En el nombre de ella

30.- DENEB

Las manecillas del reloj no dejaban de retumbar en mi cabeza.

Esperar.

Si, tenía que hacer eso, esperar.

―¿Cómo es que a mi niña le sucedió esto?

Llanto.

Así se conformaba la sala de espera del hospital, sin mencionar que había más personas en espera de noticias de sus familiares.

―Tranquila, mujer. Necesitamos esperar que Iridna esté bien para saber que pasó.

―Mi princesa… ―solloza una vez más su mamá.

La familia de la chica de cabello ondulado, estaban pasando sus peores momentos.

Recuerdo que cuando fui en busca de Iridna, encontré a su hermano saliendo de su casa. Supe que algo estaba mal, cuando vi su rostro; desencajado, iracundo, desorbitado y con un dolor profundo en la mirada que se asemeja a ella. Y todo lo confirmé cuando me notificó que ella estaba en el hospital.

―¿Qué es lo que pasó? ―le pregunto a Saúl, el hermano de Iridna.

Hace horas que he estado ausente, mirando un punto inespecífico repitiéndome en la cabeza que todo es probablemente mi culpa.

A la espera de noticias sobre ella es lo que me tiene al límite y la escena que me está brindando sus padres, no ayuda mucho con mi ánimo.

―Mamá me llamó en la madrugada diciendo que Iridna no había ido a casa. Nunca falta a dormir, puede llegar tarde, pero siempre llega ―mueve sus dedos en el vaso de poliestireno que contiene café―. Fuimos a la delegación a poner una denuncia de su desaparición, pero nos dijeron que teníamos que esperar veinticuatro horas para reportarla como desaparecida, así que no se podía hacer nada.

―¿No le llamarón?

El hermano me mira como si acabara de salirme otra cabeza, o incluso como si hubiera dicho una ofensa.

―Iridna, no tiene celular.

―¿Qué?

―Hace una semana tiró su celular por error y dejó de funcionar. Se supone que eres su amigo y no sabes eso ―lo último fue un reproche.

Agaché mi cabeza avergonzado. Durante el tiempo que llevo conociendo a Iridna nunca le solicité su número ni yo le di el mío. A pesar de estar en la época en que es primordial tener uno para la comunicación, no se lo pedí.

Pero sé que es probable que el celular no lo haya dejado caer ella, sino que alguien se lo haya roto intencionalmente.

«¿Él?»

―¿Qué saben del novio de Iridna? ―indago.

―No sabemos nada, ella jamás no lo ha presentado. Sabemos que su nombre es Félix pero es como un fantasma.

Aprieto los costados de la silla. Él, ¡él!, debe de tener alguna retorcida relación con esto. Iridna jamás saldría de su casa, si no es para la escuela, o ver a ese tipo.

―¿Familia de Iridna Quintero?

Un doctor viejo y regordete, capta la atención de todos.

―¿Qué tal está ella? ―inquiere su padre, robando la atención del médico.

―Puedo ver a mi hija ―exige su madre.

―¿Mi hermana está bien?

Yo no le hice una pregunta ya que me sentía fuera de lugar, aunque estuviera preocupado por ella.

Supe que no eran buenas noticias cuando su mirada reflejó el pesar, pero como buen profesional que es, el semblante lo mantuvo sereno.

―No les han informado nada, ¿cierto?

―No, usted es el primero en dar noticias. ¿Qué hay con mi niña, doctor? ―habló la señora, con una voz trémula.

―Cuando llegó la señorita Quintero se nos fue notificado que fue hallada en una de las avenidas principales de la ciudad. Un conductor se percató de ella y llamó ―hizo una pausa, que puedo definir como el silencio para que las palabras que ha dicho fueran asentadas y procesadas por los parientes. Pero sabíamos que en sí, ese lapso fue para prepararnos para lo peor. Nadie se queda callado tanto tiempo cuando son buenas noticias―. Traumatismo craneoencefálico, prueba toxicológica arrojo un alto grado de alcohol y la combinación de anfetaminas…

―No… ―el jadeo de su mamá, desequilibró al hombre de bata.

―Tuvo un desgarre anal, muñeca fracturada, hematomas en el cuerpo como espalda, brazos y piernas.

El sólo oír los resultados de aquella fatídica situación, me revolvía el estómago. ¿Cómo es que una persona llega a tanto? En mí cruza la impotencia, ira, dolor y frustración que podía sentir al saber aquello.

No tenía que decir más. Todo apuntaba al acto más cobarde y asqueroso que existe en el mundo. No podía siquiera pensar en esa palabra. Y no me imaginaba como se sentiría Iridna al despertar y darse cuenta que no sólo le quitaron su vida, sino su esencia.

No me puedo imaginar que el único castigo de él sea la muerta, una dolorosa y humillante. Es probable que eso no le regrese lo que le han quitado a ella, pero es lo único que hay. Ahora entendía el coraje y el miedo de mujeres, creo que tenía una idea, pero verlo ahora de manera tan nítida, era una aberración.




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