En el nombre de ella

40.- DENEB

La familia de Iridna, ya no sabía qué hacer con ella, no tenían la menor idea de cómo actuar. No salía de su cuarto, no comía, no iba a la escuela, no quería hacer nada.

Por otro lado, a mí me dejaron salir, pero aún estoy en proceso ya que la familia de Iridna demandó a Félix. Nada ha sido bueno ya que el infeliz está logrando que las personas que estuvieron en el último lugar que los vieron juntos, digan que en ningún momento fue forzada a nada, y además que no se sabe que él fuera uno de los hombres que la violaron. No fue uno, fueron cuatro, eso es claro por la evidencia.

Es asqueroso el sistema y está inclinándose del lado de él, diciendo que sólo es una chiquilla que quiere llamar la atención. Y que Iridna no quiera hablar no ayuda. Mucho menos de que lo haya golpeado, ya que comenzaron a señalarme de que es posible que yo haya sido su agresor.

—Hola, muchacho —me saluda el padre de ella—. Es bueno verte afuera.

A pesar de que es la primera vez que vengo a verla desde que salí, ellos no se sorprenden de verme aquí. La familia de ella y la mía estuvieron haciendo todo lo posible para poder sacarme de la cárcel, aunque los cargos sigan.

—El gusto es mío ―asiente con la cabeza cabizbajo, y nos adentramos a su hogar.

La tristeza en el hogar es palpable. No hay ruido, sólo silencio siniestro que cala tus hebras. Es una gran diferencia desde el día del cumpleaños de ella, hasta hoy. Y no es para más cuando todo fue devastador.

El hermano de Iridna está sentado con una taza en las manos, con la mirada perdida. Lleva unos pantalones de descanso, algo muy diferente a como lo he visto; con traje. Escucho en la cocina trastos, supongo que su madre está allí.

—Buenas tardes —saludo.       

Él parece notarme, su mirada tarda en enfocarme y en procesar que está pasando hasta que llega el entendimiento y sonríe nostálgico. Desde el incidente, su hermano no se ha despejado de la casa de sus padres, hasta me a arriesgo a decir que no ha ido a trabajar.

—Hola, Deneb.

Estrechamos nuestras manos.

No hay más palabras ni una secuencia de preguntas, sólo un saludo cordial. Y no está para más.

De hecho aun no comprendo cómo es que no me odian por haberles ocultado lo sucedido con su hija. Si yo hubiera hablado mucho antes de todo, nada de esto hubiera pasado.

Su familia quieren aferrarse a algo e intentar entender en que momento su pequeña niña se convirtió en una sombra de un detestable hombre.

—¿A salido? —todos sabemos esa respuesta.

—No. En la mañana dejé comida… —sus palabras se pierden en el aire, su mirada ve un punto fijo en mi espalda—. ¿Iridna?

Frunzo mí frente al no entender de qué habla, pero mi cerebro hizo conexión y de inmediato volteé. Ahí estaba, parada en el último escalón de las escaleras. Mirada pérdida, sus ojos están inundados por grandes lagunas negras, sus labios están resecos y sus pómulos se encuentran de un color oscuro. Su cabello ahora está corto a la altura de las orejas, sus manos abrazan su delgado cuerpo, mientras se encuentra encorvada.

—Iridna… ―menciono, sorprendido al verlo.

Me miró, no sé por cuanto, pero se sentía como si quisiera comunicarme algo. Eso iba a hacer imposible, teniendo en cuenta que ha mantenido a su familia en todo un hilo.

—Hablaré. Les diré todo —su voz es suave, pero titubeante—. Si me prometes Deneb, que te quedarás.

Quería decirle que no necesitaba pedírmelo. Pero preferí callarme y guardar esas palabras para mí. En este momento ella era la prioridad.




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