verla, pues anteriormente no le había advertido de su visita. India la hizo pasar, y fue a servirle una taza de té mientras ordenaba sus plabaras.
Antonina tomó asiento en la sala mientras India volvía de la cocina.
India dejó la taza en la mesita frente al sofá y se sentó junto a Antonina.
—¿Qué te pasa?
Antonina se levantó y dio un par de vueltas en círculos.
—No me ha respondido. —Dijo con evidente agobia, frotando sus manos contra la tela de su vestido.
—¿Quién? —Preguntó India confundida.
—Cipriano.
India se talló los ojos al entender.
—¿Entonces sí le entregaste la carta?
—Yo misma vi cuando abrió el sobre.
India se levantó de pronto.
—¿Tú le entregaste la carta? —Exclamó India.
—¡No! Pero mandé a alguien para que la dejara en el piso. Luego vi cuando él abrió el sobre. —Aclaró Antonina cuando volvió a tomar asiento. —¿Porqué no me ha respondido? Ya han pasado tres semanas.
Antonina se despeinó el cabello desesperadamente.
India supo que lo que temía resultó cierto: Cipriano se dio cuenta que tenía a Antonina en la palma de su mano, y ya que había conseguido su atención, decidió dejarla en discordia con sus propias emociones.
Antonina hizo un gesto de revelación.
—¿O crees que sí me haya respondido, pero mi madre haya tomado la carta cuando yo no estaba? ¿Crees que se haya molestado y por eso no me dio la carta? —Comentó con ilusión reciente.
India pensó que aquello no tenía lógica, aunque tras llevar años de conocer a Rosario, Antonina podría tener razón, pero decidió aferrarse a la idea de que Cipriano simplemente no había enviado ninguna respuesta. Con delicadeza, intentó explicárselo a Antonina, pero tras la primera insinuación, Antonina se mostró renuente a creerlo.
Entre suposiciones vagas, Antonina defendió a Cipriano y quiso convencer a India de que quizá alguien había tomado la carta en su lugar.
India se rascó la cabeza al ver que Antonina no quería escuchar una exposición más razonable. Antonina vio aquel gesto como una burla, y se levantó del sofá para ir directo a la puerta.
India intentó detenerla, pero Antonina salió de la casa dando un portazo.
India no tuvo la necesidad de ir tras ella, pues sabía que cuando Antonina se diera cuenta de que Cipriano en realidad estaba jugando con ella, entendería lo que su amiga quería hacerle comprender.
Antonina, por su parte, volvió a casa hecha un vuelco de furia, renuente a dudar de Cipriano.
Cuando estuvo a solas en casa, examinó su habitación. De nuevo tomó una hoja de papel y la llevó al comedor para escribirle otra carta a Cipriano. No sin antes tomarse unos minutos para aclarar lo que quería decir.
Querido Cipriano
Desde que te envié mi carta, he pensado en lo mucho que quiero volver a verte. La falta de tu respuesta me ha dejado en suspenso. Quisiera que respondieras a esta carta y poder conversar desde la distancia de nuestros hogares. El tiempo sería más ameno si sé que de vez en cuando te tomas la atención de un momento del día para pensar en mi. Porque cada vez que vuelves a mi memoria encuentro un nuevo motivo para tenerte en el corazón por siempre.