Estela
Su rostro es muy hermoso. Pensé mientras pasaba el dedo índice por todas sus perfectas facciones.
Pestañas largas. Cejas abundantes. Nariz respingada. Y su tez blanca hace destacar el tono de su cabello que es entre un rubio y castaño bastante claro, ¿será natural? Nunca había visto una combinación así. Supongo que lo hace mucho más perfecto. Y como si no fuera suficiente, están sus labios, los cuales me encantan cada vez que me besan. Al acariciar esta parte Cristian comenzó a abrir sus ojos poco a poco. En cuanto hizo contacto visual conmigo pude notar un destello irradiante en ellos. Si bien, sus labios son una de sus partes que me fascinan, sus ojos ocuparan siempre el primer lugar. Esos iris color miel, son preciosos.
—¿Me estas deseando con la mirada? —sonrió.
Imite su gesto—. ¿Cómo puedes leerme con solo verme? —pregunte.
Sus mejillas se enrojecieron levemente—. Entonces, si me estas deseando.
—¡No te estoy deseando de la forma en que te imaginas, pervertido!
Rio ampliamente—. ¿Y, en qué forma me estoy imaginando?
—Oh, vamos—queje—. Lo sabes bien. —Enarco una ceja—. Tendrás cara de ángel, pero pensamientos de demonio.
Soltó una risilla—. Ya que lo sabes—me acaricio la mejilla—, puedes pedir que los pensamientos de demonio salgan cuando quieras. —Se acercó a mi oído—. Incluso, ahora mismo. —Beso detrás del lóbulo de la oreja, provocándome un suspiro. Volvió a recostarse—. No sé si soy yo o cada vez que te beso me sabes dulce.
—¿Ah?
Me visualizo los labios—. Me encanta tu sabor. —Sentí el rostro arderme—. Mi pregunta es—con su dedo comenzó a recorrerme el cuello y fue descendiendo hasta la pequeña parte desnuda del hombro—, ¿todas las partes de tu cuerpo sabrán igual? —Me miró.
Trague saliva, pues el deseo se apoderaba de mí hasta que tomo el control completamente—…Descúbrelo—dije casi en un susurro.
Por un instante abrió sus ojos de golpe, impactado por la respuesta. Después me acerco a su cuerpo con lo que pensé era un abrazo, pero solo me recorrido al centro de la cama. Luego en un movimiento ágil se puso encima de mí y me sujeto las muñecas—. Nunca terminas de sorprenderme—menciono antes de besarme en el mismo lugar de hace un rato.
—Cristian…—Sentí un poco de vergüenza, pues habían pasado ya cuatro días. Seguramente no tenía un olor agradable y quizá hasta estaba sudorosa.
—Estela…—murmuro y bajo al cuello, solo que, en vez de besar, decidió pasar su lengua, ocasionando que arqueara un poco el cuerpo al mismo tiempo que deje salir un gemido. Hizo lo mismo en mi hombro. Sentí que el cuerpo se me calentaba progresivamente.
—¡Buenos días! —Azotaron la puerta.
Cristian se asustó tanto que se apartó enseguida, pero al no medir bien la distancia de la cama cayó al suelo con todo y mi manta. Como pude me alcé un poco para observarlo, por suerte no parecía lastimado, aunque su rostro estaba de un rojo vivo. Miré a Daniel, quien era el que había llegado. Su expresión delató horror.
¡¿Qué he hecho?! Me invadió la pena. Por su parte, Cristian se levantó como si nada y me acobijo.
—En serio, ¡tú pareces un animal! —Daniel se acercó molesto—. Entiende que esta de-li-ca-da—recalco cada sílaba—. No es momento para que intentes reproducirte.
¡Santo cielo! ¡Santo cielo! ¡Trágame Tierra!
—Lo siento—respondió Cris—, me deje llevar.
La que tendría que disculparse debería ser yo, esta vez sí fui quien lo ínsito a empezar, pero dejare que asuma la culpa. No quiero parecer una pervertida ante su familia. Además, él no mostraba ni un poco de arrepentido.
—Señorita. —Me sobresalte en cuanto me hablo Daniel. Lo visualice—. Lamento el comportamiento de este chico.
Negué varias veces—. No pasa nada…—Rasque la mejilla—. Estoy acostumbrada a que sea así—lo mire—, y me gusta como es.
Me vio por unos segundos y luego giro rápidamente hacia Daniel—. Sal de aquí. —Él expreso duda—. Creo que si es momento de reproducirme.
—¡Cristian! —Ambos le gritamos.
—O, tal vez no—respondió.
Este chico carece de vergüenza.
—En fin, al menos la dejaras recuperarse por unos días. —Cris desvaneció su sonrisa—. Vengo a llevarte a casa para que hagas tus maletas.
Frunció el ceño—. Dijimos que era solo por un día—remarco.
Daniel suspiró—. Eso no lo sabemos.
—De ser así. No pienso ir.
Daniel me miró, suplicando ayuda.
—Cris—llame, al instante tuve su atención—. Voy a estar bien. —Aún duda, es normal, ¿cuántas veces le he dicho lo mismo? —. Se que no cumplo mi palabra y por eso ya no me crees, pero…
—Si te creo—interrumpió—. Tanto que me aterra hacerlo siempre.
Me quede muda unos momentos, procesando sus palabras. Hasta que Daniel se aclaró la garganta.
—Entonces, tomate el tiempo que necesites en Alemania. Te prometo permanecer cerca de Armando incluso cuando me den el alta. —Su mirada comenzó a divagar—. Y, no volveré a mi…a esa casa o con Marcela. —Me enderece—. ¿Dónde está ella?
Cris agacho la cabeza, así que Daniel respondió—. Se encuentra en una de las cárceles de máxima seguridad.
Note como mi novio se puso ansioso. De seguro piensa que voy a reprocharle, cuando en realidad el me salvo—. Está bien—dije firme, a lo cual él levanto la vista. Le sonreí—. Es la mejor decisión que no me atreví a intentar de nuevo en años—acepté—. Gracias a los dos. —Recordé que Dani también estuvo allí, aunque sigo teniendo dudas de cómo llegó, ¿por qué tenía un arma?, y, sobre todo, ¿cómo es que Cristian sabía el nombre de mi madre? Es muy confuso, pero no es el momento de aturdirlo con preguntas. Necesita visitar a su abuela—. Puedes ir tranquilo.
Suspiró—. Te prometo volver pronto.
—Antes de que te vayas, ¿podrías pasar de nuevo aquí? Te tendré un regalo.
Emocionado iba responder, pero lo interrumpió Armando—: No puedes perder más tiempo del que ya hiciste—menciono en cuanto entró.
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Editado: 15.02.2025