En el nombre del amor; cicatrices

Capítulo 20

Estela

Son las dos de la mañana, y Cristian no ha regresado a la habitación. Pensé que había ido al baño, pero ya paso demasiado tiempo desde que me desperté. Si no fuera por aquella maldita pesadilla del bosque no estaría despierta. Es extraño. Con él a mi lado, puedo dormir tranquila. Sin él, todo me atormenta. Me acurruque en la cama aun sentada.
—Cristian —Escuche la voz de Armando un poco lejos—. ¡Cristian! —Parece que intenta no gritar.
—¡Ya te dije que no! —habló con el mismo tono exasperado—. Solo iré yo. No la involucraré a ella.
Con que se trata de mí. Suspiré antes de salir de la cama, acercándome a la puerta, que por suerte estaba abierta. Camine de puntitas por el pasillo frío hasta el otro cuarto que tenía la luz encendida. Pegue la oreja a la puerta para oír mejor su conversación.
—¿No comprendes la situación? —carraspeó Armando, molesto.
—Tú eres quién no lo comprende—confronto Cris—. Esa mujer es peligrosa para Estela.
¿Mujer?
—Chismosa.
Me aparté enseguida ante el susto, tapándome la boca para no hacer ruido. Cuando volteé, le fruncí el ceño.
—No deberías escuchar conversaciones ajenas—susurró, frotándose sus ojos soñolientos.
Iba a renegar molesta si no fuera por la gracia que me causo el pijama de gatitos en ese cuerpo tan grande para lo pequeño que era su ropa. Además, el gorro de duende aumentaba mi risa interna.
—Tú también estas aquí—expuse—. Eso te convierte en un chismoso.
Bostezo—. Yo vine porque te vi.
—Aja—ignoré—. Sé que el asunto me involucra, ahora, cállate. —Volví a colocar la oreja en la puerta hasta que sentí un fuerte golpe en la cara. Parpadee perpleja al visualizar a Dani con una mueca de disgusto… Sin…su…gorro…
—Interrumpes mi sueño reparador.
Troné la boca. Levante el gorro e hice la misma acción, disfrutando como este resbalaba de su cara sorprendida lentamente—. Regresa a tu cama.
Abrió los ojos de par en par—. ¿Me estás ordenando?
Oh no, eso era lo que más odiaba Daniel. Sin que pudiera contestar me arrojo otra vez la prenda. Yo no me quede atrás y lo hice de nuevo. Luego se unieron los calcetines a la guerra.
—¡Mocosa!
—Viejo.
—¿Viejo? —quejo.
—Si, viejo—reafirme.
Se aproximó—. Ya verás. —Intento aventarme un calcetín, pero resbalo con el gorro, haciéndolo perder el equilibrio hasta caer finalmente en el centro del cuarto en donde hablaban Cris y Armando.
Ambos levantaron las cejas al ver a Daniel en el suelo. Luego me visualizaron, tensándome. Le sostuve la mirada a Cristian que termino por desviarla. Sí, algo pasaba—. ¿De qué mujer se trata?
Ignore la situación graciosa y las ganas de reír se desvanecieron completamente en cuanto los tres hicieron los hombros hacia atrás con la pregunta. Sea lo que sea, era malo. Y, ¿qué otra mujer en mi vida podría ser mala para mí? Me gustaría que existiera alguien más en lugar de ella.
—Es mi madre. —Ni siquiera fue necesario preguntar, lo sabía. Ellos lo sabían—. Salió de la cárcel. —Todos agacharon la cabeza y fruncieron el ceño, estaban molestos, indignados, querían protegerme y sentían que habían fallado, aunque no era así—. Era de esperarse—de golpe me vieron—, siempre tuve la sospecha de que Marcela no era lo que yo veía. De alguna forma, tenía el control y no solo de mí. —Inevitablemente sostuve el collar que llevo sobre el cuello, mis dedos trazaron la “E” recordando aquella noche—. Estoy segura que ella mato a una amiga mía—aprete el collar—, incluso puedo jurar que maneja cada rincón del lugar donde trabajaba. —Mantenía cadenas invisibles en mis manos, no obstante, ya no se lo permitiré—. ¿Qué está haciendo ahora?
Armando iba a tomar la palabra, pero Cristian se la gano—. Lo puedo solucionar. —Sus penetrantes ojos no titubearon—. No te tocara, te lo prometo.
Sí esa mujer fue capaz de salir de unas de las cárceles de mayor seguridad, debe ser por uno de sus planes macabros y de seguro involucran a mi novio como la presa principal, por ello, corre más riesgo él. Miré a Armando—. ¿Qué está haciendo? —repetí la pregunta, ocasionando que le diera un vistazo a Cristian antes de responderme, entendía que Armando no quería contradecirlo, pero él mismo sabia lo necesario que era.
—Puso una demanda en contra de Cristian.
—¡¿Qué?! —cuestioné—. ¿Por qué?
—Por secuestro—esta vez contesto Cristian.
—Y difamación—agregó Daniel.
—Mierda—masculle.
—Deben presentarse ante un juez en dos días para declarar—explicó Armando—, ambos. —Cristian de inmediato expreso enojo en el rostro—. Mostraremos las pruebas de tus heridas y con sus testimonios le daremos fin a este asunto.
Suena demasiado fácil que hasta me asusta.
—Puedo ir solo y explicar por qué no te lleve. —Se acercó—. La demanda me da igual. —Me acaricio la mejilla con el pulgar—. No quiero exponerte.
