En el interior del volcán

10. El estanque

Era una mañana nublada y fría cuando Antonina salió de su habitación, y como en los últimos días, sus padres no estaban en casa.

Antonina preparó un desayuno sencillo y lo ingirió mientras leía la carta de Cipriano.

Después de lo sucedido la noche anterior, era más que seguro que Ananda renunciaría a Cipriano, y eso significaba una nueva oportunidad para conquistarlo. Pero sabía que tenía que cambiar su actitud, pues el día que lo vio estando en compañía de India y Dagoberto, se dio cuenta que él buscaba su atención. Antonina pudo comprobar que Cipriano seguía sintiendo algo por ella, y era el momento de aprovecharse de ello. No sin antes obsequiarle un poco de indiferencia y desdeñarlo para incrementar la tensión.

Antonina dobló la carta y terminó su desayuno. Lavó su plato y bebió una taza de café. Fue a la habitación y guardó la carta bajo la cama. Del ropero sacó ropa limpia y cálida, la puso sobre la cama y fue a darse una ducha.

Mientras estaba bajo el agua, el teléfono sonó varias veces sin que ella pudiera escucharlo.

Salió del baño y fue a la habitación, cuando el teléfono volvió a sonar.

Antonina fue a atender la llamada estando en bata de baño.

—¿Hola? —Preguntó.

—¿Porqué no contestas? —Inquirió la voz agitada de Joaquín.

Antonina de inmediato se sobresaltó y guardó silencio para que Joaquín hablara.

Tan pronto como escuchó a su padre, Antonina salió disparada a su habitación para vestirse e ir con él.

Antonina pensó en llamar a India y avisarle lo sucedido, pero no había tiempo para perder.

Varias personas la saludaron cuando la vieron caminando, pero ella no prestó atención más que a sus pasos sobre el pavimento.

Joaquín la esperaba fuera de la Iglesia, y en cuanto la vio cruzando la calle la tomó por el brazo y en un silencio dramatizado la llevó hasta una oficina.

Antonina sintió la tensión del ambiente, y al ver tantas personas caminando de un lado a otro, con teléfonos sonando y la abrumadora forma de hablar la obligaron a salir y esperar a su padre afuera.

Unos minutos después, Joaquín salió junto con un hombre de vestimenta elegante y los tres subieron a un auto. Antonina trataba de escuchar la conversación entre ellos, pero no pudo distinguir ninguna palabra.

Joaquín volteó a ver a Antonina y asintió sin decir más.

Antonina entonces notó que Rosario no estaba con ellos, y se preocupó todavía más. Era extraña la forma en que actuaban, como si quisieran esconder algo, pero si no quisieran que Antonina se enterara, no tendrían porqué haberla llamado.

Antonina imaginó que quizá algún accidente había acontecido, pero no se notaba la intención de ir al hospital.

Mirando con desespero hacia las imágenes a través de la ventana, Antonina se dio cuenta que el auto comenzaba a detenerse.

Joaquín y el otro hombre bajaron con rapidez, entonces Antonina lo hizo también.

Joaquín se dirigió a Antonina.

—Escúchame. —Le dijo mientras le sostenía las manos. —No te alteres demasiado. Tu mamá está detenida.

Antonina pudo sentir cómo sus rodillas se doblegaron.

—Veremos qué se puede hacer hoy. —Dijo mientras le soltaba las manos.

Antonina no lo dejó partir.

—¿Porqué? ¿Qué pasó? —Preguntó desesperadamente.

Joaquín la miró con compasión.

—Creo que lo sabes. Estabas con ella. —Dijo antes de pedirle que esperara mientras se alejaba junto con el otro hombre.

Antonina se recargó en el auto, y al sentir que no podía seguir respirando, se sentó en la banqueta y recostó la espalda sobre la pared. Se tocó la cara con ambas manos y comenzó a pensar intentando descifrar las palabras de Joaquín.

Entonces levantó la mirada y evocó a la mujer quemándose. Antonina se dio cuenta que pudo prevenir a su madre sobre lo que escucharon en la casa de aquella mujer cuando ella e India estuvieron afuera, y quizá se pudo haber hecho algo al respecto. La culpa no la dejó sentir tranquila, y comenzó a llorar de coraje y resentimiento.

Rosario corría peligro estando en la prisión, y el no saber cuántos años podría pasar ahí le hizo imaginar que la vida sin su madre en libertad podría llegar a su fin muy pronto.

Pero Antonina sacó fuerzas de su interior, y decidió no adelantar sus conjeturas hasta que su padre le hubiera explicado toda la situación.

El tiempo transcurrió con lentitud, y Antonina tuvo que gastar demasiada energía para no caer ante sus pensamientos más acechantes.

Joaquín volvió y Antonina se levantó en cuanto lo vio. Se acercó a él pero él comenzó a hablar antes que ella.

—No podemos verla por lo pronto. Pero te ha mandado esto. —Dijo mientras sacaba del bolsillo de su abrigo un papel de un tamaño similar a la carta que ella le escribió a Cipriano.

—Sube al auto. Te llevaremos a casa. Pero estaré fuera el resto del día. —Concluyó.

Antonina quiso comenzar a leer la nota, pero Joaquín le hizo una seña para que la guardara.

Luego subieron al auto que avanzó deprisa.

Estando en la plaza, Antonina sugirió que a partir de ahí podría ir a casa sola.

Joaquín titubeó, pero terminó accediendo. Antonina bajó del auto y se despidió de su padre. Cuando los dos se fueron, Antonina no perdió tiempo y leyó la carta ahí mismo.

Rosario la había escrito con apuro, y las letras no se podían leer tan fácil. Aún así, relató palabras claras y directas la razón por la que estaba detenida, y era lo que Antonina ya había deducido. La mujer quemándose, de nombre Celia, resultaba ser la antigua amante de Joaquín. Rosario había descubierto la infidelidad después de años y posteriormente fue a atacarla, y aquella noche Antonina fue testigo.

Celia había denunciado a Rosario, y también la amenazó por si Rosario intentaba ventilar que era la amante de Joaquín.

Pero Rosario no era alguien que se estuviera quieta ante el peligro, y le escribió a Antonina dándole santo y seña de lo que debía hacer para arruinar la vida de Celia.



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En el texto hay: suspenso, novela negra

Editado: 10.09.2024

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