Cristian
Carajo. Siento que la cabeza me va a explotar. ¿Qué paso ayer? No recuerdo nada más que llegar al jardín japones—me moví un poco con esfuerzo—incluso el cuerpo me duele… ¡No puede ser! —abrí los ojos de golpe y descubrí que entre mis brazos tenía a una persona, de inmediato el miedo y la impotencia se apoderaron de mí, ¿acaso la había traicionado? ¡Maldita sea! ¿Ese es mi loco amor por ella? Mierda, eso soy, una completa mierda. No buscaba herirla y con esto la voy a destrozar, ¿seré capaz de soportar su mirada?... No, sé que no, pero tiene derecho a saberlo y en dado caso a…dejarme. No soy el indicado para ella, lo sabía desde un inicio, ¡Maldita sea…! ¿Por qué a ella? ¡¿POR QUÉ?!
—Mmm. —La chica se quejó, ocasionando que me molestara aún más conmigo mismo.
—Oye—llamé y miré, quedando atónito.
—Aún es muy temprano—formularon sus labios rojos en un tono calmado—, quiero dormir—suspiró.
Toque su mejilla desvaneciendo la angustia de mi corazón—. Estela…—sonreí y besé su frente con alivio. Estoy con ella, no paso nada malo.
Pero, ¿cómo llego a Alemania? Lo más seguro es que haya sido obra de los chicos. ¿Me habrá visto…borracho? Necesito recordar—me toque la cabeza—¿por qué me está costando hacer memoria? … habremos hecho…—vi por debajo de las sábanas, por suerte seguíamos vestidos. Temía haberla obligado a algo, aunque hacerlo con ella hubiera sido el paraíso si es que fuera capaz de recordar todo. Tendré que esperar el momento adecuado. Pero, entonces, ¿qué hice? —de pronto mi cerebro hizo clic—Yo…
—¿Estás despierto? —su voz interrumpió mis pensamientos.
La miré—. Buenos días, preciosa.
Me sonrió—. ¿Cómo te sientes?
—Cuando estás a mi lado, no existe preocupación que me agobie. —Acaricie su mejilla—. De seguro fue difícil cuidarme ayer.
—¿No recuerdas nada?
—Solo fragmentos de andar muy cariñoso—se burló—, y nuestra última platica la tengo muy presente…—Me sujeto la mano, dándome confianza de que no cambiaba de opinión.
—¿Solo eso?
Me hizo entrar en duda—. ¿Hicimos ejercicio en la cama? —Puede que nos hayamos vestido después de hacerlo.
—¿Ejercicio? —No entendió la referencia.
—Mmm. Ah. —Recordé como solía decirle—. Ayer, ¿nos reproducimos?
Sus mejillas se sonrojaron mucho más de lo que ya estaban—. ¡Eso no paso!
Reí—. Entonces, ¿qué tengo que recordar?
Desvió la mirada—. Nada importante…
—¿Hice algo gracioso?
Rio—. Si rogarme por un beso y hacer rabietas como un niño de cinco años es gracioso, entonces sí.
—¿Puedes darte cuenta de lo loco que me tienes? De milagro no necesito un psicólogo.
Soltó una corta risa—. Eres un dramático.
Asentí—. Por desgracia, así nací.
Rodo los ojos divertida—. Uff. —Comenzó a agitar la mano cerca de su rostro para brindarse un poco de aire fresco, era claro el motivo, estando en Alemania justo en el mes de Julio la Tierra parece ser un horno debido a los rayos intensos del sol, y mucho más teniendo una sudadera puesta como es el caso de Estela.
—¿Tienes calor? —pregunte, tratando de ser disimulado.
Me miró por unos segundos antes de dar respuesta—. Si… —admitió—. Pero, esta prenda cubre todo lo espantoso de mi cuerpo.
Era obvio a lo que se refería—. Para mí, cada centímetro de tu cuerpo me resultara hermoso—pase el pulgar por su rostro—, sin importar aquellas cicatrices, porque mi amor va más allá de un aspecto físico. —Parecía procesar las palabras hasta que se sentó en la cama y lentamente se quitó su sudadera, dejando a la vista su piel marcada a causa del látigo, los cuales abarcaban desde su muñeca hasta el hombro.
