En el nombre del amor; cicatrices

Capítulo 22

Estela

El aire frio me recorre todo el cuerpo a pesar de tener una manta gruesa, aunque necesitaba sentir esto, solo con las sensaciones pudo aclarar mi mente y tomar una decisión…al igual que Cristian.
—Hay que darnos un tiempo a solas—pedí casi suplicante, porque sabía que estaba en la misma desesperación que yo, y me dolía verlo tan perdido en su mirada, en sus pensamientos, en su corazón. Me coloque los tenis y agarre la sabana del hospital antes de dirigirme a la puerta—. Piensa en lo que realmente quieres.
Él me sujeto la muñeca—. ¿Qué intentas decir? —carraspeó—. Te amo Estela—dijo como si eso fuera suficiente para repararnos, pero no. No se trata de amarnos…se trata de ya no destruirnos.
Sin verlo conteste—: Yo también, pero no planeo retenerte y que pases por lo mismo…una tercera vez. —Supe que lo comprendió en cuanto su agarre se volvió débil—. Podemos hablar en la noche sobre…sobre tu decisión. —Salí de la habitación con el pinchazo de miles de agujas en el corazón.
Por eso, me encuentro aquí, viendo pasar a gente de diversas edades. Algunos de ellos son doctores, otros visitantes y en su mayoría, enfermos…como yo, como lo fue la abuela de Cristian y como lo fue su madre… Carajo. Me abrace las rodillas. ¿Qué voy a hacer? Sería estúpido que se quedara toda la vida con una persona que está condenada a morir en cualquier momento. Ya perdió a muchos, seré la causa de su colapso o de su muerte. El punto medio es inexistente en este momento, la respuesta debería ser simple; me quedo con él o no. Me abrace más fuerte para cubrirme del frio…o…del dolor…
Escuche un fuerte suspiro a lado. Genial, se sentaron en mi banca personal.
—Me duele todo.
La voz se me hizo familiar. Voltee—. ¿Rubí?
Sus ojos azul destellantes me miraron bien abiertos de par en par—. ¿Eli? —Negó—. ¿Esti?
—¿Qué haces aquí? —preguntamos al mismo tiempo, que fue interrumpido en cuanto Rubí comenzó a sangrar por la nariz. De inmediato saque el poco papel de mi bolsillo e incline ligeramente su cabeza hacia atrás.
—Puedo hacerlo sola. —Intento sujetar el papel, no la detuve y me dediqué a ser paciente hasta que la hemorragia paró—. Me he ensuciado. —Se sacudió el camisón blanco, era parte del hospital, como paciente. Miró sus manos cubiertas de sangre. Un escalofrío me recorrió el cuerpo al recordar la situación de ayer—. Debó lavarme, otra vez.
¿Otra vez? ¿Cuánto tiempo lleva aquí?
Suspiró con mayor fuerza e inclino de nuevo la cabeza. Detuvo la vista en el cielo. Parecía pensar a pesar de ya no querer hacerlo, ya somos dos. Dos almas perdidas que vagan por la Tierra sin saber a dónde ir, simplemente observamos a aquellos humanos que ríen sin preocupación y gozan de su existencia mientras uno se pudre en ella, ¿por qué los dioses tienen a sus favoritos?, ¿qué tengo que hacer para ser uno de ellos? No me apetece seguir hundiéndome en el profundo océano que me asfixia el pecho. Luego su resoplido me regresa al presente, continúa mirando la sangre de sus dedos casi incrédula y después sonríe con la mandíbula tensa, no está alegre, sino asustada.
Me niego a ver más esa escena—. Vamos Rubí. —Me levantó y ella se sobresalta—. Te acompaño. —Ella aun desconcertada asintió.
Llegamos a la habitación 312, un piso más arriba que la mía. El lugar resulto amplio, más para los pocos muebles de allí que albergaban libros dispersos sobre anatomía, medicina, ciencia y una que otra revista de modelos o chismes controversiales entre famosos.
—Ponte cómoda, iré al tocador.
Asentí. Agarre el primer libro de la montaña puestos sobre una mesita “El cuerpo humano” lo ojee un poco antes de cerrarlo con fuerza en el subtema “Sangre”. Preferí cambiarlo por una revista, viendo la cantidad de poses, consejos y vestuarios apropiados para los tipos de cuerpo—. Es más difícil de lo que parece…
—¿Verdad? —Di un salto del susto. Ella se acercó aun con las manos mojadas—. Mucha gente no aprecia el arte de los modelos, es inaudito. —Una leve sonrisa se transmitió en sus labios resecos.
