En el nombre de ella

49.- IRIDNA

Abre la puerta de su casa, me sacudo y me liberó. Aprovecho eso para correr a su comedor.

—Ven. Ahora. Aquí.

Negué con frenesí, mientras mis mejillas se encontraban empapadas, las manos me temblaban. El dolor, el miedo… no, el terror; me oprimen el pecho.

—Te dije. Te dejé muy claro que si otro hombre te tocaba te mataría. ¡Te mataría!

No entendía sus palabras. Cuando él fue quien me violó, a pesar de no recordar los rostros de los otros participantes en mi agresión, él los dejó.

—¡Dejaste que me tocaran! ¡Fuiste tú! ―grito al borde de la histeria.

Camina a mí y yo corro para que no me atrape.

—No.

―Sí ―hipeo―. Tú permitiste que me tocaran, Félix. Lo hiciste.

—No estoy jugando ―sisea.

—¿Qué te hice para que me trataras así?

—Te trato como lo que eres… nada —se volvió a mover y yo igual.

—¿Por qué…?

—Deja de hacer preguntas tontas.

Se lanza sobre la mesa, atrapando mi suéter. Me hace trastabillar y caer al suelo. Él lo aprovecha y se coloca encima de mí. No puedo moverme, no puedo pelear. No puedo hacer nada.

—Te quería.

―Yo te amo, perra escurridiza.

Sabía que sus palabras eran una burla.

Sufrimiento infernal, eso era lo que yo estaba viviendo. En dosis tan grande que parecía una droga que estaba a punto de desplomarme. La insolencia con la que hablaba, atormentaba y destruía mi alma, dejando ver mi poca determinación hacía mi persona, restregándome en la cara que todo esto lo permití en el momento que dejé que me insultara, para llegar al primer golpe y así hacer una pequeña cadena que al parecer estaba a punto de llegar a su final.

—¡Déjame! ―manoteo, y golpeo levemente su rostro.

Lleva mis brazos por encima de mi cabeza, presionando tan fuerte que muerdo mi labio para no chillar de dolor.

—Eres una perra insolente.

—¡No! ¡No! ¡Por favor!

Esa fue la primera vez que luché. No quería morir, en verdad que no lo quería. No en sus manos

Toma mi mandíbula con una mano.

—Mírame, y recuérdame. Porque esta será la última vez que me verás.

Y por primera vez deseé estar drogada, para no sentir todo aquello en vida propia.




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