En el nombre de ella

61.- DENEB (FINAL)

Un tiempo después…

La adolescente frente a mí levanta su mano como si estuviera en un salón de clases.

—¿Qué pasó con ella?

Miro a las dos, intentando que lean los sentimientos que transmito. Y aunque sus rostros desilusionados me informan que se hacen una idea de lo que pasó al final. Ellas necesitan escucharlo.

—Se fue.

La más pequeña de las dos, habla:

—¿No hay final feliz?

―Por supuesto que no ―le responde su hermana con obviedad―. ¿Por qué crees que el tío Deneb lo está contando? Porque no se salvó ―voltea a mirarme―, ella murió.

—Eso es cruel ―susurra.

―La vida es cruel ―afirmo―. Pero deben saber con qué tipo de personas se rodean. No deben permitir que nadie les levante la voz, que les pegue, o si quiera les prohíba algo. Son mujeres preciosas, son mis pequeñas sobrinas, y ustedes deben cuidarse entre sí.

—Ella no merecía un final, ella merecía una vida ―afirma, mi sobrina la mayor.

Sus palabras duelen, y en años, me permito que ese dolor se apoderé de mí.

—¡Niñas! ―la voz de su madre retumba en algún lugar de la casa.

—Creo que ya nos vamos, tío ―la más pequeña de las dos me abraza, beso su mejilla con cariño.

Toma su mochila y sale corriendo del reducido lugar que es como mi oficina.

Mi otra sobrina, se levanta despacio tomándose su tiempo.

―Gracias por contarnos ―me entrega el diario de Iridna. El último que tuvo en sus manos―, no debías. Pero en verdad gracias.

―Cuídate mucho, Liza.

La abrazo y beso su coronilla.

Se separa de mí y veo que danza una duda, y al final parece decidirse en soltarla:

―¿Qué le pasó a esos hombres?

Sabía perfectamente a que hombres se refería. Y aunque tuvieron el final que todos deseamos, eso no nos devolvió a Iridna.

―Félix intentó huir pero no lo logró. Fue a la cárcel días después de que lo atraparon. Al ser retenido y buscar algo de baja condena, dio el nombre de los otros sujetos.

―¿Siguen ahí?

―Dos de ellos murieron en la cárcel después de qué… ―me daba regocijo saber que esos hombres tuvieron un final asqueroso. Fueron empaladas cuando estuvieron adentro ya que eso se les hace a aquellos agresores―, de que no aguantaran las condiciones ―digo, ya que a pesar de que no es una niña, no quiero mencionarlo―. Y los otros cumplieron con la condena, ya no sé más de su vida.

Luis entra, indicándole a su hija que salga ya que su madre la está esperando. Vuelve a abrazarme en despedida, y sale.

Mi hermano ve el diario de Iridna y sonríe de lado, en tristeza.

―Lamento si las niñas tocaron algo que no debían ―se disculpa.

―Tranquilo. No es como que lo haya ocultado, estaba en el librero, me imagino que Liza lo tomó pensando que era un libro.

Hace dieciocho años que a Iridna Quintero le arrebataron la vida. Hace dieciocho años que vi como el cuerpo que le pertenecía a ella, era sólo sangre, piel e injusticia.

Ver como alguien que te importa en esa forma, te marca para toda la vida.

―Fue bueno verte ―Luis se acerca y me rodea en un abrazo fraternal.

Hoy vino porque mi esposa, hizo algo para mi cumpleaños, y la presencia de mi hermano, su mujer y sus dos pequeñas niñas, me trajeron un poco de felicidad.

―Nos vemos, Deneb ―La voz de la cónyuge de mi hermano, me hace separarme de él.

―Gracias por haber venido, Lau.

Sé que se preguntan qué pasó con Jennifer la que era novia de mi hermano hace tanto tiempo atrás. Pues nada, él se enteró que lo estuvo engañando y abrió los ojos, se dio cuenta que no era mujer que valiera la pena. Por ello me alegro que Lau, ahora su esposa, sea alguien tan perfecta para él.

―No hay de qué, y feliz cumpleaños ―menciona mi cuñada, abrazándome.

Salimos los tres de la habitación dirigiéndonos a la salida.

Mi esposa está con nuestra pequeña niña en brazos. La última en mencionar, al verme sonríe y chilla lanzando sus manitas en mi dirección. No la tomo, ya que pronto será su hora de dormir, y si está conmigo no lo hará hasta pasando la madrugada, pero si lo hace su madre, caerá rendida. Así que sólo me limito en besar su cabeza y huir de sus pequeños brazos.

Despido a mi hermano y a su familia para volver dentro, ya que tengo que verificar si se envió un correo que me solicitaron en el trabajo, por ello había desaparecido por un momento para realizar esta tarea antes de que mi sobrina Liz, llegara.

―La niña ya se durmió ―avisa, Norma, desde la entrada.

Sé que sus palabras tienen un pequeño mensaje que gustoso voy a aceptar y más teniendo en cuenta que es mi cumpleaños.

Pero de igual manera que Luis lo hizo hace minutos atrás, Norma dirige los ojos al diario que está en mí escritorio.




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