Saco la libreta y el bolígrafo de mi mochila.
Una vez más me ha lastimado.
Sigo sin entender por qué está tan enojado.
Esta libreta debería de estar llena de sucesos de mí día a día como una caída vergonzosa, pero no, todas las páginas eran el respiro que he necesitado desde hace meses, y todo se resume a él.
No pude seguir con mi desahogo, porque la silla que estaba enfrente de mi fue arrastrada.
Un chico de ojos marrones demasiado expresivos a causa del contraste de la luz que entraba por las ventanas, se sentó en la mesa que ocupaba.
—Hola ─su tono casual, me sacó de balance.
Lo observé por unos segundos y de manera disimulado miré a mí alrededor para buscar si era alguna broma, ya que era muy extraño que alguien entablara una conversación y más tratándose del sexo opuesto.
—¿Estás hablando conmigo?─inquirí.
—Por supuesto que estoy hablando contigo. ¿Por qué no debería?
Me retraje en mi lugar. No debía estar hablando con un chico que no fuera mi novio. Sí alguno de sus amigos me veía, le irían a decir y él se enojaría demasiado conmigo. No puedo permitir que eso suceda.
Metí mis cosas a mi mochila de manera torpe, provocando que la libreta se cayera y yo quisiera recogerla, pero desencadenó el que tirase el adorno de la mesa. Las miradas cayeran en mí con curiosidad.
Bien decía Félix, mi torpeza es monumental.
─¿Estás bien? ─sus cejas fruncidas, y su cuerpo entre sentado o querer levantarse lo hacía lucir de manera extraña porque no sabía el qué hacer, fuera lo que decidiera es mejor que se mantuviera alejado—. He, ¿a dónde vas?
—Lo siento.
Y por extraño que fuera el destino, este se encargó de que ese no fuera el último encuentro entre nosotros dos. Aunque en ese momento no lo haya recordado como el hombre del encendedor cuadrado.