—¡Deja de echarte gases en mi cuarto!
—También es el mío, genio.
—¡Mamá!
¿Por qué mi hermano es tan niña? Sólo era un gas que el viento se llevará.
Se puede ver la melena de mi madre asomarse en el cuarto, hasta que abre totalmente la puerta. Se tapa la nariz, haciendo un gesto de asco.
—Abran las ventanas, apesta.
—Se está pudriendo tu hijo.
Carcajeo cuando escucho lo que dice mi hermano.
—Deneb, deja de ser tan indecente —me reprime mi madre.
—Es algo natural.
—Natural vas ser la cachetada que te daré si me vuelves a responder así, no soy tu igual.
En ese momento todo rastro de diversión se esfumo.
—Lo siento, mamá.
Ella sale del cuarto una vez que nos repite cuales son nuestras tareas para el día de hoy.
—¿Ya no volviste a ver a esa chica? —pregunta Luis, con la mirada clavada en el televisor.
Hace unos días le conté sobre la chica misteriosa, ya que necesitaba que dejará de hablar de su novia y su estropeada salida a causa de qué él no la había llevado al lugar que ella maginó.
—No, la chica actuó muy raro. Un momento me observaba como si estuviera frente a algo desconocido y de un momento a otro, su expresión se trasformó a una de terror, como si yo estuviera a punto de hacerle daño.
—Deneb, sueles ser muy directo. Puede que la hayas asustado.
—Pero sólo la saludé —me defiendo recordando el momento exacto de su repentina acción de salir corriendo.
—El que tu estés acostumbrado a tu efusiva personalidad, no significa que los demás estén listos para ello.
—¿Estás diciéndome que debí llegar a hurtadillas y susurrar mi saludo para no asustarla.
Deja de mirar el televisor para ponerme toda su atención, pero tiene esa mirada de cansancio, cuando sabe que será imposible hacerme cambiar de opinión.
—Déjalo pasar, sólo fue un encuentro fugaz.
Tal vez mi hermano tiene razón y debería reconocerlo ya que rara vez la tiene. Pero de alguna forma me había causado cierta intriga. Las personas, al menos las chicas, siempre estaban dispuestas a entablar una conversación conmigo, pero ella ni siquiera me dio la oportunidad.
—Deja a esa chica —continua hablando—. Si por algo te rechazó la primera vez, es porque no le agradas. Eres demasiado feo.
—Yo soy el más apuesto de los dos —me limito al decirle, antes de lanzarle un zapato y salir corriendo del cuarto.
Pero hay algo que no le había dicho a mi hermano y es que ella había ido una segunda vez a la cafetería y esa vez me había limitado a no acercarme y sólo observarla, siendo ella mi único objetivo. Estaba tan ensimismada en aquella libreta amarilla, que no percibía su alrededor.
Escribía como si su vida dependiera de ello, su desesperación ante sus pensamientos era notable, ya que restregaba su cara o rascaba su cabeza con frustración. Pero había algo que la atormentaba, porque cada movimiento que hacía una mueca de dolor sobre salía. Recuerdo que me pregunté; ¿qué le duele?
Ahora sabía que eran los golpes y el corazón.