—La palabra “secuestro” es un delito—expuse con la esperanza de que entendiera la gravedad del asunto; sin embargo, él solo mostro una sonrisa traviesa. Algo perverso pasaba por su cabeza y de alguna forma eso no me intimida, más bien, me encanta e hipnotizaba.
—Por mí, te secuestraria.
Cielos, si lo dice con ese tono de voz tan sereno y esos ojos penetrando los míos hasta lo más profundo de mi ser…la verdad…—. Sería un privilegio ser secuestrada por ti. —Su rostro se tornó de un rojo intenso, los demás abrieron la boca formando una “O”, en ese momento me di cuenta de la tremenda locura que acababa de decir—. ¡Ah, bueno! No te lo tomes en serio. —Me altere—. No es bueno que hagamos eso, podría haber peores consecuencias.
Él aparto el cabello de mi oreja, acerco el rostro lo bastante para provocarme la sensación de su aliento caliente en la piel. Susurró: —Si sigues diciendo ese tipo de cosas, ocasionaras que pierda el control.
—¿Control? —pregunté ingenuamente—. ¿A qué te refieres con control? —Pude escuchar una risita de su parte, para después dejarme un beso en el cuello que me genero un cosquilleo en todo el cuerpo.
—Este tipo de control. —No había más que satisfacción en sus ojos al verme tan roja como un jitomate.
—¡Pervertido!
Soltó una carcajada—. Eres adorable.
—Si, si, empalagosos. —Nos separó Armando—. Regresando al tema principal.
Claro, lo olvidaba. Parece que siempre es así, él me hace dejar el mundo real—. Vamos a seguir tu plan. —Es lo mejor, aunque Cris no lo diga sé que lo piensa—. Me encargaré de eso—aseguré.
—Esperó que así sea, Daniel. —Lo miró frunciendo el ceño y cruzando los brazos—. Sabes que tengo otro trabajo por hacer, no me falles.
Dani rodo los ojos, divertido—. Vamos galán—lo sujeto del cuello con el brazo—, soy de fiar.
Pude notar un leve sonrojo en Armando—. Tu pijama no me dice lo mismo.
—¡Oye! Es de gatitos.
—Ni se nota—soltó con sarcasmo.
Daniel le arrugo la nariz antes de caminar hacia la puerta—. Volveré a dormir. —Bostezó—. Nos vamos mañana al medio día—ordenó y se detuvo de repente. Giró la cabeza en dirección a Armando—. Mi cama es demasiado grande. —Siguió su camino.
¿Qué quiere decir con eso?, ¿necesita una cama más pequeña? Pero si es enorme. Armando sonrió mostrando los dientes. Me atrevo a decir que jamás vi una expresión tan honesta en su rostro. Al mirarnos de nuevo borro su expresión. De alguna forma, me veo reflejada en él—. Ustedes también deberían ir a descansar—comentó.
En su interior sabe que le gusta, pero debe existir algo que lo frene, ¿qué será?
—Armando—llamó Cris. De inmediato le prestó atención—. Cualquier cosa, infórmame. —Él asintió—. Descansa. —Cris me sujeto la mano, guiándome hacia el cuarto.
—Buenas noches—le dije antes de desaparecer por la puerta a lo cual sus labios se curvearon levemente hacia arriba. Parece que ya le agrado, aunque sea un poco. Además, no hemos tenido la oportunidad de convivir tanto, siempre resulta estar ocupado…me pregunto en qué. Espero no sea relacionado conmigo, siempre le doy problemas a los demás. Creí, que eso ya había terminado. Me adentre tanto en mi hermosa historia de amor que me olvide cómo es aterrizar de nuevo en el suelo frio y rocoso.
—¿Qué pasa, amor?
Ese apodo no deja de provocarme nervios. Al menos estando con Cris toda la ansiedad desaparece. Lo miré. Sonreí—. Nada—conteste mientras nos reacomodamos en la cama.
Él apagó la luz, dejando solo la iluminación de la luna, siendo a penas visible su rostro que se encuentra apoyado en la almohada, mirándome de frente—. ¿Estás preocupada?
Trague saliva—. No. —La palabra salió más baja de lo que quería, porque sí, estaba preocupada. Demasiado. Temía por su seguridad, por la de Daniel y la de Armando.
Se aproximo aún más para acariciarme el brazo, el contacto era tierno y caliente a pesar de interponerse mi prenda sobre piel—. Sé que eres fuerte, y que tal vez por eso ni siquiera te estes preocupando por ti—el cuerpo se me tensó—, pero, yo también lo soy. —Me beso la frente y rodeo entre sus brazos—. Confía en mí. —Me aferre a su camisa, tratando de disipar el temblor—. Necesito que te enfoques en tu bienestar.
—Eso es injusto…—queje—. Tú, te expones. Siempre lo haces. Por mí.
Recordé la vez que me protegió de los látigos, de seguro habían marcado su cuerpo y me odiaba al pensarlo.
—Lo siento—respondió casi en un susurro y me sostuvo con mayor fuerza—. Es solo que no soporto la idea de…—Su pecho comenzó a inhalar y exhalar deprisa, tenía dolor. No un dolor físico, sino emocional. Tuve el presentimiento de que estaba recordando el mismo incidente, aquel que casi me mata—. El día en que ya no estes, perderé la cabeza.
—La perderemos—corregí—, ambos lo haremos.
—Entonces, no hay que permitir que eso suceda.
Lo abrace desde el cuello, impregnando el olor cítrico con un toque de menta en mis fosas nasales, dejando en claro que él estaba aquí, junto a mí, para mí.
—Todo estará bien—prometí—. Estaremos bien.




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