Teniéndome de espaldas, suspiró—. Parezco un monstruo. —Note sus manos temblar.
—Eso no es verdad. —Me incorporé para tocar sus marcas, al principio se tensó, pero conforme la recorría hasta llegar a su mano y besarla, fue dejando la inseguridad—. Ante mis ojos, eres perfecta.
Sonrió—. ¿Desayunamos? —preguntó.
—Si. Tengo hambre.
—Entonces. ¡Muévete! —Me dio un golpe con la almohada y arrojo la sabana a la cara—. ¡Ese es tu castigo por cargarme ayer como un costal de papas! —En cuanto lo dijo el recuerdo me vino a la mente y me reí, lo que la molesto aún más y desato una oleada de almohadazos contra mí, por lo que no iba a quedarme atrás. A tientas busque algo acolchonado mientras era maltratado por mi novia. Si así se pone cuando fue una cuestión pequeña, no quiero ni imaginar con algo mucho más grande. Quizá no viva tantos años como espero siendo su esposo en el futuro—. ¡Ya no vuelvas a tomar nunca! —Oh vaya, se va desquitar por todo.
—No lo volveré a hacer—respondí, esperanzado a que se detuviera.
—En serio, me tienes muy molesta.
Ay diosito, ayúdame. Rápido. ¿Dónde está la otra almohada? De pronto sentí en la mano algo suave. Reí por dentro. Lo sujete y con el mínimo de mi fuerza intente darle, aunque no tuve suerte y termino quitándome mi arma.
—¡Eso es trampa! —queje al mismo tiempo que me quitaba la sabana de encima, quedando desconcertado de ver a Estela en el suelo carcajeando.
Ella me miró y entre risas habló—. Me caí tratando de evitar tu golpe. —Sujetó su estómago y unas cuantas lágrimas de alegría brotaron de sus ojos.
—Pequeña traviesa—comencé a reír—. Ven. —La ayude a levantarse sin poder evitar que su risa me contagiará.
—Joven Cristian. —Una mujer llamó detrás de la puerta, paralizándome—. El desayuno está listo. —Trague saliva. Se supone que no debería haber personal en la casa, al menos por ahora—. ¿Sí me escucho? —Estela comenzó a analizarme, así que conteste como de costumbre.
—En un momento vamos—respondí nervioso y la mujer se retiró.
—¿Quién es? —Era de esperarse su cuestionamiento, pero este es mi mayor secreto y no estoy listo para enfrentarlo.
—Es…—Una mentira rápida me vino a la mente—. Tengo entendido que es una amiga de mi abuela que le ayudaba a hacer sus actividades, porque se le tornó pesado realizar muchas cosas…—No era del todo mentira.
Su boca formo una “O” —. Claro, a esa edad ya debe ser bastante complicado estar solo.
Mi alma se alivió. Al menos aquí no me llaman Wilson y por fortuna ayer en mi estado no le mencione el tema, ¿qué pensará de mí? ¿Me creerá y lo dejará pasar…? Además de eso, ella odia a ese tipo de personas. Ojalá pudiera ser alguien común.
—Cris—reaccioné—, ¿podrías prestarme una de tus camisas? —Se rascó la mejilla. Un claro signo de nervios—, es que no traje más ropa. —Se sonrojo, y no dudo que yo también.
¿Cómo se verá ese pequeño y sensual cuerpo con una de mis prendas? En verdad, dios tiene a sus preferidos, y yo soy uno de ellos—. Por supuesto—conteste mientras me dirigía al armario pensando en cuál sería la mejor opción; una azul para destacar su inocencia, una verde para resaltar sus ojos o mejor—agarre una roja—para conjugar esos deliciosos labios rojos—. Aquí tienes. —Se la entregue ocultando mi lado ansioso.
