En el Más Allá

Capítulo 60: B II

Desde las profundidades de un oscuro bosque se pronunciaban gritos y jadeos.

  • Dónde estás, no te escondas - se escuchaba - no importa donde vayas, te encontraré.

Se pudo divisar a una mujer corriendo con una pequeño bulto en brazos, lo protegió con todo su cuerpo, impidiendo que incluso alguna hoja le rozara, las ramas rasgaban su piel, brazos, piernas y rostros magullados no le impidieron continuar.

  • Duerme pequeño, descansa en un mundo donde puedes vivir en paz - susurraba - tu madre está aquí, te protegerá.

Continuó corriendo, pasó por dos árboles, donde pudo ocultarse en el interior de uno, al poco apareció un hombre, su perfil iluminado por los resquicios de luz lunar que se colaban entre los árboles, aquel hombre que alguna vez llamó amor, que hizo todo lo que él quiso, ahora la perseguía con un cuchillo, el mismo que usaba para desgarrar a los animales que él con sus propias manos capturaba.

Su corazón adolorido al recordar la reacción de su esposo, cuando nació su hijo, la mirada del hombre cambió, estuvo durante nueve meses diciendo: “Mi hijo será el mejor cazador”, “Solo él podrá superarme como guerrero”, “Cuando crezca expandirá este pueblo y será un Rey, lo sé, yo lo guiaré”.

Solía tomar su vientre, lo besaba cuando estaba con ella, incluso como algo inusual, le ayudó en sus deberes para que ella no se esforzara, así su hijo naciera en el mejor estado posible, fue la mujer más feliz mientras estuvo embarazada, pero esto cambió… a penas el pequeño que él mismo nombró: “Nuhak”, que significa en nuestro idioma, guerrero de luz, entregado a quienes se les daba el destino para ser líderes y guías para un futuro resplandeciente.

Sin embargo la única luz que podía contemplar era el reflejo de las sombras pertenecientes a aquel hombre, quien se agachó para tocar el suelo, donde antes había estado ella.

  • Sal de una vez - gritó - trae a ese bastardo, trae a mi deshonra ante mi, no es a ti a quien busco, a ese engendro.

Mientras lo observaba, oculta entre los arbustos que la cubrían al interior del árbol, aguantando gemir de dolor, el solo recuerdo la mataba, luego de la labor de parto, recibió a su pequeño hijo, un varón tan pequeño que caía en sus dos manos, lloraba con fuerzas, eso para ella fue una gran señal, como dijo su marido, los niños que lloran fuerte son lo que tienen el valor para pelear contra el mundo, a pesar de un aspecto tan frágil, tenía una belleza, combinado de un amor tan incondicional, pero fueron las palabras que él dictó las que le marcaron, su rostro pasó de ser sonriente y orgulloso a sombrío.

  • ¿El niño está enfermo? - indicó pensativo el hombre - este niño es muy pálido.
  • Oh, mi señor, recuerde que los niños al nacer, poseen un color de piel más pálido - respondió la anciana del pueblo.

No obstante al pasó del tiempo, su color no cambió mucho, seguía igual de clara, que dictaba del bronceado natural casi dorado que su gente gozaba, lo peor, fue cuando abrió los ojos, no tenía los usuales ojos color pasto, eran similares al cielo cuando miras al horizonte, con el cabello color sol, que dictaba del sombreado que tenían.

El niño que alguna vez dijo abrazar, lo miraba con desprecio, hasta que pasado tres meses lo encaró, diciendo que había pactado con demonio y ese niño era una abominación, debía morir, nadie lo iba a detener, tomó al niño comenzó a correr, internándose en el bosque, donde encontrarla sería más difícil, al menos es lo que él alguna vez dijo.

  • Estás cerca - dijo el hombre - puedo percibir tu aroma de flores.

En ese momento el pequeño en sus brazos gimoteó, en su horror al levantar la mirada el hombre aunque no la veía, ya sabía donde estaba, alcanzó a levantarse antes de que él cayera sobre ella, con afán de arrebatarle su corazón que tenían entre sus brazos.

La mujer comenzó a correr escuchando como el suelo era pisado a pocos metros de ella, a este paso sería alcanzada muy rápido, sin embargo, salió por un claro, qué permitió presentarse ante ella, en una colina el altar del dios que le permitió tener a su bebé, lo subió a tropezones, deseando la ayuda de aquella deidad, era la única oportunidad.

  • Por favor dios, ayúdame – exclamó rogando entre lágrimas – ayúdeme, proteja a mi a pequeño, haré lo que sea por él.

Cada paso que daba era más difícil, los múltiples cortes que había recibido le habían provocado hemorragias contundentes en su cuerpo, sin embargo no se detendría por nada del mundo.

  • Detente de una vez - vociferó furioso el hombre.

Solo le bastó mirar un poco hacia atrás, para verlo, estaba a solo dos pasos, sin embargo cuando éste saltó para atraparla, logró evadirla dando un paso lateral, y tras unos últimos metros entró al territorio sagrado, cayendo de rodillas en el altar, donde hace doce períodos lunares había estado, esta vez no para dar a luz, sino preservar su vida.

  • Por favor dioses del cielo, cuiden a mi pequeño Nuhak - suplicó - es aquel pequeño a quien me permitiste tener.

Los pasos llegaron a sus espaldas.

  • Lo sabía, esta criatura no era normal - comentó molesto - te entregaste a un demonio… me diste la peor de las deshonras
  • No puedes entrar a este territorio sagrado con esas intenciones - exclamó desesperada - no puedes tocarlo dentro de la tierra sagrada, pertenecientes a los dioses.

Dió un paso levantando a la mujer del cabello, pero ella no gritó, quería evitar perturbar al pequeño en brazos.

  • Yo, no creo en los dioses ni reyes - vociferó - solo en el hombre y los demonios.
  • No le hagas nada al pequeño - suplicó llorando.

Acompañado de sus destellantes ojos de dolor fueron las últimas palabras mencionadas, la mujer cayó de lado, sosteniendo a su hijo en brazos, la cuchilla había atravesado su pecho desde la espaldas.

  • He atravesado animales con la piel tan dura como las rocas - comentó - pero no logré alcanzar al niño entre tus brazos, tu corazón consumido por demonios lo protegió a costa de tu vida.



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En el texto hay: fantasia, drama, suspenso

Editado: 21.06.2025

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