En el mar Caspio, hacía tiempo que las nubes no volvían al cálido lunar azulado.
Los antiguos veleros se perdían en el adiós árido. Y nadie sabía quién los atraía; la incomodidad escalaba en la piel de todos los marineros.
Pero, en un día de lágrimas ventiscas, dos petroleros se esfumaron en medio del mar gris. Dejando atrás todo recuerdo, toda palabra sobre su nombre. El remanente del olvido se llamaba invierno, una rara enfermedad en el mar Caspio.
Se decía, entre el viento del otoño, que quien fuese a buscar lo que por ley fue perdido, hallaría los dientes amargos de la muerte. Y es así como tantas personas quedaron heladas, dentro y fuera de la mancha marina.
Si no puedes volver, es porque el hielo abrazó tus pieles hasta penetrarte por completo. Sin embargo, existen mitos de hundidos vejestorios que se pasean de vez en cuando en barcos oxidados.
El sol veterano jura que contó historias increíbles a los demás astros en el cielo: no es el frío angustiante quien inmoviliza a los navegantes. Más bien, es el corazón de aquellos humanos que hablan con vida propia.
Y a lo que respecta a los olvidados, quedan ahogados con vida en la niebla del mar Caspio; sin dolor, ni sentimiento. Solo con el cuerpo gélido apelando contra la dulce vida de los aventurados.
Ese es el mar Caspio, un brazo turquesa del mundo, suspendido en la pintura ennegrecida del jardín del sol y la luna.
Editado: 08.10.2025