Capítulo C 3: Parte IV
Al abrir los ojos, lo primero que me causó impresión fue ver el bello rostro de mi amada Aratani, quien dormía apoyada en la cama, por lo visto se encontraba sentada, tapada con una manta, acerqué mi mano, acariciando su cabello, con la delicadeza para no despertarla, aun así levantó la cabeza, cuando nuestras miradas se cruzaron sonrió dulcemente.
- Que guste verte bien cariño - exclamó jubilosa - estuve preocupada por ti.
- Lamento hacerlo - respondí en tono apenado - al menos solo fue un dia, lo bueno es que me siento bien.
- Kenshin, han pasado tres días que estabas durmiendo - respondió preocupada - tuvieron que intervenir, ante lo indicado, llegaste en un estado de daño increíble.
- Yo no sentí casi nada - comenté pensativo - de hecho estuve caminando hasta cuando llegamos aquí, me afectó el mareo cuando viajamos.
La miré asombrada.
- Oh Kenshin, tres costillas rotas, un pulmón perforado y múltiples fracturas no es algo pequeño - escuché a mis espaldas - tu heridas eran graves, fue ahí cuando me pregunto: ¿Que clase de monstruo eres para soportar tanto daño?.
Cuando lo observé, me percaté que era mi buen amigo doctor.
- Hola ¿cómo está? - exclamé alegre - tiempo sin verte.
- Me alegra y preocupa que estés tan tranquilo - indicó - para lo que estabas hace unos cuantos días, aunque viendo el estado que encontrabas.
- Bueno, mi querido esposo a esta altura, ya a veces olvido que es humano - dijo riendo - siento que es una bestia.
- Ya lo suponía, para tener una bella mujer, debía ser todo un galán - escuché - satisfacerla de alguna forma inhumana.
Al mirar, se corrió una cortina, apareciendo un Jean, quien estaba cubierto con vendajes en su torso, estaba sentado, se notaba que solo vestía un pantalón blanco.
- Que gusto verte - exclamé - veo que estás bien…
Al contemplarlo, me percaté que tenía una mano marcada en el rostro.
- Definitivamente, este tipo es como decias, cariño - indicó Aratani.
- ¿Por qué lo dices? - dije.
- Veo que he estado en tus conversaciones - exclamó jubiloso.
- Si, es un insidioso - comentó mi esposa - esa cachetada se la dió la enfermera.
Si hubiera sido otro, me habría extrañado, pero siendo él calculaba que se demoró en ser abofeteado ante su imprudencia.
- Ya sabes mi estimado amigo - exclamó - el amor florece en el ambiente, y uno debe dejarse llevar por el romance, el deseo y la pasión.
- Osea te propasaste con la señorita Karina - afirmó reprobatoriamente
- Solo fue una nalgada - respondió - quería saber si el tacto en mis manos estaba bien. luego de ser alcanzado por fuego en tantas ocasiones, se quemaron.
- Así fue como cayó hospitalizado - indicó el doctor - recibió un castigo por parte del Maestro Supremo, que le rompió su brazo en tres partes.
Cierto, tenía las costillas rotas, pero ante la medicina entregada aquí, ya me sentía mejor, palpaba mi abdomen, sin sentir dolor alguno.
- Mientras más te analizo, menos sentido tienes, me dijo el Maestro Supremo que te mantuviste firme, llevando un bebe, portando una espada extra y corriendo – comentó alterado – tolerar una carga enorme, pero te desmayaste en el viaje, que fue lo menos pesado.
- Pues me mareé – indiqué.
- ¿desde cuándo te mareas? – preguntó mi esposa intrigada.
Ella tomó mi mano preocupada.
- Desde que todo comienza a girar – respondí – no recuerdo nada, solo que daba vueltas, en un túnel blanco con anillos.
- Eso es el Más Allá – indicó Jean – siempre la primera vez que viajas físicamente, te marea, por el traspaso entre mundo, más aún, cuando es tan forzado, como fue en su caso, al menos es seguro.
- ¿El más allá? – dijo Aratani pensativa – recuerdo que mi padre habló de él, comentó que era el mundo onírico, donde puedes recorrer espiritualmente, pero es todo un proceso para hacerlo de manera intencional, lo otro es ser arrastrado, por eso a nosotros, nos cuidan en las casas, para no viajar cuando despiertas tal habilidad espiritual.
- Veo que sabes mucho, Señora Miura – indicó el doctor intrigado.
- Tuve un maestro muy bueno desde pequeña – respondió soñadoramente.
«Su padre… ella fue mayormente criada por aquel brujo, que por su supuesto padre», pensé mientras contemplaba a mi emocionada esposa.
- ¿Ocurre algo cariño? – comentó extrañada – te ves algo… tenso.
Me exalté ante sus palabras, si le decía una mentira, lo iba a notar, además que me cuesta mucho hacerlo, el problema, es que no puedo decirle, me cuesta calcular en este momento el daño le causaría, ya sufrió cuando su padre y hermana murieron, ahora quien tomó aquel rol en su vida…
- Estoy algo conmocionado por la misión – indiqué – al menos salió bien.
Se me acercó, acariciando mi rostro.
- Sé que hay algo más – afirmó con tristeza.
«¿Acaso logró darse cuenta?», pensé manteniendo la calma, pero no me costó recordar, que efectivamente, había otro malestar que no recordaba.
- Horatu – comenté con pesadez.
Puso sobre mí la espada enfundada.
- Fue restaurada por completo - explicó - usaron los trozos del arma que trajiste de una misión hace años, solicitaron, pues tenía que ser reforzada con un metal especial que se pudiera conectar con la naturaleza, así accedí.
- ¿Usaron la espada del Tengu? - pregunté.
- Así es - respondió mi esposa - como fue restaurada y no ha pasado nada, significa que está todo bien.
- Espero que sí - comenté un poco nervioso.
La tomé para sacarla de su funda, viendo como su filo era perfecto, no tenía abolladura, ni marca de rotura alguna, tal cual antes de irme a esta funesta misión.
- Es una maravilla - exclamó - aunque se encuentra extraña.
- ¿Emite una poderosa aura, cierto? - indicó su mujer.
- Así es, pareciera que vibrara - comentó palpandola.
- El maestro Deusou dijo que rompiste el orbe de fuego - dijo Jean - por lo visto, no pudieron extraerlo de su arma.