—Gracias—dijo, volteando a verme extrañada. ¿Me estoy delatando? Me aleje un poco—. Tengo que cambiarme—comentó en voz baja.
Asentí—. Está bien.
Ella paso la mano por detrás de su cuello—. Amm, ¿quieres salir de la habitación o voltearte?
En ese momento comprendí a lo que se refería—. ¡Ah! Lo siento. —Sin pensarlo más tiempo me giré, aunque analizando las cosas lo correcto era salir.
Escuche como se quitó la blusa por arriba de la cabeza para después dejarla caer. También el pasar de sus brazos por las mangas de la camisa y el abotonársela, volviéndome loco. No voltees. ¡No lo hagas! No seas un maldito pervertido. Incluso cerré los ojos para controlarme.
—Termine.
¡Soporte la primera fase! Ahora, era el momento para deleitar mis ojos—. ¿Puedo voltear?
—…Si.
Mi camisa le quedaba bastante grande, pero la hacía ver tan…—alboroto su cabello—… carajo, es tan hermosa—se acomodó el resto de la camisa dentro del pantalón—¡Cielos!
—¿Me veo mal? —inquirió.
Negué con lentitud—. Moriré debido a tu encanto.
Apretó los labios. Luego coloco sus manos detrás de la espalda y a pasos largos se aproximó a mí con una sonrisa juguetona—. Y yo—se acercó lo más que pudo a mi rostro, acelerando mi corazón—, moriré por tus palabras cursis—se burló. Rei en lo que la química nos envolvía por completo—. Cristian—susurro en cuanto me acerque a sus labios.
Podía sentir el éxtasis de nuestras respiraciones—. ¿Sí? —contesté.
—Sé que no te lo había dicho antes, pero…
¿Acaso iba a decir aquella palabra por la que he estado esperando desde hace bastante tiempo? Por aquello que va más allá de un te quiero, ¿al fin había llegado a lo profundo de su corazón?
—¿Pero…?
Puso una de sus manos en mi rostro—. Yo. —Estaba a centímetros de hacer contacto—. Yo, te a…
—¡Mocoso, el desayuno! —interrumpió Daniel, provocando que Estela se alejara de inmediato por el susto de su grito. Demonios, estoy seguro de que lo iba a decir—. ¡Muero de hambre y Armando no me deja empezar porque no se apuran! ¡Deprisa!
¿Nos interrumpió por su maldito estomago? —. Lo voy a matar. —Cerré el puño al acercarme a la puerta.
Estela me sujeto del brazo—. Ya vamos—le respondió, haciendo que este volviera a bajar. Después me miró y sonrió—. Andando, también muero de hambre.
Está bien, aún tenemos mucho tiempo por delante. Tome su mano—. Vamos.
En cuanto bajamos, Daniel no tardó en mostrar su mal humor debido a la falta de alimentos—. ¡Por fin! —Rodo los ojos mientras agarraba su pedazo de lasaña—. Se que están en su pleno amor floreciente—se llenó la boca de comida—, pero, al menos…—trago con esfuerzo—, deberían pensar en la triste vida sin amor de los demás—amenazo con su cuchara.
—Ajam—respondí—, puedo ver cuánto les afecta a las personas—me senté a su lado—, ¿sabes por qué los entiendo tan bien? —Negó con el ceño fruncido—. Tú eres el claro ejemplo de alguien sin amor. —Le di un pequeño golpe con el dedo índice en la frente, lo que le hizo abrir los ojos como platos.
—Cállate si no quieres que te arruine esa carita que tanto le gusta a tu novia eh—amenazo otra vez.
Estela solo se burló de nosotros—. ¡Oh! —De inmediato desvió su atención a algo mucho mejor—. ¡Hay tiramisú! —dio un gritito de emoción—. ¡También Hot Cakes!, ¿tienen…? —Visualizó todo lo de la mesa hasta encontrar lo que buscaba—. Aja. —Sujeto la lechera—. No es postre si no es lo suficientemente dulce.