—No soy experta en esto, pero me gusta como moldean las facciones para formar parte del papel que les da el vestuario, como si actuaran—expresé. Rubí amplio más la sonrisa.
—Me alegra que tú lo entiendas. De hecho—se apresuró a traer otra revista, tirando libros a su paso—, puedes ver la diferencia de ellos con solo cambiar la ropa. —Mostró una chica vestida de cuero negro, demasiado pegado a la piel y con escote de corazón mientras un delineado delgado en sus ojos grises la hacía lucir impotente. En la otra página, era la misma mujer, solo que ahora lucía un vestido verdeazulado a la altura de la rodilla, amplio con rosas blancas en los bordes y en el cabello, incluso el maquillaje del rostro la hacía ver amable—. Es magnifico—murmuró.
—¿Quieres ser modelo? —pregunte. Borro la alegría—. Lo siento, no quería…
—Quiero—respondió, acariciando la página en donde la mujer posaba—, aunque se quedara en un sueño.
—¿No lo has intentado? —inquirí, pues, sé que a veces la desmotivación es más fuerte que la voluntad. Lo mismo me paso con el sueño de ser diseñadora y ahora uno de mis vestidos lleva a la venta más de un mes.
—No me aceptaran. —Levantó un poco el brazo. La manga dejo al descubierto un hematoma morado—. Nadie quiere a una enferma. —Los ojos se le enrojecieron.
Me quede boquiabierta. Sus hematomas nunca fueron por violencia física sino, por una enfermedad—. Rubí…
—No. —Negó—. No quiero tu lastima, ni la de nadie.
Me estrujo el pecho. Era obvio que pensara que le tenía lastima, nunca me acerque lo suficiente para tratarnos como amigas, ni me digne a conocerla como ella a mí, aun así, lastima no era la palabra adecuada—. Inténtalo Rubí—solté. Ella me frunció el ceño—. Eres hermosa y conoces sobre maquillaje, puedes cubrirlo como lo hacías conmigo.
Se cruzó de brazos. Burló—. Es absurdo arriesgarse. —Cuando no le seguí la risa, regreso la vista a mí, analizándome—. ¿Hablas en serio? —Sonreí mientras mi mano busco acariciarle la cabeza. Abrió la boca, a punto de decir algo que no termino por hacer, en su lugar una inevitable lagrima se desplazó por su mejilla. Luego otra tras otra. Tuve el impulso de quererla abrazar, pero me contuve.
—Si no te aceptan se lo pierden, tendrías muchos fans—anime.
Se sorbio la nariz—. ¿Tú crees?
—¡Claro! En el restaurante captabas miles de miradas.
—No tantas.
—Oh vamos, deja de hacerte la humilde cuando sabes que a todos se le caía la baba por ti.
Esta vez la cara se le ilumino por completo al soltar una carcajada. Después respiro profundamente, llena de tranquilidad en aquel silencio cómodo que formamos. De pronto su inquietud volvió, como si se percatará de algo. Me miró—. ¿Qué haces aquí, Estela?
—Oh—musite mientras me cubría las pequeñas cicatrices de las muñecas—. Me dolió el estómago…
Arqueó una ceja—. Mentirosa. —Parpadee perpleja—. Cuando mientes bajas el tono de voz. —Abrí más los ojos—. ¿Cuál es tu piso?
—El 210—contesté por impulso.
—Los 200 son para pacientes de urgencia.
Troné la lengua. Niña lista. Sin dejar de verme espero una respuesta. Suspire derrotada—. Tengo anemia.
—¡¿Qué?! —Se enderezo.
—No es grave. —Las arrugas de su frente se hicieron más notorias—. Hablo en serio, apenas comenzó.
—Entonces—ladeo la cabeza—, ¿por qué estás triste?
<<Fingir que no duele, corrompe peor. Y tú, te estas rompiendo cada día más.>> Maravilloso, ahora Axel se metía en mi cabeza.
—La verdad…—Me trague la frase, no obstante, los cálidos ojos de Rubí derribaron la muralla—. Tú. ¿priorizarías la vida de una persona o confiarías en que ambos pueden vencer a la propia muerte? —La pregunta la tomo por sorpresa. Lo medito un momento.
—Si esa persona está dispuesta a vencer la muerte conmigo, lo intentaría. —Sin duda, esa respuesta no me la esperaba.
—Pero, pueden morir—recalque.
—O, puede que no. —Se recostó en la cama—. Esperanza Estela, te hace falta esperanza.
Agache la cabeza—. No quiero que sufra por perder a otra persona.
Una ráfaga helada me atravesó el corazón con sus siguientes palabras—: Por el simple hecho de dejarlo, ya te está perdiendo.
