Estela
Veo a Diana dar vueltas en un mismo punto, mordiéndose los labios de la desesperación que muestra al agitar sus manos en medio del caos de la cocina. Cuando logra verme entre la multitud, hace un gesto de súplica antes de gritar—. ¡¿Cómo se ocupa la estufa?! —Algunos la miran confundidos, otros voltean los ojos y yo solo sonrió, no por maldad, sino por ternura, porque conozco el motivo por el cuál ella desconoce todo acerca de lo que a la mayoría es cotidiano. Una princesa rica no lava ni un vaso.
Intentó acercarme, pero un plato de carne laminada de oro interfirió en mi paso—. Orden lista. —menciona el cocinero.
Sujeto el plato de mala gana mientras Diana se frustra por ver que no podre ir con ella; sin embargo, noto a Wood a su espalda, el cual se alboroto su cabello y endereza antes de acercarse—. Yo te ayudo, linda. —Comienza a explicarle los cuidados que debe tener con mucho detalle, lo que me provoca la suficiente tranquilidad para irme a entregar la orden.
Con solo una semana y media se llevan bastante bien. Además de que han estado muy misteriosos; murmurando y observándome en todo momento, sobre todo la tarde de hoy. Me da risa que intenten disimular cuando es obvio, pues hacen las mismas caras. Me atrevería a decir que parecen almas gemelas si no fuera porque Diana ya tiene pareja. Lástima, se nota cierta atracción al momento de…
Un dolor punzante en la cabeza me genera un gesto que logre disimular con una sonrisa a la hora de llegar a los clientes y darles su comida, aunque de regreso la sensación vuelve más fuerte, al punto de detenerme.
—Deberías descansar—propuso Rubí al verme estremecer por el dolor.
—Solo es cansancio—sonrió ligeramente para aliviar su preocupación, pero en mi interior sé que es por estrés al sobrepensar en que haré de regreso a la escuela. No puedo seguirme ocultando y menos cuando yo pago mis estudios.
Escuche un fuerte suspiró por parte de Rubí—. Al menos siéntate un rato.
La miré completamente, quedando sorprendida de la montaña de platos que lleva en las manos, pues ni siquiera se ve su cabeza.
—Déjame ayudarte.
—¡No!
Al acercarme, ella se dio la vuelta con brusquedad, chocando con alguien y tirando todos los platos, pero…, no cayó, pues la sostuvieron.
—¿Estas bien? —Al notarla tan embobada en lo que veía, levante la mirada, encontrándome con su rostro de perfil y sus preciosos ojos dorados igual de centrados en los azules de Rubí.
La boca se me torno amarga y el pecho me punzo como agujas pinchando dentro del corazón.
—¡¿Qué esperan?! —gritó el jefe, en ese instante Cristian se dio cuenta de mi presencia y creo, le brillaron los ojos—. ¡Levanten los vidrios!
Recuerda lo que paso Estela. Él no te lo perdonara. Finge no conocerlo.
No conocerlo… Aprete las manos y desvié la mirada.
—Enseguida—contesté lo más natural posible.
Mi visión se vio interrumpida por el cabello rojo de rubí al agacharse—. Te ayudo.
La escena anterior me regreso de manera fugaz a la mente, irritando cada una de mis células—. Yo lo hare, tu busca una bolsa—le dije con un tono un poco áspero que no pude evitar. Ella solo asintió confundida antes de marcharse.
Continue recogiendo los pedazos de vidrio que se habían esparcido por el suelo. Cristian se incoó e hizo lo mismo. Lo mire de reojo; él parece ignorarme, supongo que esa actitud es normal cuando acabas de ser herido, pero…, odio haber sido yo quien provoco esa tristeza que se asoma en el semblante de su rostro…por más que trate de ocultarla, ahí está por…
—¡Mmm! —Un ardor se llevó los pensamientos y la sangre escurriendo nos obligó a vernos.
Cristian al instante me sujeto la muñeca, observando con cierto enojo una herida en mi palma—. Debes tener más cuidado. —Coloco un pañuelo blanco en el corte—. Presiona fuerte. —Su mano con la mía de nuevo—. ¿Duele? —Su voz suave. Se ha vuelto mi droga favorita—. Estoy de suerte—cruzamos miradas—, logre encontrarte—sonrió.
Me estaba buscando… ¡Despierta!
—¿Qué haces aquí? —cuestione en un susurro—. Deja de seguirme.
Beso mi mano lastimada y juro que deje de sentir dolor—. Ya lo intenté, pero no pude hacerlo.
Cristian… Quise tocar su rostro, pero la mano me ardió.
—Debemos lavarla y quizás llevarte al hospital
—Ah, no hace falta. —No puedo ir al hospital. Si ellos llegan a ver las marcas de mi cuerpo…—. La herida no es profunda, estaré bien. —No parecía convencido—. Si me disculpas, volveré al trabajo. —Ambos nos levantamos
—Ay, Estela—suspiró.
—¡Oye! —Volvió a sujetarme la muñeca y me arrastro consigo por el restaurante hasta el baño. Al instante las mujeres se quedaron atónitas al ver a Park parado en la puerta, pero a él no parecía importarle en lo absoluto.
—Todas. —dijo firme—. Afuera—ordenó. Los cuchicheos empezaron, pero nadie se movió. El semblante de Cristian se torno más duro—. Un Wilson no debería repetir sus palabras. —Las voces fueron reemplazadas por un silencio, o, mejor dicho, por un pánico silencioso antes de que cada una se disculpara al salir.
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Editado: 10.11.2024