Estela
Tin...tin…tin…tin. Una máquina de monitoreo.
Respire hondo. Olor a desinfectante.
—Con esto será suficiente. —Voces, personas.
Moví los dedos alrededor. Suave, mantas…una cama.
Fruncí el ceño aun con los ojos cerrados. Duele… Siento dolor en el brazo. Arde, punza… Algo sale de mi cuerpo, puedo percibirlo, lo extraen con facilidad del antebrazo. Es viscoso, huele a… ¿metal…? También siento ese sabor en la boca… ¡Sangre! Abrí los ojos de golpe. La respiración se me aceleró al descubrir que no podía moverme ni hablar. Solo visualice el lugar que me causo un vértigo descomunal. La cabeza me dio vueltas, pero, al menos soy capaz de mantener la concentración en la mujer responsable de esto.
Se encuentra tan tranquila hablando con unos señores de bata blanca que me provoca nauseas. ¿Qué carajos me están haciendo? Trague saliva al notar un tubo delgado dentro de mi piel, extrayendo la sangre. Mierda, mierda.
—Llevaremos las muestras—habló uno de ellos—, aunque ambos sabemos que esto no será suficiente.
El pecho me dio un vuelco. Acaso, ¿piensan dejarme sin nada?
—Tendrá que ser suficiente por ahora—contestó Marcela—. No les conviene que muera.
—Todo dependerá de la decisión de…—Ella hizo un gesto con la mano para que se detuviera y como si fuera capaz de sentir la mirada volteó a verme.
—Las siguientes muestras serán dentro de quince días—dijo sin quitarme la vista—. Debe tener suficiente…por ahora…—Desplazo los ojos hasta las cicatrices de mis brazos. ¿Me compadece? Ja, hipócrita. Aprete la mandíbula—. Largo—ordenó. Ellos pararon la máquina de extracción. Retiraron el tubo. Limpiaron la herida. Tomaron los frascos llenos de líquido rojo y se marcharon en silencio. Todo mientras observaba. ¡¿Por qué diablos nadie me ayuda?! ¡Mierda! Al verme el pecho subir y bajarme abruptamente debido a la ansiedad, se aproximó.
Dudosa acerco la mano a mi cabeza. Me tense en espera de un golpe, no obstante, su mano comenzó a acariciarme con cuidado. Arrugue aún más el entrecejo. ¿Qué prendía con aquel supuesto cariño? —. Todo estará bien a partir de ahora. —Su voz se tornó suave—. Lo arreglaré, te lo prometo—sonrió, pero no como siempre. Había algo distinto en ella que me retrocedió a mis años de infancia, antes de toda esta locura; sin embargo, no puedo verla igual. En la mayoría de las veces los recuerdos buenos se opacarán por los malos, y eso es justo lo que está pasando. Giré la cabeza. Por más que una caricia quiera ablandarme el corazón, una marca del cuerpo me recordara el dolor—. En mis manos estás segura—solté un resoplido burlón—. Con ese chico hubieses muerto.
La confronte de nuevo. ¿Cómo se atrevía a hablar así de Cristian? Cuando, en primer lugar, él me salvo de ella. La ira creció en mi interior al recordar el quejido de dolor que hizo al cubrirme con su cuerpo. Me humecte la garganta—. ¿Dónde…está? —carraspee.
—¿El chico? —Arqueo una ceja—. A salvo de ti. —¿De mí? Se levantó—. Descansa. —Se escuchó un clic en la puerta. Me encerró. Una lagrima de frustración se desplazó por mi mejilla. Cristian…tiene que estar bien.
Deje la vista clavada en el techo mientras la cabeza se me aclaraba un poco. Necesito salir de aquí, pero el cuerpo no me responde, incluso mantenerme despierta es una tortura.
*****
—¡Corre, corre!
Escuché unos pasos resonantes aproximándose, así que lo hice.
—¡Atrápenla!
