Después de aquella terrible noche corrompida por la malicia de un espíruto intrépido y lleno de crueldad, solo Antonina y Cipriano se recuperaron y no cayeron en la voz de una conciencia intranquila.
Cipriano no estaba satisfecho después de que Galo se escapara con éxito sin que alguien pudiera saber su paradero.
Por otra parte, la relación de India y Dagoberto cambió tanto que ya ni siquiera planeaban citas a la plaza, tampoco se veían a la cara cuando se topaban por las calles. Ambos se sentían responsables y nada podía hacerlos sentir lo contrario. India tenía grabado el rostro muerto de Celia, y su cuerpo flotante en el lugar donde se suponía reinaba la paz de los niños del pueblo. El estanque fue para muchos un espacio perfecto de la inocencia, ahí había ocurrido todo tipo de infantiles experiencias, hasta que pronto lo rodearon las autoridades y los regentes de la Igleisa para contemplar el cadáver de Celia.
Quizá lo peor fue que el pueblo se reunió por curiosidad y no se marcharon hasta ver por ellos mismos la noticia que azotaba el aire de realidad.
Remy no volvió a salir de casa hasta unos días después, cuando el caso se hubo olvidado y ya nadie hablaba sobre él. Remy no tuvo ningún de tipo de pesadillas al respecto, pero cada día tenía que obligarse a interpretar las razones por las que Antonina había cometido aquel acto atroz.
Por su parte, Antonina pronto se olvidó de los hechos, pues pasaron a segundo plano cuando Joaquín le daba noticias nuevas sobre la situación evolutiva de su madre.
Antonina fue a visitar a Rosario dos días después de haber asesinado a Celia, y Rosario la recibió con una satisfacción plena. Antonina no tuvo que explicarle nada a detalle pues ya no había en todo el pueblo una sola persona que no supiera que Celia había muerto ahogada.
Antonina cargaba con cierto grado de culpa, y cuando estuvo por contarle a su madre que ella misma le había arrebatado la vida, Rosario le comentó que algún milagro debía haber provocado la muerte de aquella miserable mujer.
—¿A qué te refieres? —Inquirió Antonina con las cejas fruncidas.
Rosario le sostuvo las manos a través de los barrotes.
—Dicen que iba caminando y cayó al estanque, pero no pudo salir y murió ahogada. —Susurró.
Antonina la miró con confusión, pero no intentó persuadirla.
Sin embargo, debía descubrir cómo era que las personas creían que Celia murió bajo el agua. Rosario le besó las manos a Antonina, sin saber que aquellas manos habían asesinado a una mujer a sangre fría.
Rosario por primera vez se mostró orgullosa de su hija, quizá porque en el fondo de su ser intuía que Antonina provocó el murmurado ahogamiento. No faltaba mucho para que Joaquín lograra que Rosario quedara en libertad, por lo que podía asegurar que su vida sería más tranquila sin la amante de su esposo estando en el pueblo.
Rosario había analizado muchos puntos de su vida que no correspondían al conocimiento de su hija, pero algo la impulsó a decirle lo que no se atrevió a escribirle en la carta.
Rosario la miró a la cara, y pensó por unos segundos.
—Esa mujer y tu padre tienen un hijo. —Dijo sin más rodeos.
Antonina creyó que su madre bromeaba, pero al ver las lágrimas en sus ojos supo que decía la verdad. Antonina entonces sintió una culpa tan inmensa después de haber asesinado a Celia, pues había dejado a un niño sin su madre. Aunque al instante también la sangre comenzó a hervir por todo su cuerpo hasta hacerle despreciar a Celia, pero aún más a su padre.
Antonina no consiguió derramar lágrimas; era tan doloroso que ningún comportamiento humano podía expresarlo con entereza.
Rosario se confesó y se lamentó por la muerte de Celia, porque a pesar de su hipocresía, sabía que Antonina había acabado con ella.
Antonina no sospechó que Rosario presentía la verdad de los hechos, solo pensó en averiguar quién era su medio hermano.
La visita llegó a su fin y Antonina se despidió de Rosario casi sin ningún sentimiento hacia ella; la indiferencia se mostró y la hizo salir de la cárcel con la intención plena de investigar su nuevo objetivo.
Joaquín la esperaba cuando ella salió, estando impaciente para llevarla a casa. Antonina se enfureció al imaginar cómo habría de lucir el hijo de Joaquín y Celia, por lo que, cegada por esa sensación amarga, rechazó subirse al auto y se dispuso a regresar a casa por su cuenta. Joaquín estaba tan ávido que no insistió y se dio la vuelta enseguida.
Antonina lo miró con odio mientras él se alejaba y después emprendió camino a casa.
***
Durante el mes siguiente, Antonina no volvió a visitar a su madre. Solo se mantuvo al margen que le brindaba Joaquín. Mientras estaba en casa, pensaba en cómo aparecer por las calles en las que Celia había vivido, esperando que alguna señal del más allá le golpeara el rostro para darse cuenta de quién podría ser su medio hermano.
El estupor de la muerte de Celia había quedado atrás, pues aquel pueblo estaba tan repleto de muertes violentas y despojos de humanidad que un cadáver ya no era más que la noticia del día que pasaba de moda al poco tiempo. Entonces Antonina decidió ir a visitar a India.
Ataviada con ropas untadas, apareció para tocar la puerta.
India, que con duro trabajo de oración se había recuperado del suceso, se sorprendió al verla sin sus usuales vestidos.
India se sobresaltó, no por las ropas, sino por su actitud despreocupada, como si asesinar a alguien fuera como aplastar una fruta podrida.
Antonina no perdió tiempo y le contó que su padre era amante de Celia, y que también tenía un hijo con ella.
India entonces comenzó a armar un rompecabezas sin pies ni cabeza, intentando justificar aún más la muerte de Celia.
—¿Y porqué has venido a verme? —Preguntó temiendo la respuesta.
—No te preocupes. No quiero tu ayuda. Solo quería decírtelo. —Aclaró Antonina antes de darse la vuelta.