Estela
—¡Esto es una porquería! —gritó, llamando la atención de todas las personas del restaurante que de inmediato iniciaron con cuchicheos “discretos”, miradas de disgusto y una que otra risita por lo nefasto que ha quedado mi ropa. La salsa amarilla (saber de qué) me abarca la parte del pecho, goteando al suelo de mármol negro—. ¡Un asco! —De un manotazo tira la botella de vino, ocasionando que la señora de al lado tiemble. Le tiene miedo, yo no. Estoy acostumbrado a este repentino cambio de humor tan severo, por no decir, agresivo. Solo mi enojo crece al pensar en todo lo que tendré que limpiar por su culpa.
—Cálmate, cariño. —Trataba de tranquilizarlo su mujer, o más bien, su arpía; la verdadera responsable de este asunto, a la cual no planeo cubrir por más tiempo.
—Ella fue—dije.
—¿Qué? —inquirió el hombre con una mueca.
La señale—. Ella fue quien arruino su comida. —La castaña abrió sus ojos de par en par. Fruncí mi ceño—. La vi hacerlo en la cocina cuando fingió ir al baño.
La mujer tenso la mandíbula al punto de que creí que se le rompería—. ¡Mientes! —refunfuño. Los murmullos aumentaron de tono y esto la hizo darse cuenta que se estaba exponiendo. Regreso a su compostura de mujer propia de la clase alta, mirándome con desdén—, ¿con que propósito lo haría? —sonrió. Sabia el poder de sus palabras ante una chica insignificante de clase media, pero no cuenta que fingiendo ser parte de esta aristocracia, los rumores son el peor enemigo.
Quizá no todos me crean, más algunos tendrán la duda—. Siempre vienes a este restaurante en busca de hombres ricos que te llevas después de arruinarles la comida para hacerles pasar un mal rato y tratar de “recompensarlos” con tu cuerpo—revele sin disimulo. La gente de este lugar, casi siempre suele ser la misma; hay testigos entre ellos, saben que no miento. Hombres traicionados por una caza carteras que desde luego por vergüenza no dicen nada, en cambio, mujeres han visto como ella los enreda en mentiras hasta llevarlos a la cama. La castaña es tonta, debería ser precavida, en lugar de hacerlo muy consecutivamente. Elegantes señoras susurran entre ellas, se burlan, critican, atacan… La arpía lo siente, le teme. Dentro de ese mundo lujoso ha caído; sin embargo, ve al hombre arrogante que desde un inicio estuvo con ella. Sus ojos cafés se ríen, han encontrado una escapatoria.
Adopta una figura frágil, parecida al de un ratón en medio de un terreno de gatos. Se dirige al hombre, derramando lágrimas, falsas, obviamente—. Eso no es verdad. —Toca el pecho de su acompañante, dando movimientos circulares para provocarlo—. Te juro que miente. —Hasta su voz dulce me agria la boca. Mentirosa. Pone un puchero, con el cual el hombre iluso cayó redondito.
Él la disfruta con la mirada mientras ella acerca su antebrazo a sus senos. Se muerde los labios antes de arreglar su garganta, tratando de no mostrarse cerdo al público—. Es obvio que dices puras incoherencias—se dirigió a mí. Luego sujeto a la víbora de su cintura—. Solo estas celoso de que un chico tan afeminado como tú no tenga a una hermosa mujer como yo. —Le toca el trasero, haciéndola saltar del agarre.
Que vulgar. Fruncí los labios y aclaré—. Soy chica.
Ambos se sobresaltaron y escanearon a detalle. Era normal esta reacción, ya que llevo puesto el uniforme de camarero, por ciertas razones que casi nadie sabe, a excepción de Ana…
—¿Qué pasa aquí?
…mi subjefa.
Ellos le dirigieron la misma mirada de desprecio, así que explique para terminar lo antes posible esta situación—. Este hombre insatisfecho con su comida decidió, con su diminuto cerebro, que era buena opción arrojármela, pero yo le hice saber que la responsable es su acompañante. Sin embargo, no me cree y al final estoy segura de que le robaran su cartera—Me encogí de hombros, restándole importancia, lo que hizo irradiar rabia en el hombre.
—¡Sigues con lo mismo! —Se alteró e intento acercarse, pero Ana lo confronto al colocarse delante de mí.
—Si los platillos no fueron de su agrado, el problema es de los cocineros, no de mi empleada—defendió.
Una vena resalto en su frente, quizá por el fastidio de negarle a tener la razón—. ¡Me vale un carajo! —gritó—. Tengo tanto dinero y poder que puedo culpar a quien se me dé la gana. —Escupió a mis pies antes de irse.
Marrano.
Cerré los ojos con fuerza ante la frustración, priorizando el por qué necesito este trabajo por más que lo odie. Trabajar en un restaurante de lujo, rodeada de la clase alta, es agobiante, demasiado. A veces quiero caer en la locura de hacerles frente, pero soy una cucaracha tan simple de pisar.
Malditos ricos. Solo juegan y utilizan.
—¿Estas bien? —preguntó Ana.
Visualice mi ropa, pegajosa y amarillenta. Casi me dan ganas de vomitar.
—Sígueme—ordenó—. Te daré un uniforme limpio.
—Pero…—continue viendo el líquido rojo en el suelo hasta que una de mis compañeras me quito de mala gana para pasar los mechones del trapeador. Sin decir más fui tras Ana.
Estando en los vestidores no dejaba de resoplar acerca de los clientes. Solía quejarse mucho y la comprendía, los ricos son los peores seres en la Tierra, siempre siendo unos mentirosos y sobajando a los demás.
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Editado: 10.11.2024