En el interior del volcán

13. Amigas hasta la muerte

Antonina llamó a casa de India reiteradas ocasiones, pero nunca consiguió comunicarse con ella. Quería tratar el tema de la muerte de Galo, pues ante tantos rumores y las personas creyendo que se trataba de una conspiración de los religiosos, Antonina estaba consumida por los nervios. Lo que más la acongojaba era la incertidumbre de algún pueblerino que hubiera visto cómo murió Galo en primer lugar, y cómo su cuerpo fue llevado por Cipriano, siendo ella su acompañante.

Joaquín y Rosario estaban descansando en la sala de estar, y vieron la insistencia de Antonina en seguir llamando.

—Ya déjalo. No te van a responder. —Dijo Joaquín con enfado.

—¿A quién llamas? —Preguntó Rosario al levantarse para ir a la cocina.

—A India. Me extraña que no me responda. —Respondió Antonina con angustia.

—Seguro está con Dagoberto. No te apures.

Antonina se tranquilizó un poco y fue a la cocina con su mamá.

Al verla masticar un bocado de pastel restante de la fiesta, Antonina no conseguía dejar de sentir una presión diferente en el aire, quizá lo que India había sentido días antes al estar ahí.

Antonina comenzó a sudar, y su piel palideció en demasía.

—¿Estás bien? —Preguntó Rosario al ver su semblante.

Rosario la examinó, y al ver que no la había oído, decidió decirle que fuera a buscar a India. Antonina la escuchó y fue a la habitación a cambiarse de ropa. Se atavió con unos pantalones negros acampanados y una camisa corta de un azul celeste de tirantes delgados que dejaba a la vista su ombligo. Se puso las arracadas más grandes que tenía y se rizó las pestañas. Incluso se puso un poco de brillo en los labios.

Antes de salir de la habitación, Antonina sintió un calor recorrerle la espina dorsal. Hizo un gesto de dolor y se sentó en la cama tendida.

Se sobó un poco y entonces vio su almohada. Deslizó su mano por debajo y sacó la carta de Cipriano. Quiso leerla, pero India volvió a su mente. Dejó la carta sobre la cama, a simple vista, olvidándose de ocultarla de nuevo, desconociendo que Rosario la leería al terminar el día con el corazón hecho trizas.

Entonces salió de la habitación y se despidió con cariño de sus padres. Rosario la abrazó con una fuerza que le hizo erizar la piel, quizá la había extrañado después de estar presa.

Antonina corrió a casa de India y tocó la puerta en reiteradas veces. Parecía que no había nadie. «Me olvidé de llamar a Dagoberto». Pensó mientras seguía tocando la puerta.

Unos minutos después sin obtener respuesta, Antonina oyó una voz conocida.

—¿Qué hay? —Preguntó Dagoberto.

—¿No sabes dónde está India? No me contesta y parece que no está.

Dagoberto se preocupó y sacó una copia de las llaves de la casa que India había olvidado la noche anterior tras salir de la fiesta y abrió la puerta.

Un olor a descomposición los hizo cerrar los ojos y taparse la nariz. Dagoberto entró primero, y entonces vio a su amada sobre el piso, irreconocible por las horas que su cuerpo llevaba fallecido.

Dagoberto sintió que se desmayaba, y cayó de rodillas ante el cuerpo de India. Entonces sintió el más profundo de los dolores, que aumentó incluso más cuando recordó todos los momentos que vivió con ella. El amor que sintieron ambos, los bailes sin música, las citas en la banqueta comiendo postres, cuando caminaban siempre de la mano y las incontables veces que se besaron frente a desconocidos que los miraban con envidia.

Dagoberto lloraba a raudales, renegando de lo que veía.

—¡No mi amor! ¿Porqué lo hiciste? —Gritaba una y otra vez.

Antonina quedó tan mareada por ver a India, —su única y mejor amiga desde aquel lejano día en que la conoció caminando por las vías del tren—, que perdió el control de su cuerpo y no podía más que parpadear. Lágrimas comenzaron a caer incesantemente, nublándole la vista.

Dagoberto cantaba la canción favorita de India en voz baja, esperando a que ella despertara para aceptar un baile más con él. Cuando la canción llegó a su fin y las palabras dejaron de emerger de su voz, Dagoberto recordó que Antonina estaba ahí y volteó a verla con el odio más arraigado que hubiera podido experimentar su ser.

—Tus lágrimas son hipócritas. —Dijo con voz iracunda. —Tú no tienes corazón.

Antonina lo miró y sintió miedo, pero no se movió.

—¡Es tu culpa! ¡Tú la mataste! —Gritó al ponerse en pie lentamente.

Antonina retrocedió por inercia y levantó los brazos en defensa.

—No. Te juro que yo no lo hice. —Dijo con terror, como pidiendo disculpas.

—Quizá no lo hayas hecho, pero tú lo provocaste. Siempre supe que eras lo peor en su vida. Ella siempre se empeñó en hacerte segunda. ¡Y ahora ella ha pagado por tus pecados! —Exclamó perdiendo el control.

Dagoberto se abalanzó sobre ella. Antonina se golpeó la cabeza al caer. Dagoberto le dio una bofetada y le rodeó el cuello para estrangularla. Antonina se arrastró por el suelo a su costado y con una patada logró safarse de él. Rápidamente se puso en pie y comenzó a huir, pidiendo auxilio a gritos.

Dagoberto la seguía, estando decidido a acabar con ella. Antonina corrió hasta que estuvo cerca de su casa, pero no creyó prudente ir allá y se detuvo a pensar, ya que no sabía qué hacer ni a dónde ir, ni a quién pedir ayuda. Cuando vio a Dagoberto acercarse con fuerza, de nuevo se echó a correr para ir a la plaza.

—¡Ayuda! ¡Quiere matarme! —Exclamaba sin detenerse.

Varias personas la escucharon y notaron la expresión de Dagoberto, y tras deducir que Antonina decía la verdad, una persona se unió a la persecución para atrapar a Dagoberto. Más hombres y mujeres comenzaron a seguirlos, hasta que una gran multitud se reunió y un hombre atrapó a Dagoberto por la camisa y lo tiró al piso para golpearlo.

Antonina se dio la vuelta para observar, pero al deducir los golpes con la determinación de acabar con su vida, siguió su camino, sabiendo que no podía impedirlo.



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En el texto hay: suspenso, novela negra

Editado: 10.09.2024

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