Estela
El movimiento de mi pierna ya me estaba estresando, hasta que por fin decidí sacar la curiosidad—. ¿Por qué Cristian no quiso venir? —pregunté a Daniel un poco brusco.
Él movió la cabeza de un lado al otro, buscando una respuesta corta, sin tantos detalles—. Tiene miedo.
—¿De qué?
No contestó.
—Ahg…—queje—. Ayúdame a entenderlo, por favor—pedí.
—La señora Valentina la ayudará.
Guarde silencio. Molesta me recosté completamente en el asiento. Trate de distraerme viendo el camino a través de la ventana, pero eso no duro mucho—. ¿Qué enfermedad tiene su abuela? —solté de golpe.
Este encogió los hombros.
—¿Es en serio? —En un semáforo Daniel me miro e inflo su goma de mascar, cuando esta exploto regreso su vista a la carretera—. En verdad pareces un niño de cinco años. —Cruce los brazos.
—Ese era Armando—corrigió.
—Pues, son iguales—ataque, aunque en lugar de molestarse sonrió.
Resople. Cristian Park, tú conoces mi desastrosa vida, ¿por qué no me dejas ver la tuya?
*****
—Solo les pido que no la alteren—nos informó el doctor antes de entrar.
Al pasar creí que encontraría a Valentina recostada en su cama, sin poder moverse junto con una mirada perdida o triste; sin embargo, era todo lo contrario.
—¡Oh! Bienvenidos—sonrió y levantó ligeramente una taza—. ¿Gustan café? —Todos los demás que parecían ser también parte del hospital por su bata blanca, continuaron clavando sus miradas en sus cartas—. Lo siento señores—se dirigió a ellos—. Gane de nuevo. —El cuarto se llenó de gente quejándose—. Necesito que se retiren porque tengo visitas. —A regañadientes salieron dejando un montón de billetes en el centro de la cama de Val, quien lo agarro gustosa.
—¿Café? —repitió, pero por alguna razón continue muda.
—Yo si. —Dani se acercó—. Tú nieto me está matando.
Ella rio—. Pensé que ya estabas acostumbrado.
—Muy graciosa—contestó él con sarcasmo.
Valentina volteó a verme y agrego—: No muerdo—sonrió.
Me sobresalte—. ¿Qué? —No comprendí aquello.
—Supongo que por eso no te acercas.
La verdad, tenía los nervios de punta, ya que, aquella discusión en el restaurante se produjo principalmente por mi culpa. Si Cristian no se hubiese preocupado por mí en ese entonces, hubiera evitado mayor tensión entre él y su abuela. Al final, las cosas ya están hechas.
Valentina dio pequeños golpecitos a lado de la cama—. Siéntate—tragué saliva y obedecí.
Al tener su intensa mirada dorada, hable de prisa—. Espero que se mejore pronto—dije, aunque la verdad, no se ve enferma, resplandece de la misma forma en como la conocí.
—Gracias. —Sus labios curvearon una delgada línea cóncava y sin previo aviso me tomo de las manos—. Ya me he enterado de la noticia.
—Ah, ¿noticia?
—Tú y mi nieto.
—Pero, usted, ya lo sabía…
Cristian me había dicho que su abuela ya sabía que éramos pareja, ¿lo habrá olvidado?
—La primera vez me querían hacer creer que solo eran amigos.
¡Uh! ¡Error mío!
—Fue mi culpa—acepte, inquieta—. Cristian solo cumplía mi petición para…protegerme.
—Considero que le fue difícil.
Asentí—. Mucho.
—Así es él. —Sorbio un poco de café—. Es un joven que está dispuesto a todo por una persona que le importa.
Suspiré—. Incluso ocultar cosas. —Al levantar la vista note que Valentina y Dani se quedaron pasmados—. ¡Lo dije sin pensar! Lo siento.
—Estela, si es por tu bien, lo hará.
