En el nombre de ella

29.- IRIDNA

―¡Juguemos ruleta!

Estaba en el patio de alguna casa que parecía ser decente, acompañada con grandes cantidades de alcohol por doquier.

La chica que estaba besándose con aquel chico mientras compartían pastillas, la rubia de la hamaca que besaba y tenía la mano metida por debajo de los pantalones de lo que pienso es su novio. El joven de cabello negro y piel morena que  inhalaba algunas líneas blancas, junto con los que jugaban retos; como besarse entre tres, meterse por diez minutos a una habitación y terminar saliendo con la mitad de la ropa, o incluso la estupidez que estaban a punto de hacer… creo que si le quitáramos todo eso, sería una casa decente.

―Yo, primero.

Se preguntaran en que constaba el juego de la ruleta.

Simple.

Era un arma de fuego, a la cual tenías que quitarle una bala a la parte llamada tambor. Después cerrarla y girarla, colocártela en la sien y jalar el gatillo.

―¡Vive!

Y gritar cuando el destino decidía que vivieras… haciendo más tonterías.

Era un grupo de cuatro los que jugaban, todos hombres. Los demás mirábamos expectantes, porque aunque era algo al azar, era la manera de burlar la muerta de manera cínica.

―Por favor, Félix.

Le pedí a susurros que no lo hiciera.

Aunque, para serles sinceros. Mi subconsciente pedía que una de las tantas oportunidades fuera acertada e impactara en su cráneo.

―Cierra la boca.

Se levantó, tomó el arma que su amigo le dio y se la colocó en la sien.

Apretó el gatillo y gritó:

―¡Vive! ―vociferó con orgullo, llevando los brazos a la altura de los hombros, realizando la acción para marcar los músculos.

Una vez que los cuatro sobrevivieron, nadie volvió a jugarlo. Cada uno siguió con sus asuntos; como perderse en drogas  y alcohol.

―No creas que se me olvida lo que hiciste, me pagarás esta ―sonríe cínicamente, acariciando mi mejilla con ternura, contratando con el tono áspero de su voz.

―Me preocupé

―Cállate.

Me empujo de su regazo donde me encontraba sentada, para saca una bolsa pequeña de su pantalón. Sabía que era sin necesidad de preguntar.

―Félix ―su nombre en mis labio fue una súplica de lo que fuera hacer a continuación no lo llevara a cabo.

―Traga esto.

Me entrega su bebida que contiene alcohol. No quiero tragar esa pastilla porque nublará mi juicio y las lagunas mentales entrarán en mi mente. No quería beber alcohol, porque si combino esas dos cosas puede que no vuelva a retomar el conocimiento y siendo sincera no quiero que mis padres me recuerden como una drogadicta que murió de sobredosis cuando en mi vida me ha gustado esas sustancias.

―No quiero.

―Tómatelo ―me la tiende con rudeza.

A pesar de mi temor niego imperceptible, pero lo hago. Al ver mi negación sus ojos chispean con la ira. Se levanta bruscamente, a mí me hace retroceder porque es más alto y la imponencia que irradia me hace trastabillar.

Toma mi mandíbula apretándola tan fuerte que me obliga a abrir la boca, en ese momento la arroja y con el vaso que contiene alcohol, lo empina en mis labios. Ante sus acciones comienzo a ahogarme, obligándome a tragármela.

Cuando ve que me la he pasado, sonríe con suficiencia, y vuelve a sentarse como si nada.

―Ya vez, nada te costaba. Pero siempre quieres que las cosas se hagan a tu manera.

Sabía que el efecto del alcohol y la pastilla me harían efecto de manera inmediata.

Fueron minutos después de que mis ojos pesaran, deje ser dueña de mi cuerpo y mi cerebro me dejó, abandonándome en una oscuridad. Mi audición era tan mala como estar debajo del agua.

―¿Ella sabe de esto?

―Por supuesto, sólo se ha pasado de copas. Ya sabes cómo son de atascadas.

Y podría describir como las manos de cada uno se sentía en mi piel; eran como hormigas venenosas, mordiéndome, clavándose en cada parte de mí… Puedo decirles que esa noche, fue peor que los golpes, peor que estar a punto de morir. Habían profanado mi cuerpo, habían hecho de mi lo que quisieron, me tuvieran a su merced. Eran tan cobardes que no llegaban al nivel de una chica integra, porque sabían la basura que eran. Por eso tuvieron que aprovecharse de mí, estando inconsciente.

 Hasta ahora no sé cuántos fueron, pero el simple hecho de ser violada, me dejó más que una cicatriz en el alma.




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