En el interior del volcán

14. Antonina y Cipriano

Cuando Antonina partió, Cipriano se quedó sentado sobre el suelo, reposando su espalda contra la cama, tratando de digerir lo que sentía por Antonina. Atrajo las cartas para contemplarlas, e imaginó lo diferente que pudo haber sido la relación entre ellos.

«¿Porqué? ¿Porqué tenía que ser así?» Se preguntó a sí mismo una y otra vez, sin poder responderse.

Remy estaba en su habitación, sosteniendo con el dedo índice y el pulgar la flor seca que perteneció a Antonina, extrañando los momentos en que el mal no había corrompido a las personas que él más amaba.

Sin saberlo, se preguntaba lo mismo que Cipriano;

«¿Porqué tenía que ser así?»

La situación parecía la peor broma mejor jugada de un endemoniado ser.

Remy salió de la habitación, y se asomó a ver a Cipriano.

Cipriano tenía la mirada baja, abatido hasta la médula.

Remy se dio cuenta que Cipriano lloraba en silencio.

—¿Qué te pasa? —Preguntó en voz calmada.

Cipriano suspiró.

—Murieron. —Susurró.

A pesar de la distancia y el volumen de su voz, Remy pudo escuchar la respuesta de Cipriano.

—¿Quiénes? —Inquirió con miedo.

—India y Dagoberto. —Contestó Cipriano sin levantar la mirada.

Remy empuñó la flor en su mano, haciéndola añicos al instante.

Cipriano descifró la reacción de Remy sin mirarlo, y supo que debía darle una explicación, pues Remy la pediría de cualquier modo.

—India se clavó un cuchillo en el pecho. —Dijo antes de hacer una pausa.

Remy caminó hacia él.

Cipriano guardó silencio.

—¿Qué le pasó a Dagoberto? —Exclamó.

Cipriano se mantuvo quieto.

Remy se acercó a él, y ante el silencio de Cipriano, lo tomó de la camisa y lo levantó para aventarlo contra la pared.

Cipriano no se defendió.

—¿Qué le pasó? —Reiteró Remy con enojo y lágrimas en los ojos.

—¿Qué le pasó a Sonia? —Dijo Cipriano en voz baja al ver las cartas de Antonina sobre el suelo.

Remy lo soltó y se frotó la cara con decepción y miedo, pero al alejarse, pudo vislumbrar las cartas de Antonina.

Miró a Cipriano, y salió de la habitación bajo una tristeza inmensa.

***

Ananda pasó la noche vagando por las calles luego de aparecerse por la fiesta de Rosario.

Quizá intentaba redimirse, pues el frío y sus pies descalzos la castigaban sin cesar.

Ananda pudo cambiar de parecer esa noche, y darse cuenta de todo lo malo que había hecho en su vida, pero ante las súplicas de su orgullo herido, Ananda prefirió aferrarse a la idea de un desagravio.

Su alma se cegó, y con recato persiguió su instinto hasta llegar a casa de Antonina.

Esperó en la esquina contraria hasta que el auto de Joaquín se estacionó, y cuando vio a Antonina emergiendo del auto, sonrió interiormente.

Ananda no quitó los ojos de su objetivo en toda la noche y el transcurso del día siguiente, y se mantuvo ahí, pese al clima y el hambre, estando decidida a acechar a Antonina.

Sin embargo lo consiguió, pues no fue hasta que Antonina salió de su casa con una expresión de apuro, que Ananda se puso en pie para seguirla. Debido a su determinación, Ananda observó a India muerta sobre el suelo de su casa. Pero su sorpresa no terminó ahí. Cuando Dagoberto atacó a Antonina, Ananda contempló la escena sin parpadear, y los siguió en la persecución hasta la plaza. Ahí fue testigo de cómo la multitud asesinó a Dagoberto, y desde la lejanía vio a Antonina tomando el camión, sabiendo que iría a casa de Cipriano. Antonina era demasiado predecible.

Ananda admiró el destino de Dagoberto, y agradeció al cielo antes de ir a casa de Cipriano.

Ananda llegó a su destino minutos después, pero no pudo ver a Antonina entrar a la casa de Justa y Calixto. Sin embargo, tenía la certeza de que estaba ahí.

Ananda esperó pacientemente hasta que Antonina salió, y de nuevo la siguió con recato hasta llegar a las vías del tren.

***

Ananda avizoraba la escena de Antonina con recelo, aguardando el momento oportuno para encararla. Antonina estaba de rodillas sobre las piedras sueltas en las vías, llorando y gritando sin consuelo ni represión. Ananda la observaba con satisfacción, como si el sufrimiento de Antonina fuera un banquete que debía degustar hasta el hastío.

Entonces, sonriendo con bizarría, Ananda se hartó del espectáculo y se aproximó con lentitud hasta estar a su lado.

—¿Sabes cómo lo llamaré? —Preguntó Ananda en retórica mientras se masajeaba el estómago con ambas manos.

Antonina identificó su voz, y la miró con el odio que había generado hacia ella desde que leyó su inicial junto a la de Cipriano tallada en el árbol junto al estanque.

—Todavía no lo decido. —Continuó Ananda. —Tengo dos opciones.

Las lágrimas de Antonina fluyeron sobre sus mejillas.

—Si no es Cipriano... —Dijo Ananda antes de aclararse la garganta. —Se llamará...

Antonina empuñó ambas manos sin dejar de verle la cara.

—Alain. —Concluyó Ananda con la más pura y meditada de sus calumnias.

***

La noticia del fallecimiento del pequeño Alain, el hijo de Joaquín y Rosario, hermano de Antonina, estremeció por completo a los más cercanos a su círculo, aunque había melancolía y cartas dando el pésame a los familiares, también recibieron burlas de muchas personas. Zayra y Vicario repartieron volantes en las calles principales, fuera de las casas y hasta en la Iglesia, mostrando la fotografía del pequeño Alain con dibujos obscenos a su alrededor, mofándose de la corta vida que había tenido.

Joaquín y Rosario nunca supieron quiénes fueron los responsables de difundir dichos volantes en todo el pueblo, aunque no había nadie más que se atreviera a cometer aquel acto.

Antonina fue la más afectada con la partida de su hermano, quizá porque siempre creyó que Alain aún seguía con vida en algún lugar solitario.



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En el texto hay: suspenso, novela negra

Editado: 10.09.2024

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