—Lo amo—confesé temblorosa, librando mi alma de ese sentimiento guardado—. Es al primero en mi vida que amo.
—Entonces…—Señalo la puerta—. Ve con él. —El corazón se me acelero—. No dejes que tus sentimientos se resguarden para siempre en una caja sellada, cuando él espera escucharlos.
En automático mis piernas se movieron, pasando por los pasillos en busca de su silueta. Regresé al jardín, fui a la azotea, a la habitación. Nada. ¿Dónde se había metido?
—Hola—saludó Armando—. Al fin llegaste. —Visualice una mochila en la cama—. Cámbiate, te dieron de alta.
—Y, ¿Cristian? —pregunte.
—Lo llamó su padre. —Mierda, otro problema—. No te sientas mal. Ese hombre es así.
Cruce los brazos—. Parece que lo conoces bien.
Se encogió de hombros, claro, no me daría información.
—Cristian te verá en la casa. —Camino hacia la puerta—. Te espero en el auto en 20 minutos.
Llegue en 30 por ir a despedirme de Rubí y buscar el coche entre miles de otros. Subí, colocándome el cinturón de seguridad. Armando me dio una bolsa con medicamentos, míos al parecer. Arrancó—. ¿Cómo está Daniel? —Por un instante bajo la mirada y enseguida la regreso al frente.
—Adolorido—fue lo que dijo, lo único en todo el trayecto.
Llegamos a una casa bastante aislada de las demás, escondida entre los árboles. Al entrar me llamo la atención un sofá marrón posicionado justo delante del televisor, mucho más de cerca de lo que usualmente debería estar, un cabello oscuro se asomaba por ahí—. ¿Dani?
Volteó aun con la cuchara de helado en la boca. Me acerque a él, reprimiendo el llanto al verle el vendaje en la frente.
—¡Señorita, Estela! —saludó alegre—. Me alivia el alma verte bien. —Extendió el boto de helado—. ¿Quieres?
—Soy alérgica a la fresa…
—¡Que pecado! —quejo—. A mí me encanta.
Sonreí con los ojos llorosos. Verlo riendo me quita un peso de encima.
Se hizo a un lado—. Siéntate, presiento que necesitas compañía. —Me quede a su lado—. Ven guapo—llamó sin mirarlo—. Veamos la novela. Antonieta luchara por su romance.
Escuche una risita de Armando antes de unirse. Pasamos un rato viendo como Antonieta peleaba entre dos amores con bastante potencial, aunque en lo particular, me agrado más Alan que Rodrigo, porque era muy lindo con ella. Tan mable, honesto y…pasional… Trague saliva cuando una escena de sexo se hizo presente mientras los otros dos ni expresión mostraron, quizá porque a mi cerebro no le tomo tanto esfuerzo imaginar a Cristian como el protagonista masculino si llegáramos a…a hacerlo…
—¿Solo jugaste conmigo? —reprocho Antonieta a Rodrigo.
—Si—respondió él.
Por algo no me agradaba su papel. Termino el capítulo con ese suspenso.
Los dos se levantaron—. Oigan—se detuvieron—, ¿llegara más tarde?
Armando miró el reloj de su muñeca. Rozaban las ocho de la noche—. No debe tardar. —Observo a Daniel. Él inclino la cabeza—. ¿Está bien si salimos por un par de horas? —como si sintiera la necesidad de explicar, lo hizo—. Tengo que llevarlo a su revisión. Y siento, que deberíamos darles tiempo a solas.
Suspiré—. Quiero hablar con él.
Asintió. Agarró un abrigo y llaves del auto. Dani lo siguió—. La habitación de Cristian está arriba a la derecha. Nos vemos mañana.
¿Mañana? Cerró la puerta. En fin. Me dedique a explorar la casa con pocos muebles, en su mayoría de colores neutros, con un ambiente poco decorado. Solo contenían lo ordinario para vivir. Todo en su lugar, ordenado al extremo, producto de Armando sin duda. Videojuegos, películas y novelas viejas a un lado de la televisión, cosas de Daniel. Subí las escaleras. Abrí la habitación, encontrando una cama amplia con sabanas azul marino junto a un estante lleno de libros de tecnología. Pase el dedo índice por estos, imaginando como Cris escogía uno entre tantos. A un lado, estaba una computadora y un poco más allá una lampara junto a un libro abierto, noches en desvelo por aprender a mejorar su reloj, o eso vi en las instrucciones. Arriba de mí, colgaba una foto, la agarre con emoción; era Cristian de niño. El corazón me dio un vuelco y sonreí de la misma forma que él en esa imagen con al menos dos años de edad, sentado en las piernas de su madre.
