En el nombre del amor; cicatrices

Capítulo 9

Cristian

Su llanto había cesado hace apenas unos minutos, pero sus piernas parecían flaquear, perder fuerza. Hasta que todo su cuerpo se tambaleo—. Te tengo. —Pase un brazo por sus piernas para levantarla. De inmediato me rodeo el cuello. <<No me sueltes.>> Nunca lo haría. Decidí sentarla en mis piernas mientras ella aún me abrazaba—. ¿Cómo te sientes? —Su respiración se encontraba mucho más calmada.

—Tengo sueño—reveló.

Siempre tiene sueño, pero es porque se desgasta emocionalmente. Alguna vez leí que las personas se quedan dormidas con aquellas con las que se sienten seguros. No tengo ni idea de que tan cierto sea, pero no me importaba. Si lo que quería era dormir, que así fuera, mientras tanto yo la cuidaría.

—¿Quieres que te lleve a otro lugar?

Negó antes de contestar—: No. —Me sujetó con más fuerza—. Quiero…quiero seguir así…—Los vellos se me erizaron en cuanto paso las yemas de sus dedos por mi nuca. Un acto tierno, sincero—. A tu lado.

Bueno. La verdad es que lo estoy disfrutando muchísimo. De hecho—Me acurruque—es el cielo estar de esta forma con ella. Es tan calientita y suave que parece un peluche. Y sí, ¿no la suelto nunca más?

—Mami—la voz de un niño nos sobresaltó. (Se supone que estábamos solos en este pasillo)—, ¿qué están haciendo esos dos? —Voltee a verlo con una mirada penetrante, para que se callara—. No juzgues hijo, solo Dios le dará el castigo adecuado a su impureza—le respondió la madre al mismo tiempo que lo jalo directo a otra sala.

Estela se enderezo—. Perdón. —Se notaba avergonzada—. Te hice quedar como un impuro.

Solté una carcajada, la cual Estela no comprendió. Luego negué varias veces—. Ellos no me importan. Que digan lo que quieran. No pueden entender que estoy en uno de los momentos más felices de mi vida. —De nuevo la abrace.

Reímos.

—Cris—llamó.

Las palabras para contestarle se me atascaron en cuanto sentí sus labios posicionados sobre mi mejilla

—Gracias—mencionó junto a una encantadora sonrisa que me derritió por completo.

El rostro me ardió. De seguro me había sonrojado. Le di un toquecito juguetón en su nariz—. ¿Sería mucho pedirte que me agradezcas siempre así? —coquetee.

Desvió su mirada—. Eso es aprovecharse.

—Si tú lo dices. —Deje que se levantará.

—Lo sabes, Park—recalco y yo solo sonreí, pues tenía razón—. Siempre—se inclinó un poco—, eres un aprovechado. —Esta vez me beso en la frente. Carajo. Tuve que respirar para controlar mi corazón o se me saldría del pecho—. Quiero seguir explorando. —Me agarró la mano. Me levante al instante. Tantas sensaciones en poco tiempo me estaban matando.

En los demás pasillos no hubo mucho que le fascinara a Estela; un montón de peces coloridos y raros crustáceos que ella definió como “animales ordinarios”. A excepción de la intrigante emoción al ver por un corto instante a una orca junto a su entrenadora. <<Nos perdimos del show.>> Había dicho en cuanto nos corrieron de la sala. Mi reloj marcaba las seis de la tarde. Hora en que cierran.

—Creo, que hasta aquí llegó nuestra aventura—suspiró.

Todavía no—. Si tienes tiempo, ¿te gustaría ir a la costa de Amalfi? —propuse, esperanzado de que esto aun no terminara.

Sus ojos se iluminaron de nuevo—. Es una grandiosa idea.

Amalfi, es una de las costas más hermosas que existen, causando millones de sensaciones debido a su pueblo que está literalmente al borde del acantilado. Además, es muy colorido y lleno de vegetación; perfecto para dos enamorados.

Al llegar, el aire fresco pego con fuerza en nuestros rostros. Estela respiro hondo antes de comenzar a descender hacia las hermosas aguas cristalinas de color azul intenso; reflejo del cielo, anunciando la llegada de la noche. Luego fui tras la pequeña traviesa quien ya se encontraba en las orillas de la costa con los brazos extendidos mientras revoloteaba su cabello. Se acercó un poco más. Las tranquilas olas apenas tocaron la orilla de sus tenis. Retrocedió.

¿Qué sucede? Evite la pregunta porque sabía la respuesta. Aquel día, cuando la conocí, en ese puente, planeaba arrojarse…al agua. La altura, claro que habría sido un problema, pero, si lo pienso más a detalle… Estela no planeaba morir por el impacto sino por…ahogamiento.

Volvió a dar un paso atrás por quinta vez. Y de nuevo se agacho para tocar el agua con sus dedos. Era un deseo tenebroso dentro de ella. Aunque no me lo diga, estoy casi seguro de que ama este lugar; sin embargo, el recuerdo de su intento de suicidio la perturba.

—¿Qué haces? —preguntó en cuanto pase a su lado para adentrarme a las aguas. Deje que estas me cubrieran hasta las rodillas antes de girarme a ella.

Si hay recuerdos malos que invadan su mente, entonces los destruiré y los reemplazare por uno nuevo. Lleno de alegría y amor—. Ven, acércate—anime.

Se levanto de golpe, intentando reprimir una sonrisa. Dio uno, dos, tres pasos. Se detuvo con el ceño fruncido—. ¡No deberías mojarte! —regaño—. No traemos cambio de ropa.

Resople—. Hay muchas tiendas aquí, de eso no hay problema. —Desvió la mirada y rasco su mejilla. ¿Nerviosa?, ¿por qué? El frio me congelo al instante el pecho que sin darme cuenta algunos rastros de agua me habían salpicado, pegándome la camisa a la piel. Eso explica el rojo vivo de su cara. Rei—. Deja de andar de mirona y ven conmigo. —Le arroje un poco de agua.




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