¿Por mi bien? Admito que yo también le oculte algo, pero fue solo una cosa y él guarda muchos secretos.
—Tan solo, quiero comprenderlo y ayudarlo, como él lo hizo conmigo.
Valentina entristeció su mirada, después suspiró—. ¿Jugamos cartas? —Mostro una baraja.
—¿No está prohibido hacer apuestas dentro del hospital?
Rio—. No, si nadie se entera. —Guiño un ojo dorado.
—Bueno—acepte rendida.
—¡Yo también! —Daniel se quitó los zapatos y lanzo a la cama.
—¿Estás seguro? —Valentina levanto una ceja mientras lo miraba incrédula—. Eres pésimo.
—He practicado mucho—mencionó orgulloso.
—Si tú lo dices—Valentina comenzó a revolver las cartas en movimientos casi hipnóticos. Después las repartió en ocho a cada jugador.
Parece que le gusta mucho este juego, de ser así—. Hagamos un trato—propuse.
—¿Qué clase de trato? —rio de una forma juguetona, supongo que se lo esperaba.
—Cada vez que yo gane me contestaras una pregunta sin rodeos. —Ella sonrió ampliamente.
—Bien, pero yo también necesito algo a cambio, ¿no crees? —Igual que Cristian es astuta.
Si quiero adentrarla en mi plan, debo saber que me espera—. ¿Qué desea?
—Dinero. —Coloco en medio de todos dos euros—. Con cada jugada sumaremos dos, es decir, para empezar dos euros, después cuatro, luego seis y así sucesivamente.
Lo está haciendo con el propósito de que logre minimizar las preguntas, pues si no logro ganar no podré volver a apostar y de esa manera quedare fuera del juego. El problema es que solo traigo quince euros.
—¿Qué dices?
Valdrá la pena intentarlo—. Estoy de acuerdo.
—Esto se parece a los juegos del hambre—bufó Dani.
—Cuatro de bastos. —Saco la primera carta—. Yo la tomare. —Mostró su primer juego completo—. Pago con tres de copas.
No te alteres. Valentina necesita dos cartas más—. Un rey de monedas, yo lo pido. —Corrección solo una—. Pago con un seis de monedas.
—Yo lo tomo. —Por fin tengo uno—. Pago con un diez de copas. —Ya puedo respirar un poco.
—¡Mi carta! —celebró ella.
¡¿Qué?!
—Parece que ya gané. —Me miró como un angelito.
Sera más complicado de lo que imagine—. Segunda ronda. —Puse los cuatro euros correspondientes. Pero, ¡resulto lo mismo!
—De nuevo gane. —Se nota que quiere evitar mis preguntas. Al menos es fiel a su nieto—. ¿Quieres seguir?
Me quedan nueve euros, en la ronda que sigue debemos poner seis euros. Si pierdo, significa que no volveré a jugar. Saqué el dinero, se lo mostré y dije lo más orgullosa que pude—: Continuo. —Estela ¡concéntrate!
—Aun puedes rendirte—mencionó mirándome de reojo.
—No es necesario. —Vi mis cartas—. Este juego, es mío—sonreí.
Al fin el cielo me brindo una pizca de buena suerte. Tengo dos pares hechos, solo necesito una carta.
—Pago con un…—Daniel se veía indeciso—. Rey de espadas.
—Si nadie lo necesita, yo la tomare y he ganado. —Baje las demás cartas.
A ambos se le saltaron los ojos de la sorpresa.
—Te han ganado… —Dani miró a Valentina totalmente impactado antes de reír.
—Interesante. Ahora, ¿cuál es tu pregunta? —comenzó a revolver la baraja.
—En el auto, Daniel mencionó que Cristian no quiso venir porque tiene miedo. —Ella le lanzó unos ojos amenazadores a él—, ¿a qué le teme?
Lleno sus pulmones de aire y exhalo despacio—. A mi enfermedad. Teme que sea la misma que se remonta en su pasado. Y por desgracia, lo es.
