En el nombre de ella

25.- IRIDNA

Había vuelto a mis actividades y eso incluía a Félix.

―Eres hermosa. Lo sabes, ¿verdad?

Sus palaras estrujaron de manera sobrenatural mi corazón al grado de sentirme desvanecer en sus brazos. Era tan dulce.

Félix era lo que se considera un hombre recio que siempre tenía lo que quería. Y no hablar de su físico; sus ojos que a veces no sabía si eran de color miel o avellana, dependiendo si estaba al sol. Era alguien que me sentía tan afortunada de tenerlo.

Lo quería.

Y hoy al salir de la universidad y verlo con un ramo de rosa  me hizo sentir la mujer más afortunada.

―Te quiero, Félix.

Me besó, y metió sus manos por debajo de mi blusa sin pudor, no importándole que la gente nos viera. Pero me sentía incómoda el ver las miradas de los estudiantes.

―Ya lo sé y debe ser siempre así toda tu vida.

Sus besos eran secos, agresivos, posesivos y demandaban por mí.

―Vamos a mi casa ―no era una pregunta, era el plan que él ya tenía.

No me negué en aceptar porque en verdad lo quería.

Está de más mencionar la forma en que me trató, y más cuando le dije que el problema estaba resuelto. No había ningún intruso en mi vientre.

”Es lo más inteligente que has hecho en tu vida”, dijo.

Me levanto de su cama para ir al baño y vaya sorpresa que me llevo al encontrarme preservativos usados en el cesto de basura.

Nosotros no hemos usado preservativo.

Mis ojos se humedecieron al instante.

Salgo del baño, olvidándome del porque había entrado.

Comencé a vestirme lentamente sin levantar sospecha de mi cambio de humor.

―¿A dónde vas? ―no contesté―. Te he hecho una estúpida pregunta, Iridna.

Lo ignoré, sé que me estaba ganando un pase directo al infierno, pero mi dolor me cegaba.

―Te has acostado con otra ―susurro, subiendo el cierre de mi pantalón.

―¿Acaso me estás reclamando? ―había burla en su tono de voz.

―Eres mi novio.

Giré para verlo, pero desviando la mirada.

―¿Y? ¿Eso qué? ―lleva su brazo detrás de su nunca recargándose en este con laxitud.

―Pero, se supone que eres mi novio. No debes hacer eso.

―A ver, a ver, a ver… ―se levanta de un brinco de la cama. Las sábanas cae dejándolo completamente desnudo. Se acerca a mí hasta tomar mi barbilla―. Mírame.

Y lo hice.

―Félix ―susurré.

―Eres la única que amo, estás para complacerme. Quedarte callada y sólo gritar cuando te hago el amor y eso si yo te lo pido. No puedes reclamarme nada, cuando soy hombre y tengo mis derechos. Eres mi novia, no mi esposa, y aunque lo fueras. Hay ciertas coas que tú no me puedes brindar ―lo decía tan casual, que dolía, dolía tanto que quería desaparecer―. Estás aquí sólo porque yo lo quiero, y porque… ―se alejó para mirarme de arriba hacia abajo― estás pasable. Pero tócame las malditas pelotas y me deshago de ti tan rápido como te obtuve.

Mordí mi labio para no reclamar, porque sé que si lo hacía terminaría con un golpe en la cara y tendría que mentir cuándo llegara a casa.

Juega con el cierre y el botón de mi pantalón hasta dejarlo libres, en un tirón me baja este. Me apoya en el buró y me besa en desmedida. Restriega su miembro en mi ropa interior, sintiendo la dureza.

―Abre las piernas.

Así de secas y frívolas son las palabras… de esa manera es Félix. Tan arrollador que no le importaba nada a su paso, ni siquiera el herirme en miles de formas.

 

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Es un gusto tenerlos. Espero actualizar pronto. Gracias por estar aquí. Nos estamos leyendo.

-Lilia Hernández




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