En ella, por alguna extraña razón puedo verlas…
—Mi abuela es igual a ti—sonreí—. Y también mi madre…lo era—agaché la cabeza—, amaba todo lo dulce—no pude evitar recordarla con nostalgia—, incluso su voz la tengo tan detallada en mi memoria que duele.
—Cris…—Estela sostuvo mi mano, sacándome de mis pensamientos. Al verla pude notar sorpresa en sus ojos, pues era la primera vez que tocaba el tema de mi madre con ella. La verdad, ni lo pensé, simplemente salió. Nunca me había sucedido esto con otra persona y de seguro ahora desataría un montón de preguntas acerca de mi familia, justo de lo que menos quiero hablar—. No estás solo—dijo calmada—. Ahora, come un poco, ¿sí?
En serio, aprecio su paciencia—. Si, amor.
—Buenos días jóvenes. —Armando se sentó a mi otro extremo. Antes de que pudiéramos decir otra cosa, el agregó—: Cristian. ¡Maldito mocoso, estoy agotado! —Dejo caer todo su peso contra mi hombro.
—¡Oye! Por si no lo sabes eres demasiado pesado—queje.
—Cállate—bostezó.
—Tienes más de cincuenta años y sigues actuando como de diez—ataque.
—Eres un amargado. —Armando robo algunas de las galletas. De repente dejo de comer y sonreír, al parecer estaba a punto de decir algo serio. No me equivoque—. La señora Valentina—ay vamos de nuevo—, desea ver...
Lo interrumpí—. Dile que hoy no puedo. —Sé que intentara convencerme de que lo que hizo en el pasado fue un error, no soy ingenuo—. Tengo que llevar a Estela de compras—excuse—, necesita ropa y…
—A ti no, Cristian—explico Armando. Lo vi dudoso—. Quiere ver a la señorita Estela.
Me paralice.
—¿A mí? —Se señaló Estela, incrédula.
Los dos le asintieron, de seguro era un plan, quizá buscan que yo vaya con ella, pero no creo que acepte. Espero.
Luego de dirigirme una mirada, suspiró—. Está bien—dijo. La mire a los ojos, intentando descifrar lo que tramaba—. Park, esto es importante.
Respire hondo—. Yo no puedo verla—suspiré en cuanto los recuerdos de mi pasado comenzaron a atormentarme—, aun no.
—Entonces yo iré—decidió, provocando que un escalofrió me recorriera el cuerpo.
—Con uno es suficiente. Daniel, prepara todo. —Dani se levantó, siguiendo las ordenes de Armando.
Mientras tanto podía sentir unos verdosos ojos observándome, pero no sabía que palabras utilizar para convencerla, pues seguramente ella ya presentía que todo lo detrás de esta situación no era nada bueno. Después, mi corazón dio un brinco de susto en cuanto la vi avanzar directo a la salida. Por instinto, me apresuré a alcanzarla—. No vayas—me atreví a decir, sujetando su muñeca.
—¿Por qué? —preguntó. El nudo en la garganta me impidió responder—. Park, tienes esta oportunidad. —Sabía a lo que refería.
Aunque me negué a volver a despertar ese sufrimiento que antes viví—. En su momento, te lo diré todo—prometí, aunque poco seguro de mí mismo—. Solo, no vayas.
—El auto está listo—habló Daniel.
Incremente el agarre en la mano de Estela. Ella por su parte entrelazo nuestras manos, se paró de puntitas y me beso la mejilla—. No tengas miedo. Pase lo que pase, diga lo que diga, no te voy a abandonar—sonrió.
Yo sé, que eso es mentira. Me obligue a soltarla.
—Vuelve pronto ¿sí?
Asintió y se marchó, dejando un mar de emociones agobiadoras en mi interior.
—¿La busca para contarle todo? —cuestioné a Armando, quien se había quedado.
—No tengo más detalles—respondió neutro—. Dudo que sea eso—agregó.
—Tienes razón. Al menos mi abuela es sensata—de hecho, eso era lo menos preocupante—, pero, Estela se esta cansando de esperar.
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Editado: 06.01.2025