Estela
Una semana atrás
—¿Puede dejarme por aquí? Por favor —Pedí al chofer.
—Si, señorita. —Detuvo el coche.
—Gracias. —Pagué y salí.
En cuanto este arranco visualice la casa. Las luces se encuentran apagadas, pero son casi las once de la noche, lo cual me hace dudar si en verdad no está en casa. Con un hilo de esperanza abrí la puerta lo más despacio que pude para evitar hacer ruido. Incluso me quite los zapatos.
A unos cuantos pasos de la habitación escuche como agarraron algo con fuerza, en ese momento me aparte con brusquedad y caí al suelo, evitando el golpe de una botella de vidrio. La respiración se me agito del susto.
—¡¿Dónde estabas?! —grito. El olor a alcohol se impregno en el lugar y se tornó más fuerte cuando ella se acercó. Está borracha. De nuevo.
Trague saliva—. Trabajando—contesté en voz baja.
—¿Ah sí?, ¿Y por qué vienes con esa ropa?
Extrañada pregunte—: ¿Ropa? —Me toque un poco y el terror subió de nivel. Traía el saco de Cristian sobre los hombros. Al quedarme callada por tanto tiempo ella me sujeto del brazo con demasiada fuerza, tanta que creí que me lo rompería.
—Fue un regalo. —Intente excusar.
—¿Quién te regalaría algo a ti? —Aumento su agarre y queje, lo cual le importo muy poco—. ¡Si no haces nada más que arruinar a las personas! —Me arrojo a los vidrios restantes de la botella.
—¡Ahg! —Retorcí del dolor.
—¿Quién fue? —insistió—. ¡¿Quién lo hizo?! —Me pateo en el abdomen.
Jalé aire como pude—. Bas…ta—formule—. Estas…, borracha. —Senté—. Mañana, lo pensaras mejor.
—¿Pensarlo mejor? —De un tirón me quito el saco—. Tú eres—lo dejo caer al suelo y encendió un fosforo—, quien debería pensarlo mejor. —Lo tiró en la prenda, provocando que esta ardiera en llamas.
Su saco…con ese saco me había protegido. Me dieron ganas de llorar—. ¡Eres un monstruo! —Me atreví a decir.
Penetro su mirada—. Yo…—Se acercó a mi rostro—. Te aborrezco. —Paró bruscamente, jalándome hacia arriba—. ¡Muere de una vez!
Como pude la empuje y corrí hacia el cuarto antes de que siguiera golpeándome.
—¡Sal de ahí! ¡Cobarde! —Arrojó varios objetos a la puerta.
Me senté en una esquina del cuarto, colocándome en cuclillas. Con las manos me cubrí los oídos, intentando distraer a mi mente del miedo, ruido y dolor, debido a la sangre escurriéndome en los pies.
—¡Voy a matarte!
Negué—. ¡Basta! ¡Basta! —suplique.
No sé cuánto tiempo paso. Ni siquiera en qué momento me dormí. Por los siguientes dos días me negué a salir, tenía miedo porque nunca se iba de casa y en la noche volvía a beber. Se repetía la historia. Además, había perdido el teléfono en alguna parte de la sala cuando me golpeó, aun así, ¿a quién hubiera llamado? La policía no me ayuda y Cristian… El pecho me oprimió. ¿Cómo me atrevo a pensar en él? <<Si. Terminamos.>> Llore al recordar la crueldad de esas palabras. <<No me hagas esto, por favor.>> <<Amor, no.>>
Solloce—. Solo lastimo a los demás. Ella tiene razón. —Abrece mis rodillas—. Lo siento Cristian, lo siento mi amor.
El cuarto día salí para beber un poco de agua; sin embargo, justo en ese momento la pude ver dormida sobre la mesa sosteniendo un cuchillo y la llave de mi cuarto. Todo dentro de mí se derrumbó. En serio, ella quería matarme.
Lo pensé por varios minutos… Si voy a morir, no será de sus manos. Decidida, con cuidado le quite la llave poco a poco.
—Eli. —Sus ojos al abrirse me miraron con cierta sentencia de muerte. —Le arrebate el objeto y nuevamente regrese a la habitación—. ¡Déjame entrar! —Golpeó la puerta—. ¡Le daré fin a este infierno!
Mi mamá, ¿Dónde está mi mamá? ¿Dónde quedo? Solloce. ¡Ya no quiero vivir así!
Y entonces…
—Estela, ¿eres tú?
