En el laberinto

El aroma

El whisky estaba caliente entre sus manos, al igual que su cara. Ya era víctima de los síntomas anestésicos del alcohol, pero él no los notaba. La bebida era una costumbre de vieja data; su abdomen abultado y parpados caídos lo evidenciaban. Solo, en la barra de un bar mugroso y oscuro, mirándose en el espejo ubicado tras de cientos de botellas de alcohol, algunas vacías otras a medio consumir, sin idea alguna dentro de su cabeza, únicamente siendo espectador de como el tiempo hace estragos en su cara. El detective Wolfmann, en mitad de sus cuarenta, es un hombre desilusionado de la vida. Perteneciente a la sección de homicidios del cuerpo de policía, cree actualmente que sus logros como hombre y como oficial, ya no le significan gran cosa, y para su futuro no vislumbra mayores frutos. Lo único que espera es no morir por una hemorragia interna causada por un disparo en el abdomen. Lo ha visto y es tremendamente largo y tortuoso. Cualquier otro tipo de muerte es aceptable, siempre y cuando él no tenga tiempo para reprochar la vida que se le va entre las manos.

Wolfmann al estar desilusionado de la vida es un catálogo de tendencias autodestructivas. Alcohólico y consumidor frecuente de drogas solo busca alejarse de lo vacuo de su vida. En una inmersión en este poso de barbitúricos y alcohol, un gran maratón de flagelación química, descubrió que el LSD causa en él, en toda ocasión, un efecto que le ayuda a resolver sus casos. Al consumirlo, comienza a experimentar los aromas y sonidos como fenómenos visuales, muy claros, lo cual lo ayuda a identificar la presencia de las víctimas o los perpetradores en las escenas de los crímenes. Esto no lo hace feliz, solo lo ve como un efecto secundario a su deseo de adormecer su existencia. Un efecto secundario que le hace más pesada la misma, pero que hace frente con tal de salir rápido del agobio del trabajo.

Esa mañana un par de uniformados lo buscan en el bar que suele frecuentar; se encuentra medio ebrio pero funcional. Ha habido un asesinato y le asignaron el caso. Una noticia que desbarata sus planes de Bourbon y respirar. De mala gana pregunta en qué lugar está la escena del crimen y mientras escucha las indicaciones hace un cálculo para saber cuándo introducir la lámina de LSD en su boca y así en el momento de llegar, tenga ya los efectos psicodélicos en sus sentidos, haciendo su estancia sea breve. En su caso, “el viaje” casi siempre inicia entre los 30 y los 40 minutos luego de haber puesto la laminilla en su lengua. Arrojados los números, a cinco minutos de emprender el trayecto, el papel se desase en su saliva.

Al llegar a la escena del crimen ve como la habitación donde está el cuerpo evidencia signos de lucha. La víctima es un hombre de unos 30 años, apuñalado justo en el pecho, al lado izquierdo del esternón; su corazón agujereado por un objeto que según los forenses del lugar, no es un cuchillo, la perforación no presenta el patrón de la lámina metálica. Mientras le dan la información de la víctima comienza a sentir los primeros efectos; justo 30 minutos después de que se disolviera la laminilla, su visión comienza a inundarse de colores danzantes asociados a todo el lugar. Comienza a explora la escena guiándose por estos colores. Estudia a la víctima, una neblina verde le cobija a él y a la que parece una silla de descanso muy usada. Ve como del pecho del occiso surge el olor de la sangre, es un espumoso anaranjado ferroso de ondular rectilíneo. Desde la herida este anaranjado se encuentra acompañado de un color ocre más suelto, sabe que este es el aroma del arma homicida y comienza la búsqueda en el lugar. Luego de merodear un rato en el salón, olfateando y siguiendo los matices coloridos, encuentra casi escondida una figurilla de la torre Eifell que se intento limpiar, pero de la cual se desprende el color naranja ferroso. También encuentra en esta un olor lila suave pero embriagador, seguramente este es el asesino; lo único que necesita es sospechosos que rastrear. Se dirige a la maquina contestadora de la víctima y entre los 10 mensajes existentes encuentra dos de un hombre con una voz notoriamente afeminada que dejaba grabados una especie de queja al muerto. Escucho tres veces el más largo de los mensajes hasta que pudo ver que aquella voz era burbujas color fucsia que surgían del aparato, que se desdoblaban en sin mismas con un hormigueo de estática digital. Por el tono y la queja se hizo a la idea que esa era la voz que debía buscar. Sentado al lado de la contestadora una idea comienza a formarse como una película transparente, amarillenta como las películas de los setenta. Fue un asesinato pasional, el perforar el corazón solamente lo confirma.  

El equipo de investigación le lleva informe de las últimas visitas reportadas por el guarda del edificio y se interrogan a los sospechosos. Entre ellos hay un hombre afeminado que se nota distante ante las observaciones de los interrogadores. Wolfmann, pide interrogar al sujeto. Ya han pasado dos horas desde que consumió el psicotrópico y su efecto está en su máxima expresión. Camina firmemente por un pasillo poco iluminado hasta una puerta de metal pesado, la sala de interrogatorio es un cuarto gris inundado por colores purpúreos y verdes, puede ver las mentiras, los miedos y angustias encerrados en ese cuarto, el odio y desprecio hacia la raza humana de algunos investigadores, ecos atrapados de maldiciones y ruegos en forma de cilindros que danzan entre los rayos de luz blanca de las lámpara. Todo accede a él más de una vez, atrapándose en ese cubo gris.



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Editado: 12.03.2018

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