El aspecto de Valentina no me deja muchas pistas de cuál podría ser su enfermedad, aun así, ¿él la enfrento o un familiar?
—Ronda cuatro.
¡Demonios! No me dejo analizar su respuesta.
—Gane. No hay pregunta—burló.
—Parece que la suerte no siempre te acompaña. —Gane la ronda cinco. Tengo treinta y tres euros y si mis cuentas no me fallan Valentina tiene dieciocho, de Daniel ni hablamos, ha perdido todas.
—Dime tu pregunta.
—Conozco al padre de Cristian por fotografía, pero, ¿por qué nunca esta con él?
Frunció su ceño, como si tratara de leerme la mente para descubrir de dónde había visto esa foto. Esta vez, no deje que indagaran en mis lagunas mentales. Gane la batalla cuando alivió la expresión—. Siempre ha sido así.
—¿Qué quiere decir?
—Solo es una pregunta, Estela. —¡Cielos! Esto me está dejando más dudas que respuestas—. Siguiente. —Coloque el dinero y nuevamente gane. Con la alegría al máximo formule la pregunte con rapidez—. ¿A quién pertenece el apellido Wilson?
Valentina palideció y Daniel dejo caer sus cartas al piso. Ese apellido no ha dejado de rondar en mi cabeza. Las personas del avión me llamaron “señorita Wilson” por más que Armando tratara de ocultarlo. Siento que ese es el principal tema para abrirme paso a todo lo demás. Lo he intentado googlear, pero no me salen búsquedas referentes más allá del significado.
—Querida—su voz se volvió débil—, no puedo contestar eso.
Agache la cabeza—. Es algo muy malo, ¿verdad? Por eso nadie ha querido darme una respuesta.
—No es malo, pero si doloroso para él. En su momento te lo dirá. —Mentira. Miró su reloj—. Parece que el tiempo de visitas a terminado, será mejor que regresen a casa. —De nuevo, mentira.
—¡No es justo! ¡Perdí todo! —Daniel resoplo del enojo.
Ambas reímos—. Bueno—habló—. No te mande a traer solo para jugar cartas—reveló—. Te tengo un regalo. —Mostro una caja—. Adelante.
Jale el lazo dorado que lo envolvía y quite la tapa. Al instante mi boca formo una “O” gigante. Podría esperarme algún vestido, abrigo, libro, incluso comida, pero jamás, una muñeca. No se trataba de cualquier muñeca, sino una Blythe Doll, sé que a muchos les causa terror este tipo de objetos surrealistas, pero, para una persona que nunca había tenido un juguete se convertía en un tesoro. Cuando mi madre cambio, fui despojada de mi infancia y con ello, de jugar. Aún recuerdo cuando frente a mis ojos quemo todas mis cosas, con el objetivo de que yo empezara desde cero, ese día, ella dijo: <<Si no puedes madurar ahora, no lograras vivir en el mundo de afuera.>> Creí que aquella decisión era por mi bien; sin embargo, tan solo, era una niña. Yo no necesitaba madurar, sino disfrutar de una niñez cálida y feliz. Agarre con cuidado la muñeca, riendo por el parecido entre las dos; tenía mí mismo tono de cabello con el flequillo, al igual que los ojos verdosos y labios rojizos, vestía un elegante vestido cuadricular color gris hasta la altura de la rodilla, sus botones y tacones eran negros y destacaba un moño rojo en su cuello.
—Ya te tenía en la mira antes de hablarte por primera vez en el restaurante—confesó Vale—. Todas las noches de regreso a tu casa pasabas por una tienda de estas muñecas, observándolas detenidamente con un brillo en tus ojos, pero jamás te vi entrar a la tienda…—su tono se volvió melancólico.
Si bien, la anhelaba, preferí priorizar los gastos principales para vivir, aunque no dejaba de proponerme como meta tener una. Mi corazón salto de alegría al acariciar la muñeca, quizá algo ridículo para una chica de diecisiete años.
