En el nombre del amor; cicatrices

Capítulo 10

Estela

Me recosté en la pared de mi casa a pensar y tranquilizarme un poco, pues tantas emociones me revolotean en el estómago. Pero, sobre todo, predomina la felicidad—Reí—estos dos días han sido hermosos, incluso—Me toqué los labios, avergonzada—nos besamos—Sentí mi rostro calentarse—más bien, yo le pedí el beso—Todo el cuerpo me ardió—Oh, cielos. Ese contacto fue…maravilloso. No sabía cuánto había estado deseando ese beso hasta que me vi envuelta en la sensación más viva de toda mi vida…—Desvanecí la sonrisa—pero, olvidé mencionarle que quería mantener nuestra relación en secreto. Espero no se lo tome a mal. Es que, aun no tengo el valor para decirle mi situación y conociéndolo actuaria imprudentemente. Eso me preocupa mucho, ¿qué pasa si no logro reunir el valor a tiempo? Y sí, ¿ella me gana de nuevo?

<<Tres meses.>> El recuerdo resonó en mi cabeza. <<Intentémoslo por tres meses.>>

Claro. Si antes de esos tres meses no la enfrentó, entonces me obligaré a terminar con él—Me oprimió el pecho—es por su bien.

Empuje la puerta principal de la casa, pues como es costumbre suele olvidar cerrarla cada que sale. Al instante me cubrí la nariz ante el olor fuerte y penetrante del alcohol. Maldita sea. ¿No puede al menos dejar abierta una ventana? Si tanto se olvida de la puerta por qué no mejor…

—¡¿Dónde estabas?! —preguntó en un tono espero, agudo. Efectos del alcohol y la rabia.

Mis extremidades no reaccionaron mientras la cabeza me gritaba el peligro de seguir de pie ahí, inmóvil. Pero, siempre ha sido inevitable. No puede negarlo ni evitarlo; esta mujer me aterra.

Maldijo por lo bajo antes de jalarme del hombro con brusquedad para voltearme. Agache la mirada—. ¡¿Dónde diablos estabas?! —espetó—. ¡Contesta!

No lo hice. Desatando la furia que ya conocía. Un ardor me recorrió la mejilla izquierda, luego el dolor se paso a mis brazos ante las uñas que se clavaban cada vez más por la agitación brusca—. ¡Tú no lo entiendes! —Pequeñas gotas de saliva me salpicaron cada vez que lo repetía—. ¡No puedes escapar como antes! —De pronto un sonido estruendoso del ático la hizo retroceder, llena de angustia, como si entendiera algo que yo no. Alargue el cuello hacia la desgastada puerta del ático para tratar de comprender el ruido, pero la pregunta de Marcela me estremeció—. ¿Con quién?

Entonces una fuerza extraña dentro de mí se mostró. Levante la barbilla, tomándola por sorpresa—. Eso no es asunto tuyo. —Sé qué negar o decir algo como “No sé de qué hablas” “No era nadie” sería inútil. Marcela esta loca, más no idiota.

Apretó los puños—. ¡¿Quién?! —gritó—. ¡Dímelo! —Lanzo un manotazo al aire, tambaleándose. A lo largo de los años ya conozco cuando se encuentra a punto de colapsar—. No lo entiendes. —Sus ojos marrones se llenaron de lagrimas a la par de que caía al suelo—. Lo siento—susurró y por fin cayó dormida, sumida de nuevo en pesadillas que al poco rato la harían gemir de angustia.

Quizá por eso dude mucho antes de hacer la primera declaración a la policía cuando tenía diez años. Pensé que los efectos de esa estúpida bebida la volvían violenta por las noches y que a la mañana siguiente con sus miles de disculpas por haber cometido tales horrores y dicho millones de incoherencias seguiría siendo la madre amorosa de siempre; sin embargo, luego ya no hubo diferencia. El sol, aun en su punto más alto, estaba en total oscuridad. Solo una cosa siguió igual a todas las demás, el arrepentimiento de ver las atrocidades de su monstruoso ser.

—En un lugar seguro—murmure sin saber si aun podía escucharme—. Ahí es dónde estaba.

***

A la mañana siguiente me encontré a Diana en la sala de teatro—. ¿Vas a presentar otra obra?

Intentó abrazarme, pero mi cuerpo interpuso las manos. Suspiré con fuerza—. Perdón. —Con Diana aun me cuesta, sin mencionar que sigo tensa por lo de ayer.

Ella sonrió un poco incomoda antes de hablar—. ¿Cómo estás? Aquel día me quede preocupada.

Me rasque la mejilla—. Lo lamento. Me sentía tan abrumada que no podía pensar bien las cosas.

—Esti—habló dulcemente—. No tienes que disculparte, fue culpa mía y de Axel por juntarlos a la fuerza.

Negue. Ahora las cosas eran diferentes, pero ella lo desconoce—. ¿Cómo esta él? —pregunté. Me angustia meterlo en problemas por lo del baño o el jefe.

Diana le bajo importancia con un gesto de la mano—. Ese tontito está bien. Bueno—memorizo—, ahora creo que no tan bien porque deje de trabajar ahí o mis padres me bombardearían con preguntas. Tú sabes, solo era para ayudar a Cristian. —Se tensó—. Lo siento. No debí mencionarlo.

Negué otra vez—. No te preocupes. —Si supiera la verdad…

—¿Terminaron muy mal? —inquirió.

—Amm…—Me pregunte que tan lejos podía llegar con las mentiras sin consultar antes a Cris, sobre todo con los riesgos que hoy quería platicar con él y los cuales seguramente podrían cambiar el rumbo de la historia de amor.

—¡Bonita! —Cerré los ojos con fuerza al escuchar su irritante voz. Luego de reflexionar la situación me alegre un poco. Su interrupción era una salvación.

Diana por el contrario se derritió ante su encanto—. Sebas—dijo de manera empalagosa.




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