En el nombre del amor; cicatrices

Capítulo 12

Cristian

Carraspee incomodo ante el ambiente silencioso. Al parecer, el tiempo que paso nos ha hecho olvidar cuando podíamos pasar tardes llenas de conversaciones diversas y divertidas. Suspire. La verdad no quisiera estar aquí, pero la manera en cómo me llego la carta a través de Estela me dejo inquieto. En cualquier momento Valentina podría decirle algo imprudente—. Val—comencé a hablar—. Ella aún no sabe nada sobre los Wilson. Te agradecería que tuvieras cuidado.

—Me lo imagine. —Cerró sus ojos cansados por un momento—. Descuida. —Apretó los labios, nerviosa—. ¿Cómo has estado?

Sabía que no se refería a mi vida amorosa, sino de la que odio hablar—. Ya sabes. Es lo mismo de siempre. —Encogí los hombros

—¿Siguen discutiendo?

—A veces. —Sorbí un poco de la bebida. En el instante que toco mi paladar me desagrado el sabor y saque la lengua, generando una risita por parte de ella.

—¿Sigue sin agradarte lo dulce?

—No como crees—ironice.

—¿Qué harás si a tu esposa le gusta?

Justamente a Estela le encanta y he comido para darle gusto. Reí. En respuesta a mi abuela solo encogí los hombros. En este lugar no podía hacerle saber mi relación.

Luego de otro lapso incomodo decidió revelar su propósito—. El motivo de mi visita es porque te traigo una propuesta

—¿Propuesta? —Levante una ceja en espera de su respuesta.

—Quiero…—Ella apretó sus manos, dudosa en decir aquello—. Quiero quitarle la custodia a tu padre. —Me paralice ante sus palabras—. De esta manera, podrás vivir de nuevo conmigo, sin límites, ni ataduras u órdenes. Serás libre—sonrió —. ¿Qué dices?

—Bueno yo…—Eso realmente sería un sacrificio por parte de mi abuela. Ella está consciente de que ganar mi custodia en un juzgado no será rápido, ni sencillo, debido al poder empresarial e ilegal que tiene mi padre; sin embargo, quiero ser libre, hacer lo que me agrade a mí. Es una gran oferta que no puedo rechazar—. Yo…

—¡Lo lamento! —Se escuchó un grito que atrajo nuestra atención.

—¡Que inútil! —Un hombre que al parecer estaba borracho agredía a una camarera por haber derramado bebida sobre su traje. Al poner más atención me di cuenta de que se trataba de Rubí.

—Soy nueva. —Agachó la mirada.

—Eso es solo es una excusa estúpida—le respondió.

—Ella se ha disculpado. —Estela se puso enfrente de su compañera para enfrentar al hombre.

—¿Eso de que sirve? —quejo.

—Si no lo ha notado, nosotras no podríamos pagar lo que lleva puesto—expreso fastidiada—. Por lo tanto, le pido que acepte sus disculpas. Esto no volverá a pasar.

—Al menos eso quiero que lo haga bien. —El hombre cruzo los brazos y rio con maldad—. Quiero que se arrodille.

—Esto ya es demasiado. —Intente levantarme para detener el escándalo.

—No deberías interferir—hablo mi abuela—. Si esto se sale de control y tu padre se entera, se pondrá como loco.

Ella tenía razón, así que volví a mi asiento. A esto me refería con desear no tener ataduras.

—No lo hagas. —Estela detuvo a su compañera, sosteniéndola de un brazo para que esta no se agachara—. Tranquila. —Le dio unas palmaditas en su hombro.

Ante la mirada desaprobatoria del hombre, Estela intento negociar con él—. Puedo ofrecerle un servicio privado.

—¿Servicio privado? —Hizo la misma pregunta que mi cabeza.

—Yo lo atenderé hasta que se vaya, de esta forma se evita el desgaste de esperar a que lo atiendan.

Para nada me gusto esa idea y mucho menos cuando el hombre la escaneo de arriba a abajo, ocasionando que me hirviera la sangre. Él asintió y ella lo siguió. Es horrible ver como la clase alta se aprovecha de los demás, pero, sobre todo, como piensa que voy a dejar que le ponga una mano encima a mi novia.

—Ni que lo piense. —Me levante. Escuchando a Valentina decir mi nombre repetidas veces para que no interfiriera.

—Ja, ja, ja. Ven bonita. Con qué servicio privado eh. —La miró con lujuria. Aprete los puños—. ¿Incluye algún paquete especial? —Agarro su mentón con fuerza.

—Estela—llame, pero ella levanto su mano, negándose a que me acercara.

—No—le contestó, irritada—. No lo incluye. —Aparto su mano.

—Dudo que tu jefe diga lo mismo. —Dejo unos cuantos billetes sobre la mesa.

—He dicho que no lo incluye. —Repitió aumentando el tono de su voz al último.

Rio—. No me importa. —Sujeto el vino de su mesa para terminar vertiéndolo sobre la ropa de Estela—. Parece que necesitas cambiarte. —La sostuvo del brazo con fuerza—. Yo te ayudo.

Aproximo su mano a la camisa de Estela, quien se retorcía para soltarse—. Oye, imbécil. —Ni siquiera le di tiempo a reaccionar cuando le solté un golpe directo a la cara que lo hizo tambalear.

Estela ahogo un suspiro—. Cris. —Me agarro del brazo, temblorosa—. Cris, no.

El hombre se limpió la sangre de la nariz—. Hijo de… ¡¿Quién demonios te crees?!




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