—Gracias a ti pude llegar hasta mi nieto—dijo—. Espero te guste.
La miré. En verdad sanaba una de mis heridas causadas por mi madre—. Me encanta, muchas gracias—sonreí—. Fue apropósito que la escogiera igual a mí, ¿cierto? —pregunte juguetona.
Carcajeo de una forma tan cálida y bonita que me recordó a lo reconfortante que podía ser Marcela en el pasado—. Me conoces. —Luego, su rostro cambio de una manera muy drástica. Frunció su ceño a la par de que sus ojos se apagaban mientras se dejaba caer en su cama, al parecer su energía se había agotado.
—Déjeme ayudarla. —La recosté sobre completamente, arropándola y acomodando su almohada.
—Dile a mi nieto que venga pronto, lo extraño. —Asentí—. Y prométeme una cosa. —Me sostuvo la mano con fuerza.
—¿Cuál?
—No lo abandones. No lo hagas. —De repente empezó a toser constantemente, incluso parecía que le costaba respirar. Intenté darle agua, pero un aire frio me recorrió el cuerpo en cuanto vi sangre en la manta. Los doctores entraron a atenderla y nos sacaron de la habitación. Poco tiempo después salieron.
—¿Cómo se encuentra? —pregunté.
—Por el momento está estable, pero no le queda mucho tiempo. Lo lamento. —El aire se me fue de golpe—. Con permiso. —Paso el doctor a un lado de nosotros.
Es increíble como aun después de tanto dolor, pueda ella sonreírme de una forma tan dulce. Sentí mis ojos humedecerse. Siempre las personas más buenas, son las que sufren.
—Es hora de regresar señorita.
—Si. —Desde el cristal de la habitación le di un último vistazo a Valentina que permanecía dormida.
En el auto la cabeza me daba vueltas, creo que fueron muchas emociones por un día.
—De seguro está en la sala—dijo Dani al darse cuenta que buscaba a Cris con la mirada. Me dirigí hacia allá.
Cristian, resulta ser un chico muy misterioso, incluso sus hermosos ojos delatan secretos. Es cierto que cada vez que lo miro mi corazón salta de alegría, las manos me tiemblan con cada rose suyo, mis mejillas se sonrojan con sus frases y el cuerpo se me estremece con sus besos, es por eso, que me da miedo que me lastime con sus secretos, porque no sé, si sería capaz de soportar tal dolor.
—¿Preciosa? —Inclino un poco su cabeza al verme distraída. Sin darme cuenta, ya había llegado.
<<No lo abandones. No lo hagas.>> Todos me piden eso. Lo que no saben es que yo sin ti, no podría vivir.
—¿Qué tal les fue? —note inquietud en su voz.
—Aburridoooo—quejó Dani al recostarse en las piernas de Armando. Él se paralizo y miró perplejo.
Cristian tomo mi mano, haciendo que por fin lo mirara—. ¿También te aburriste?
Tal vez debería dejar eso por ahora, ya tiene suficiente con la situación de su abuela. Sonreí—. A diferencia de él, yo me divertí. Valentina te envía saludos y dijo que ojalá la visites pronto porque te extraña.
Estuvo a punto de decir algo, pero se reprimió—. Me alegro que te la pasaras bien. —Evadió el tema. Un silencio se interpuso entre nosotros—. De casualidad… —pauso.
—¿Cris…?
Entiendo que debe sospechar, no puedo evitar actuar como si nada.
—De casualidad, ¿no me extrañaste? Porque yo sí lo hice. —Intentó desviar de nuevo el asunto.
Balancee nuestras manos—. Yo también, siempre lo hago. —Toque sus labios con mi dedo índice para provocarlo. Sonrió. Quizás, yo soy la que debería pedirte que no me abandones y no al revés.
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Editado: 06.01.2025