En el nombre de ella

22.- DENEB

No la había visto en dos días.

Desde esa tarde que se fue, ya no la volví a ver. Habíamos quedado que hablaríamos en la cafetería, pero estaba preocupándome.

Tomé mi mochila, pagué el café y me dispuse a ir a su casa como las otras veces.

Toqué su puerta y su padre abrió. Al reconocerme, sonrío.

―Hola, Deneb.

―Hola, señor, buenas tardes. ¿Está Iridna?

―Claro, está en su habitación. Pasa ―se hace a un lado para poder entrar―. Deja le llamo, espera en la sala.

―Claro.

Su padre se pierde en las escaleras que dan al piso superior, donde está la habitación de ella. Yo no sé si sentarme o esperarlo sentado. No lo sé, así que me quedo mirando la pared como si fuera lo más interesante, hasta que la voz de su madre me hace sonreír.

―¿Quién era…? ¡Oh! Hola, Deneb, me alegra verte ―lleva encima un mandil de cuadros, idéntico al que mi madre usa para cocinar.

Se acerca a mí y me da la mano.

―El gusto es mío.

Y a pesar de que sólo pasaron dos días desde la última vez que vine a  verla, su madre me saluda como si hubieran pasado meses.

―Es bueno que estés aquí, Irdna ha estado enferma y no ha querido salir de su cuarto. Ahorita ando preparando un caldo de gallina. Bien decía mi mamá que con eso te da un levantón.

―¿Está mal del estómago? ―me aventuro a preguntar, aunque sabía que era probable que eso no fuera verdad.

―Sí.

Con esa corta respuesta supe que ella ni les ha dicho que está embarazada, y lo más posible es que ni siquiera esté enferma del estómago, sino de algo peor. Del corazón.

―Le dijimos que la lleváramos al doctor, pero se negó. Ay, esa niña. Aguantándose el dolor. Pero espero que el caldo la ayude.

Sonreí forzosamente, porque oírla hablar tan preocupada de su hija me quedaba claro que amaban a Iridna, era el sol de cada integrante de esta familia, pero de algún modo no podía percibir que estaba sufriendo en silencio. Y que yo, mirándola a los ojos estaba siendo testigo de lo que sucedía.

Y en ese momento tuve esa venita valiente de decirle, que su hija sufría un infierno, pero la voz de su padre desde las escaleras me interrumpió.

―Puedes pasar, Deneb, Iridna está despierta.

Con un movimiento de cabeza me despedí de su madre y subí hasta donde estaba su papá y de ahí me guío a su habitación.

Nos detuvimos en una puerta negra que se encontraba entre abierta.

―Está algo somnolienta, la acabo de despertar ―me informa.

Abro la puerta y no la dejo cerrada para que no haya malos entendidos.

―¿Deneb?

Por un momento me alegró verla, pero mi buen humor decayó en picada cuando supe que nada estaba bien.




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