En el nombre del amor; cicatrices

Capítulo 2

Estela

—Cállate... —Me cubrí la cabeza con la almohada para minimizar el ruido que provoca la alarma y funciono, pues nuevamente me quede dormida.

Después de un rato volvió a sonar.

Perezosa, entre abrí un poco los ojos, respirando tranquilamente hasta que recordé dos cosas. La primera es que hoy era miércoles y la segunda, es que sigo viva—. Carajo—gruñí al mismo tiempo que arrojaba la cobija.

Me apresuré a vestirme con el uniforme formal, literalmente. Una camisa blanca, un chaleco oscuro al igual que su saco, acompañado de una corbata roja y falda color negra, eso sin contar las obligatorias medias blancas y zapatos bajos. Tal vez se debía a lo prestigiosa qué era la escuela.

La preparatoria “INTEL" era reconocida por su gran cantidad de pases directos a universidades, entre ellas “SLACK" de ahí salían las personas mejor preparadas en negocios internacionales y ese es mi objetivo, bueno, eso creo. Últimamente ya no me importa mucho el futuro, quedo más que claro con mi acción de ayer.

De no haber sido por él—Recordé su rostro—no tendría que preparar un mañana—Suspiré, enojada mientras me abrigaba con una bufanda roja y colocaba la mochila sobre el hombro. Abrí la puerta observando a ambas direcciones en busca de ella. Al verificar su ausencia bajé las escaleras. Camine lentamente hasta llegar al refrigerador. Saque la leche y un ronquido me asustó. Me acerqué hacia el sofá, ya que de ahí parecía provenir el ruido.

—... Déjalo... Déjalo—murmuraba entre su sueño que al parecer no era agradable o al menos eso delata su expresión.

La miré con más detenimiento, sorprendiéndome de un hematoma en su mejilla izquierda.

<<¿Se habrá peleado con alguien? O, ¿se cayó?>> fueron las posibles hipótesis, aunque parecía más creíble la primera.

De todas formas, no es mi problema. Ella, tampoco se preocupa por mí. Resignada me aleje del lugar. Servi un poco de leche en el termo junto al agua caliente, agregue el café, la azúcar y tome una dona de chocolate que había comprado previamente. Me puse los audífonos inalámbricos y salí de la casa, esta vez en dirección a la escuela. En ese lugar todo es más tranquilo porque puedo estar sola, sin nadie que me preste atención o hable. Soy completamente invisible, o eso pensé…

Mis emociones se enloquecieron en cuanto vi al chico que me “salvo” ayer. En mi cabeza se tornó un caos tratando de encontrar una respuesta a lo que pasa. El cuerpo no me reacciona y me mantengo quieta como tonta.

<<Tranquila, tranquila. Espera a que se vaya.>>

Además, él se encuentra hablando con un compañero de mi salón que parecía ser su amigo por la forma tan amistosa en que se reían. Tal vez solo vino de momento a verlo, no creo que tarde en irse.

¡¿Qué?! —Entre en alerta en cuanto dio un paso hacia adentro del salón.

Por instinto y sin pensarlo mucho corrí y lo sujete de la correa de su mochila, jale directo al aula de alado, la cual se encontraba totalmente vacía. Cerré la puerta y lo acorralé en esta.

—¡¿Qué haces aquí?! —cuestione, intentando no levantar tanto el tono de la voz.

Él se encontraba conmocionado por la situación, lo supe por sus ojos abiertos de par en par.

—Lo diré de nuevo, ¿qué haces aquí? —repetí.

Me inspecciono durante unos segundos, buscando en sus archivos cerebrales quién era, hasta que ladeo una sonrisa—. Preciosa—dijo—. No esperaba verte por aquí, ¿qué tal tu día?

—Escúchame bien—solté con firmeza—. Tú y yo, no nos conocemos y jamás lo haremos, ¿entendiste?

Era peligroso que los otros supieran acerca del intento de suicidio. Estoy segura de que llegaría a los oídos de la directora y con ello a los de ella. De igual forma si él continúa queriendo acercarse mis días de invisible terminaran.

La campana de la escuela sonó, anunciando el inicio de las clases.

—Supongo que quedo claro. —Aleje.

Sujeté la perilla de la puerta y una vez que él se quitó la abrí. Entre al salón sin llamar la atención y senté hasta el fondo, como siempre. Después él paso y a diferencia de mí se llevó todas las miradas y murmullos.

—Hoy tenemos a un nuevo compañero. Su nombre es Cristian, por favor trátenlo bien. —Lo presentó el profesor en forma de monologo, bien aprendido y sin ganas—. Puedes sentarte donde gustes—mencionó, poniéndome los vellos de punta, ya que, el lugar a lado mío estaba vació, pero ya le hice la advertencia. —Volví a respirar tranquila—dudo que se atreva a quitar mi mochila, y con su dulce voz pedir…

—¿Puedo sentarme contigo?

¡!

Consternada voltee a verlo, intentando comprender el por qué lo hacía. Acaso, ¿es para fastidiarme? Porque de ser así, lo está logrando. Iba a negarme rotunamente cuando él se sentó.

—Comencemos con la clase—anunció el profesor.

—Oye, tú—susurre—. Te dije que…

Me interrumpió—. El silencio lo atribuyes como un sí, ¿verdad? —dijo—. Yo también—se burló con descaro.

Es un demonio andante.

En el transcurso no podía dejar de analizarlo, poniendo atención en el más mínimo detalle de sus movimientos. Entre ese lapso me di cuenta que en su mano derecha tiene un pequeño lunar, el cual hace un buen detalle con su reloj blanco.




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