—¡¿Quién eres?! —grite.
Ella suele dejar abierta la puerta. Quizás, alguien entro, pero ese alguien me conoce.
—Soy Cristian.
—¿Cristian? —Pause unos momentos. Mi amor está aquí. Toque la puerta con la palma y al instante me aleje, recordando que ella podría estar en casa—. ¿Qué diablos haces aquí?
—Es que… me preocupe por ti.
—Yo estoy bien. ¡Ahora vete! —exigí
—Tu casa muestra que algo no está bien
Ella va a herirlo. Aprete los puños. Debo hacer que se vaya—. ¿Y?, ¿A ti que te importa? Ya…no somos…nada—Sentí un dolor inigualable en el corazón, al punto de desear arrancármelo.
—Quiero ayudarte.
Tape la boca, evitando los sollozos antes de volver a hablar—. Pues lárgate. Con eso me ayudarías bastante. —Vete por favor. No quiero que te lastimen.
—¿Por qué eres así? —rebuzno—. Te lo dije aquella vez, permíteme entenderte. Te lo suplico, déjame entrar…
No hay forma de que me salve—. Ya vete…—No tenía ganas de pelear. Era más que suficiente con los cinco días que llevaba encerrada y sin comer.
—¿No entiendes que me preocupas?
¡Ya cállate!
—¡Y ese es el maldito problema! ¡Por tu culpa estoy en esta situación!
Si no fuera porque me ayudo en el restaurante, si no fuera porque me dio ese saco, si no fuera porque me salvo aquel día de arrojarme del puente. Yo, no tendría que sufrir más. ¡Es su culpa! ¡Su maldita culpa! Se equivoca. ¡No quiero vivir!
—¡Bien! Tanto quieres que me vaya, pues eso hare—dijo.
No es su culpa y lo sabes. Maldita conciencia. Al menos una parte de mí se mantiene cuerda. La ira me consumió por un momento, aunque…al final es mejor que se vaya, de esta manera ninguno de los dos tendrá problemas. Suspire agotada, pues me ardía el alma al tener que dejarlo ir cuando es lo que más amo. Pero este es mi acto de amor, protegerlo ante todos.
—¿Cristian? —lo llame—. ¿Sigues ahí? —No contestó.
Bien, era mi oportunidad. Si Cristian entro, significa que la loca se fue.
Salí limpiando los rastros de mis lágrimas. Al mirar enfrente me percaté de que él seguía ahí, observándome con impotencia y preocupación.
—Esto…—Temblé. Debía restarle importancia, Cristian ya ha visto en su mayoría la peor versión de mí, qué más da. Se aburrirá de este espectáculo que soy—. Ya viste que estoy perfectamente bien, ¿puedes irte? —Pase a lado suyo.
Busqué en la cocina algo de comer, pero recordé que las compras las hacia yo. Además, podría morir de hambre. No suena tan mal. Solo bebi agua para calmar un poco el dolor de estómago. Respire hondo—. ¿Por qué no te vas de una vez? —Agite mi cabello, frustrada de que sus ojos color miel me siguieran mirando.
—¿Quién fue? —preguntó.
Me obligue a mentir—. Tuve una pelea con unos chicos que suelen molestarme.
—¿Se metieron hasta tu casa?
—…Si.
—Y, ¿tus padres?
De nuevo me dieron ganas de llorar.
Aprete los labios para que mi voz sonara firme—. Ellos salieron de viaje. —No se veía convencido—. Sabes, estoy muy cansada. —Señale la puerta—. ¿Podrías? —En verdad si no sale ahora mismo, iré por la escoba. Pero no fue necesario.
O al menos eso pensé.
—Soy Cristian. —Se escuchó.
¡Demonios otra vez!
—¿Me vas a abrir? —preguntó.
—No.
¿Cómo volvió a entrar? Recuerdo haber puesto llave a la puerta.
—Traigo comida. —Trague en seco. Por más que lo negara me moría de hambre.
—¿En serio? —dude.
—Si. Son hamburguesas y tiramisú. —¡Cielos! No recuerdo haberle dicho a mi nov… a Park que mi debilidad es la comida gratis.
—¿Prometes no preguntar nada al respeto? —Quería comer, pero no mientras me interrogaba.
—Lo prometo—sonreí ante su respuesta.
Respiré profundo y abrí—. Pasa.
—Gracias.
