Tratar de recordar los primeros años de una vida, es una tarea titánica, tengo vagos recuerdos, sin embargo, siempre hay ciertos en particular que se graban en tu cerebro, para bien o para mal, se almacenan, el más antiguo que tengo es uno de cuando tenía tres años, donde una mujer hermosa me sostenía en sus brazos, quien me arrullaba con gran cariño,esto por fugaces imágenes que están en mi ser, sin embargo él único que recuerdo con toda claridad, es el de ella postrado en una cama, diciéndome con ternura: “Te amo” mientras tomaba su mano, dicho esto, cerró los ojos para siempre, luego nunca más la ví, tardé en comprender que ocurrió, fue doloroso, al menos pude conservar su voz en el fondo de mis recuerdos, Padre me solía decir que Mamá se fue a otro lugar, me costaba entender que ella ya no estaba, fue hasta los varios meses que mi madre había muerto, con tan solo dieciocho años vividos, se llamaba: Leonor.
Nunca la conocí, pero siempre tenía su presencia en mi corazón.
Cuando tenía cuatro años, salí de la gran mansión en la cual vivía, comencé a recorrer los terrenos, algo en mi interior me pedía conocer más, comenzando con los alrededores, el reconocimiento era algo importante, veía a los trabajadores, sirvientas recorriendo de un lado para el otro, cuando llegaba hasta las tierras sembradas, era el lugar donde veía a sus esclavos, quienes tenían la obligación de arar los terrenos.
Recorrí el lugar tranquilamente, hasta que llegué al granero, un lugar al cual nunca entraba por lo que me decían, era peligroso, sin embargo escuché un ruido que llamó mi atención, eran quejidos constantes, como si alguien estuviera lastimado, me aproximé era posible que alguien se hubiera lastimado, lo que encontré fue a mi padre con los pantalones a medio bajar, su pelvis estaba pegada a una sirvienta llamada Margareth, con dieciséis años, ella tenía su vestido levantado, aquella imagen se me grabó en mi mente, en ese momento llegó una sirvienta quien me tomó la mano, era una joven no muy alta, delgada, de cuerpo fino, tenía el cabello oscuro, su rostro hacía pensar que estaba asustada en todo momento.
Caminamos directo a la casa.
La joven me miró nerviosa.
De imprevisto llegó Orson, el capataz de mi padre, un hombre enorme, sus brazos eran más grandes que mi cuerpo, su cabello rizado enmarañado le daba un aspecto salvaje.
Pasó su brazo por los hombros, donde comenzó a tocarla.
Me miró extrañado, no obstante me volteó la cara.
La tomó del mentón.
Sabía que ella no se sentía bien, por eso mismo, necesitaba alejarlo de ese tipo tan desagradable.
Para mi sorpresa me respondió con una cachetada en el rostro.
No quise llorar, no frente a él, sin embargo mi ojo quedó borroso por las lágrimas que me causó su golpe, el cual me ardía en la cara.
Ese fue el primer recuerdo donde alguien me hizo enfurecer, deseaba golpearlo, arrancarle las manos, vi como se la llevaba a otro de los graneros, no sabí que haría exactamente, sin embargo, pude diferir lo siguiente, aquello que mi padre le hacía Margareth, le hará Orson a Anna, ver a alguien sufrir, sentirse mal, me desagrada de forma personal, a mis cuatro años.
Camino a la casa me encontré con Olga, la hermana de Anna, quien me atendió, me enjuagó la cara.
Me miró torciendo la boca con molestia.
Al escuchar aquello me enojé.
Me acarició el rostro con cariño.
Olga era una chica que tenía solo unos cuantos mayores que yo, con solo nueve años, sus actividades consistían en ayudar en la cocina.
Una chica que siempre con su hermana me acompañaban en todo momento, en varias ocasiones cuando las noches eran tormenta, las cuales tenía miedo, una de ellas dormía conmigo, siendo un consuelo para mi ser, les guardaba un gran cariño a las dos, aunque por lo general la menor era quien cumplia esta labor, sin embargo no eran los truenos que resonaban en el ambiente ni relámpagos que caían desde el suelo, sino que cada vez que ocurría, lograba divisar por la ventana una figura que recorría los terrenos montada en caballo, una figura oscura, era una aparición que se le conocía como “El Jinete Oscuro”, nadie sabe lo que quiere, pero el relinchar de su caballo eran tan tenebroso que la sangre se te helaba, los pocos que se atrevieron a mirarlo afirmaron que los ojos del jinete eran rojos y que su respiración quemaba el aire, expulsando fuego. Sin embargo la primera vez que lo vi, me asusté, pues me regresó la mirada, en mi mente llegó una imagen repugnante de él frente a la ventana, debajo de un capa tenía un traje elegante, con una cara sin rostro, caí de espaldas por el miedo que me causó, en ese preciso instante pude ver una pequeña luz la cual me pudo calmar, cuando levanté la mirada, mis cortinas se habían cerrado solas. Bastó dos veces para saber que cada tormenta hacía acto de presencia, pero solo una vez, me bastó para saber que él me miraba a ciento de metros en plena oscuridad.
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Editado: 12.11.2024