También distingo los ladridos de perros por detrás, por lo que se me acelera el pulso.
Vi una luz cerca. Pensé que todo había terminado. Que ingenua y tonta por tropezar con una raíz. Las rodillas y manos me ardieron, estaba sangrando por el impacto. Miré hacia atrás al escuchar las hojas caídas de los árboles crujir, encontrándome con un hombre alto, vestido de traje color negro, lo cual hacia relucir sus ojos azul cielo en esa expresión tensa.
La pesadilla, otra vez…
<<No les conviene que muera.>> <<¡Recuérdalo! >> <<¿Quién eres en realidad?>> Recordar…quién soy.
—Tú—pronuncio en seco y sujeto con más fuerza el cuchillo—. No debiste nacer. —Se abalanzo.
Quizá, estoy loca o…—. ¡Alto! —grite, pero no se detuvo. Rodé hacia un lado, salvándome. Inhale agitada. O, quizá, no tan loca. Levante de prisa—. ¡¿Quién demonios eres?! —exigí saber—. ¡Dime! —Luego mi atención se centró en el goteo de la sangre.
—¡MIERDA! —quejó ante el dolor punzante de tener un cuchillo clavado en la palma de la mano derecha. Con la otra mano lo quito mientras temblaba. Apretó la herida, lleno de ira. Miró al frente—. ¡Nunca te salvaras! —le gritó a… ¿mí?
Retrocedí. ¿Qué es esto? Me estoy viendo a mí misma, solo que en versión ¿niña? Parezco de al menos unos siete u ocho años. Luce diferente; el cabello le llega por debajo a la cintura, tiene la piel tan pálida, casi en un tono inhumano cubierto por hematomas en sus brazos delgados. Tiembla. Llora. Respira con dificultad. Está a punto de colapsar.
—¡Te matare! —Ella…o más bien, mi yo pequeño negó ante esas palabras—. ¿Lo oíste? ¡TE MATARE! —La pequeña corrió.
Inevitablemente la seguí—. ¡Espera! —Intente tomarle la mano, pero la traspase. Me detuve. Yo no era real, al menos, no aquí. Solo, me encontraba…viendo un sueño o tal vez, un recuerdo. Me estremecí—. ¿Qué está pasando?
Abrí los ojos al mismo tiempo que jalé aire desesperada. Inspeccione el lugar, había despertado…
Me cubrí el rostro con las manos temblorosas—. ¿Qué demonios fue eso?
—¡¿Cómo que salió?! —gritó Marcela al otro lado de la puerta—. Carajo. —Escuche el estruendo de vidrios. Algo la puso furiosa. Hubo un momento de silencio—. Incrementen la seguridad, de seguro vendrá por ella.
…Cristian…
Pensando que tenía suficientes fuerzas me levanté, pero caí al instante. Arrastrándome me acerque a la puerta—. ¡Escúchame! —Golpee varias veces para llamar la atención—. ¡Si te atreves a dañarlo, juro…! —El enojo se apodero de mi cuerpo al imaginar el final de Ana en Cristian—. ¡Juro que te matare! —No obtuve respuesta—. ¡No lo toques! ¡No lo hagas! —Golpee la puerta más fuerte repitiendo lo mismo una y otra y otra y otra vez. De pronto, entraron dos hombres que me sujetaron de los brazos para llevarme de vuelta a la cama—. ¡Suéltenme! —Forcejee, pero ellos tenían una fuerza descomunal que me impedía moverme mientras otro mucho más alto, robusto, con una barba de candado me inyectó un sedante.
Di el último esfuerzo por soltarme—. Shu shu shu shuu. —Su mano fría se posicionó en mi cabeza—. Tranquila, Eli. —Me acobijó—. Duerme. —Creo intenta…¿consolarme? —. No le haremos nada—susurro o eso creo, pues perdí la conciencia.
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Editado: 15.02.2025