No tomó mi mano.
La vi alejarse en el auto de él.
No saben cómo me sentí en ese momento. Una nube negra cargada de sentimientos como el dolor, la decepción, tristeza y el no estar a la altura para ayudarla me golpeó. Me pesó más su decisión que los mismos golpes.
―¡Santo Dios!
―Hola, mamá.
―Hijo, ¿qué ha sucedido?
No me gustaba mentirle y menos a mi madre, pero tenía muy en mente que si decía la verdad mamá me reprendería por iniciar una pelea. Y tal vez debería contarle lo que está sucediendo con Iridna, pero es algo que no debo mencionar porque estaría rompiendo su privacidad y el voto de confianza que me ha brindado la chica de cabellera larga.
―Me asaltaron.
―¡Dios! Esos desgraciado mal vividos ―corre a la cocina, trayendo el botiquín que tiene ahí.
Pero mi hermano se levanta del sofá, pensando que analizará mis golpes, hace algo que pase por alto al decir aquella mentira.
―¿Aun traes el celular? ―dice moviéndolo al nivel de mi rostro.
Mamá al regresar y ve el celular, su entrecejo se frunce. Una mentira más
―Los golpes fue porque le di guerra al hombre ―dije, sin titubear para ser creíble.
―Hijo ya te he dicho que entregues las cosas. ¿Imagina si va armado? No, no, que cosa horrible te hubiera pasado. No vuelas a enfrentarte. La gente es mala, y por la ambición no se tientan el corazón al empuñar o jalar el gatillo.
―Lo sé, mamá ―contesté, ausente.
Mamá limpio mis heridas, una vez que se me le pasó el susto me dejó ir a la habitación para ducharme.
―Mientes.
―¿Qué? ―cuestiono, viendo a mi hermano por el espejo que tenemos en nuestro cuarto.
―Mamá podrá convencerla con tu mentira, pero conmigo no ―resoplo―. ¿Me vas a decir a mí la verdad o también me vas a mentir?
―No hay nada de qué hablar.
Camino al armario para buscar mi piyama, tardando más de lo normal sólo para perder tiempo y hacer que mi hermano se vaya pero él parece no querer hacerlo.
―Así me tenga que meter contigo al baño, voy a esperar por la verdad.
―¿Por qué crees que miento? ―volteo a la defensiva. El abrir de sus ojos ante mi tono, me hace saber que mi mentira ha caído.
―Estoy esperando, Deneb.
Me siento a la orilla de mi cama, colocando mis brazos en mis rodillas y llevar mi cabeza a mis palmas.
―Iridna
―¿Iridna? ―intenta recordar―. La chica de la cafetería ―evoca―. ¿Ella te golpeó? Que buenas manos.
―No, Luis, no. Por supuesto que ella no fue. Fue su estúpido novio.
―Quieres contarme.
Aunque no puedo verlo por la posición en la que estoy sé que se ha sentado frente a mí.
―Estaba en la cafetería. Ya estaba retirándome, salí de allí y bueno… vi que se estaba besando con él. No era un beso, la estaba ―él solo traer esa imagen de ellos, me da rabia. La estaba tocando de una manera desagradable― ¡Ah! Ella no estaba cómoda, estaban forcejeando, ella no quería que la tocara de esa manera tan bestial. La lastimaba
―¿Así que la defendiste?
Levanto el mentón, para mirarlo.
―Sí…
―¿Y ella cómo se encuentra?
La mención de ello, me hace doler el corazón.
―No lo sé.
Contrae el rostro.
―¿Cómo “qué no lo sabes”? Sí la ayudaste, ¿no? ¿Acaso no fuiste caballeroso como para llevarla a su casa y ver que estuviera a salvo?
―No lo sé, porque ella se fue con él.
Su silencio acompañado con la enmarcación de sus cejas, me hace sentir como un tonto.
―No puede ser ―susurra.
Deje que la ardilla en el cerebro de mi hermano corriera un poco, pero al final volví a hablar para colocarlo en el contexto.
―Ella necesita ayuda, y no sé cómo brindársela sin sentir que estoy rompiendo su confianza ―un nudo en la garganta se sentó. Tuve que pasar salva para intentar deshacerlo pero me fue imposible―. ¿Cómo la ayudo si ella no lo quiere?
Mi hermano me miró fijamente, ese tipo de miradas que te da alguien que está presente pero su mente no.
―Ella ya hizo su elección.
Esperé por una respuesta más concreta, porque eso no era una ¡estúpida respuesta! Pero sólo se levantó de la cama y salió de la habitación.