En el nombre de ella

14.- DENEB

─Oye, se te olvida esto.

Me arroja a la cara unos preservativos.

─¿Y por qué piensas que voy a necesitarlo? ─inquiero con el entrecejo fruncido.

─Eres Deneb. Tú no vas a ver a ninguna chica sin globito en cabeza.

Miro de nuevo los preservativos buscando lógica a su acción pero no encuentro ninguna. Y no es porque no sepa usarlos, sino porque nuestra vida sexual es algo que no se toca. Ahora parece que quiere ser el hermano protector.

─Sólo iré a dar una vuelta ─menciono.

Arrojo con más fuerza los envoltorios metálicos contra mi hermano. Estos le dan de lleno en el rostro.

─Claro ─enfatiza para dar el efecto de una negativa.

Vuelco los ojos y salgo del cuarto.

Mi destino es el local para ver a Iridna. Sé qué ella va a sentarse y escribir sobre sepa Dios qué, pero es la única manera de poder hablar con ella, casualmente.

─¿A dónde?

Mamá me intercepta en la entrada. Trae en la mano el cucharón de la comida. Es mejor que le conteste si no quiero que eso termine en mi cara.

─Voy a ver una amiga, ma.

Levanta una ceja con incredulidad.

─No te quiero tan noche.

─Sólo es un momento.

Meto mis manos en mi chaqueta buscando las llaves de la casa, y las encuentro en los bolsillos.

─Te quiero, ten cuidado ─besa mi mejilla. Camino a la puerta. Antes de que salga, me grita lo siguiente─: ¡No llegues tarde!

Mi trayecto fue rápido sin ningún contratiempo, sólo la sensación de querer verla una vez más.

Recuerdo que después de esa tarde mi mente conectó todos los puntos, el porqué de su comportamiento y esa mirada vacía.  Ese día, entendí todo.

─Es mejor que me siente en otra mesa.

Confundido la vi tomar sus cosas y sentarse en la mesa continúa.

─¿Te molesta mi presencia? ─pregunté.

En esos segundos que se mantuvo callada, me di la oportunidad de poder detallarla. Usaba blusa de cuello de tortuga, y encima un suéter marrón. Pero lo extraño es que hacía calor, lo suficiente para saber que esa blusa era una mala decisión.

─No, es sólo qué…

Con esas palabras al aire y viendo a ese infeliz, me di cuenta de quién era el dueño de sus tormentos.




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