En cuanto tuve la hamburguesa entre las manos, los ojos de nuevo se me humedecieron. Al darle el primer mordisco me supo de lo más delicioso. Cuanta hambre tenía. Y ahora estoy comiendo gracias a él, a quien he lastimado más que a nadie y, aun así, sigue amándome—Me temblaron los labios—¡Quiero que me odie! ¡No merezco su amor! Soy horrible—Comencé a llorar—. Perdón—pedí sin poder verlo a la cara del odio que me tenía a mí misma por no ser alguien buena para él.
<<¡Y ese es el maldito problema! ¡Por tu culpa estoy en esta situación!>> Me repetía las palabras como una tortura.
—Cuanto lo siento. —De nuevo me quebré frente a él.
Esperaba un sermón, un grito, una réplica o incluso un regaño, pero jamás un abrazo. Sus manos me brindaron calidez como aquella vez en la lluvia. Si bien, no era fan del contacto físico, el de él era mi obsesión.
—Perdóname por todo lo que te he hecho. —Lo separe con suavidad para verlo. Soy un ser repugnante, por ello, debo mantenerlo lejos—. Pero no he cambiado de opinión. —Pude ver cómo se rompió.
No existe otra manera de protegerlo.
Asintió varias veces. Trago su dolor—. No hablemos de eso ahora—suplico y cambio de tema rápidamente—. Acaso, ¿fue una pelea tan ruda?
—Sí. —Me negué a dar detalles de una mentira tan estúpida.
Después de unos minutos en silencio incómodo agarro la venda que tenía en la cama. Se inclino y comenzó a vendarme los pies.
—¿Segura de que no quieres ir a un hospital?
—…No—respondí—. Creo que ya tengo a mi doctor privado. —Ladee una sonrisa sin que él me viera.
Envolvió con cuidado, como si yo fuera de porcelana. Dejo un par de caricias disimuladas junto a un rastro de tristeza en sus ojos al asegurar la venda—. Ya quedo.
Por mucho tiempo me pregunte qué era el amor y creo, por fin estarlo comprendiendo. No solo eso. También lo estoy viendo, sintiendo. El amor de Cristian se refleja en el cuidado que tiene conmigo. Ojalá pudiera hacer lo mismo—. Gracias. —En cambio, solo puedo decir un par de palabras inútiles.
La alarma del celular captó nuestra atención. Ella, está por llegar. La apague de mala gana. Quisiera estar más tiempo con él, su seguridad es todo lo que deseo sentir. Suspire.
Acerqué su mochila—. Ya debes irte. —Ayudé a incorporarse del suelo y comencé a sacarlo del cuarto.
—¿Por qué? —Se negaba a salir por más que yo lo empujara, poniendo rígido su cuerpo.
—Porque hoy regresan0 mis padres.
—Debería quedarme hasta que lleguen, ¿no crees? Por…cualquier cosa—murmuro esto último.
—No pasara nada. —Puse más fuerza.
—Solo, necesito verlos…
—No Cristian. No.
Su expresión se mantuvo triste—. ¿Volverás a la escuela?
—Eso creo. —Fui sincera, pues no sabía cómo reaccionaría ella a los días siguientes.
Respiro profundamente—. ¿Y, si mejor vienes conmigo? —Negue, agachando la cabeza—. ¿En serio quieres quedarte? —Rodé los ojos, sabía lo que se aproximaba—. ¿Quieres que finja ser estúpido? —Guarde silencio—. Estela.
—¡Si! —conteste exaltada—. Finge serlo.
—¿Cómo puedes pedirme algo así? —Respiro entrecortado—. ¿Te has preguntado si lo que te duele a ti, también a mí? —Evadí la pregunta con un rastro de amargura en la boca—. Por favor Estela, podemos…
—No—interrumpí—. No hay pruebas. Y aunque las hubiera, nadie nos creerá—reí para evitar llorar otra vez—. Al igual que las anteriores veces que lo intente.
Apretó la mandíbula—. Entonces, vámonos—insistió—. Podemos desaparecer.
Le fruncí el ceño—. Tienes una vida.
Me acarició la mejilla—. Sin ti, no está completa.
Me aleje de su contacto—. Ya…—Me trague las lágrimas—. Ya no somos nada. —Inhale con dificultad por el peso en el pecho que me incrementaba a cada segundo—. Adiós, Park.
Iba a decir algo, pero se limitó a besarme en la frente antes de salir, ocasionándome un ardor en el corazón.
….
Al siguiente día en la escuela.
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Editado: 12.12.2024