Lo que quería evitar desde que vi sentarse al chico frente a mí, pasó. La mirada inyectada de sangre de Félix me aniquilaba, en mi mente ya se reproducía lo que pasaría a continuación; sería sometida con palabras, pellizcos, golpes y después ser obligada a tener relaciones sexuales de una forma tan brusca que terminaría llorando en mi habitación al término del día, tomando una pastilla para dormir.
─¿Qué haces aquí, con este tipo? ─sus palabras sonaron con ese tono que usa para saber que he cometido algo que debe ser castigado
─Me confundió pero ya se estaba yendo ─contesté con apenas la voz audible, agachando el rostro.
─Nos vamos ─graznó.
─Oye, amigo, tranquilo. Sólo hablábamos.
─Aléjate de mi novia.
─Sólo hablábamos ─el tono de voz del otro chico ya no fue tan comprensible como la primera vez.
Félix se acercó hasta rozar la punta de sus pies con la de él, pero no se inmutó. Incluso lo retó. Lo miré asombrada.
Que valiente era al enfrentarse.
─¿Te la quieres tirar, he? ─sabía que esas palabras sólo era el comienzo de mi humillación─. Vas a tener que esperar o buscarte una puta, porque estás es mía.
─Félix, vámonos… por favor ─le rogué.
─Iridna, por favor. No dejes que te hable así ─en desesperación el otro chico me miraba. La verdad no sé qué esperaba que hiciera, pero él no contradecir a Félix ya era algo para mí.
─Sabe tu nombre, Iridna ─soltó una risa llena de vacío e ira que me erizó la piel. Era un claro mensaje de qué mi explicación de que se había equivocado de mesa o de persona era falsa─. Una mentira pequeña, promiscua.
─No le hables de ese modo ─lo que nunca esperé ver de alguien que enfrentara a Félix era que no bajara el mentón, y lo mirara con desprecio.
─Yo le hablo como se me dé la gana. Vámonos ─tira de mi brazo con rudeza.
Pero se interpuso entre los dos.
─No vas a llevártela.
─¿En serio? ─se mofó.
─Por favor… ─me involucré, antes de que esto llegara más lejos. Al final Félix estaba enojado conmigo, no con él─. Déjanos en paz. Vámonos.
Caminé en dirección a la puerta. Sabía que Félix sonreía por su cometido; había demostrado que él era el macho.
Al entrar al auto, no recibí la exigencia de una explicación, sino, un ensordecedor golpe en mi mejilla y parte de mi boca. Podía saborear el dolor y la decepción en forma de sangre, las lágrimas como sinónimo de tristeza.
─Eres una maldita perra en celo. ¡¿Qué parte no entendiste?! ¡No debes hablar con nadie que no sea yo! ─su mano fue a mi cabello ejerciendo fuerza a tal punto de pensar que tal vez me arrancaría mi cabellera─. Necesitas una puta lección una vez más. Bien dicen que las lecciones a golpes de aprenden.
Pega su boca a la mía, lastimándome, mordiéndome. Una de sus manos fue a dar hasta mi pecho y lo aprieta.
«¿Se supone que eso se debería sentir bien? ¿Eso debía excitarme?»
Aguantaba mis sollozos, pero eran inevitables controlar todos.
─Deja de llorar. Pareces una niñata.
─Me duelo sólo un poco.
─Me importa una jodida mierda ─toma mi barbilla clavando sus dedos en mi quijada─. Que está sea la última vez que te veo coquetear con algún idiota. Esta te la paso porque te necesito para algo. Así que límpiate la cara, pareces una callejera ─me arroja el papel higiénico que trae en el auto.
No entendía como había llegado a este punto. Sé que en sus mentes pasaba la idea de: “déjalo”, “dile a tu familia”. Pero créanme, era tanto mi temor que estaba tan bloqueada al no saber qué hacer.