En el juego

01

La mañana fría había llegado a la ciudad logrando que Diana Sinclair se sintiera sumamente feliz. Si había algo que disfrutara de sobremanera era el hecho de que nevara o lloviera, que la brisa fría de la temporada acariciara su rostro y cuello, que alborotara su cabello, que le diera la sensación de estar en la pista de patinaje que tanto amaba; sí, el invierno era su época favorita del año, adoraba los días grises, lluviosos, cuando los árboles han quedado desnudos de sus hojas dando a la vista un panorama diferente al verdor del verano, era encantador usar abrigos, gorros y sweaters calentitos, tomar una taza de humeante chocolate, sentarse junto a la estufa con un buen libro y las infaltables pantuflas peludas. En definitiva, no había mayor placer que ese hasta que sus pies tocaban la pista de hielo y el mundo se desvanecía para ella, nada existía, nadie más, solo sus movimientos, la música, la coreografía previamente enseñada o bien algo improvisado que quisiera hacer por el gusto de deslizarse sobre el hielo, como hacía en esos momentos luego de haber hecho un pequeño calentamiento básico.

Desde que era una niña pequeña Diana ha adorado patinar comenzando a hacerlo a sus cuatro años, llevando una que otra caída pero encontrando el equilibrio pronto y su mamá notó que había algo en la pista que volvía a la torpe pequeña muy feliz y perfecta a pesar de que no podía aventurarse a realizar trucos o piruetas como su hermano mayor; Theo Sinclair era diez años mayor a ella y a sus catorce años ya había ganado competencias, participado en eventos e incluso representando a la ciudad en más de un evento sobre el hielo. Conocido por todos, adorado por muchos, siendo alabado y elogiado por los mejores debido a su exquisita, elegante e inmaculada técnica de patinaje, siempre el centro de atención, siempre el reflector sobre él. Siempre el chico perfecto.

Theo y Diana eran dos polos opuestos en verdad pero unidos por un mismo gusto, el patinaje sobre hielo. Sin embargo, esto también trajo una que otra rivalidad entre ambos a medida que la más pequeña iba creciendo pues su modelo a seguir siempre había sido el campeón Theo Sinclair, pero… No lograba alcanzarlo nunca, sea por las edades, por las destrezas, por las competencias, Diana quedaba siempre lejos de su hermano mayor y este la molestaba con ello.

Podía decirse que la familia Sinclair era como cualquier otra, amorosa, trabajadora, con una madre elocuente y divertida, un padre firme pero vivaracho y sus dos hijos siendo el centro de la vida de la pareja, común, corriente, sin grandes estándares, sin dinero que derrochar pero trabajando arduo para tener sus gustos propios.

—¡Diana! —aquel grito lo saca de su ensoñación, se detiene en medio de la pista volteando hacia donde ha escuchado su nombre encontrando a Matteo, su mejor amigo, sonriéndole—. ¡Llegarás tarde a la universidad!

—¡Ni quería ir! —le respondió con una sonrisa, se deslizó con gracia sobre el hielo hasta llegar a la orilla y observó al chico—. Realmente tenía todas las intenciones de quedarme aquí, no asistir a las clases y encontrar una excusa para mi mamá cuando le fueran con el chisme de que no me vieron en la universidad.

—Tus vecinas son unas cotillas, pero esto que haces no puede ser sano, hombre, se supone que hoy era tu día libre de entrenamientos, ¿Desde qué puta hora estás aquí? —rió.

—Desde las cinco de la mañana, como todos los días —sonrió masajeando su cuello—. Supongo que es una costumbre ya que no me permite desapegarme de la rutina que tengo marcada, además, los días libres puedo patinar a gusto, hacer lo que me place sin que la entrenadora esté susurrándome en el oído que observa todos mis movimientos.

—Tétrico —hizo una mueca—. Bueno, andando, el resto del día tienes clases y a mí, ¡No me desaproveches!

—De acuerdo, de acuerdo, sé que te tengo algo olvidado pero te juro que te lo voy a compensar, es solo que entre la universidad, los estudios y tareas y los entrenamientos para las competencias no me queda horario para siquiera respirar —ella chasqueó la lengua—. Pero valdrá la pena, voy a representar a nuestro país en las olimpiadas, ya verás.

—Querida, te amo y a tus sueños, pero, ¿No crees que habrá mucha competencia y de la más excepcional? —frunció el ceño.

—¿Crees que no pueda? —comentó sin molestarse.

—No es eso, es solo que… Umm… No quiero decirte algo que te hiera, pero no has ganado un primer premio nunca, solo un tercer lugar el año anterior y sabemos que los elegidos para representar el país son personas que tienen una larga lista de premios, renombre y excelencia sobre las cuchillas en el hielo; solo digo que deberás romperles el culo a todos y sacar talento de tus ancestros —Matteo apretó los labios—. Sabes que soy el que te lleva las porras a cada competencia, yo fundé el club de fans de Diana Sinclair, pero no quiero que sueñes muy alto y el vuelo sea corto, y con esto no me refiero a que no tengas talento sino que sabemos que no siempre son justas estas competiciones.

—Lo sé, tranquilo —asintió colocándose los protectores sobre las cuchillas de sus patines para poder salir de la pista—. No he participado en muchas competencias porque son menores, me estoy guardando para las más importantes que darán inicio pronto, tengo poco tiempo para hacerme ver pero estoy decidida a ello. Mi hermano Theo es el mejor patinador, tiene innumerables premios pero no ha ido a las olimpíadas nunca y eso quiero tenerlo para mí.

—Entonces, ¿Es una forma de superar en algo a Theo? —elevó una ceja algo preocupado y confundido.




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