—Que tierno…—toque sobre el vidrio sus mejillas regordetas—. Tiene cara de travieso.
Me sobresalte al escuchar la puerta abrirse. Voltee, encontrándome con sus impactados ojos dorados. Cerró despacio la puerta sin perder el contacto visual.
—Estela…—Termino con el tortuoso silencio. Visualizó la foto en mis manos.
—Perdón. —La coloque en su lugar, tardando más de lo debido. La brecha entre nosotros es grande en este momento, aunque ya he tomado una decisión, quiero saber primero la suya.
—¿Te dieron de alta?
—…Si. Armando, me trajo.
Se arreglo la garganta, incómodo—. ¿Tienes hambre? Recuerda que debes comer a tus horas. —Antes de que pudiera contestar comenzó a bombardear con preguntas—. ¿Cómo siguen los mareos?, ¿aun tienes nauseas?, ¿estás cansada?, ¿quieres que te traiga un poco de tiramisú? ...—Se detuvo. Respiro hondo, yo también. Ambos queremos terminar con esto y para ello, debemos hablar—. Estela…—empezó él, siendo cauteloso. Mantuvo la distancia, quizá un signo de que había decidido alejarse de mí—. Escucha…yo. —Podía ver la inseguridad en decir lo que sea que quisiera decir. Me ardió el alma por la desesperación asfixiante—. La verdad, no…—Cielos. Aprete los ojos llorosos—. Nosotros no…
Lo interrumpí—. Está bien. —No podía permitirme escucharlo o me quebraría—. Lo entiendo. —El pecho me quemo de la impotencia—. Me iré de inmediato. —Camine en dirección a la salida, pero Cristian me sujeto el rostro y hundió sus labios con los míos con tanta desesperación que me hizo retroceder. “No, no pienso dejarte ir”. Parecía expresar. Luego su lengua se unió de manera arrebatadora en mi boca, quitándome el aliento y entumeciéndome los labios. Me sentí una presa que estaba siendo devorada por un cazador.
Lo aparte de forma brusca antes de que muriera por asfixia. Recargue en el buro en busca de aire, contemplando sus ojos hambrientos centrados en los míos—. Te lo dije—susurro y se acercó a mi oído—. Cualquier riesgo vale la pena si puedo estar contigo. —Un leve gemido resonó en la habitación cuando su lengua ardiente me toco el lóbulo. Me miró de nuevo, agitado, quizá, hasta desesperado, puede que buscara un indicio de mí, pero no sabía precisamente qué.
—Este riesgo es muy alto. Es un juego mortal.
La firmeza que mostró no sucumbió—. Me da igual—su tono se volvió grave—. Lo voy a jugar. Porque te amo, Estela. No, no solo te amo. Te adoro a ti y la forma en cómo me embriagas con este sentimiento. ¿Te imaginas cómo estaré sin ti? —Su respiración aumento—. Será mejor que no intentes averiguarlo. —Temblé ante la fuerza de su boca contra la mía. Besa tan malditamente salvaje, y eso…eso me esta fascinando. Con la mano busque el buro e intente subirme, no fue hasta que Cris me sujeto y alzó. No siendo suficiente, enrede las piernas en su torso, quería sentirlo cerca…más cerca que nunca y podía percibir que él igual.
Nos separamos extasiados. Miramos. Deseamos…
Me acaricio la mejilla, el cuello—. Estela…—suplicó permiso, el momento había llegado—. Apártame y me detendré.
¿Detenerse? Oh, no. ya era demasiado tarde para eso, aunque debía asegurarme si él estaba dispuesto a dar el siguiente paso—. Solo…no quiero que te arrepientas…
Negó—. No tienes ni idea de cuanto he esperado esto. —Aparto los mechones de cabello de mi rostro—. Entregarme a ti y ser completamente tuyo es lo que quiero. —Mi respiración se aceleró al sentir sus labios calientes en mi cuello—. Ya tienes mi alma y mi corazón—descendió al pecho, a pesar de la prenda podía sentir que me quemaba. Solté un gemido—, solo te queda mi cuerpo. —Regresó a mi boca y junto nuestras partes de golpe al atraer mi cintura a su torso. Un fuerte gemido me salió de la boca antes de que continuara besándome y no podía seguirle el ritmo, no cuando me enloquecía su roce sobre el pantalón, ocasionando una fricción caliente.
—Espera…—Le sostuve la mano que había comenzado a subirme por la blusa—. Mi cuerpo. —Aparte la mirada—. Esta…esta…
Lleno de cicatrices…
Me levantó el mentón—. Tranquila—murmuró—. Iré lento. —Beso mi mejilla con dulzura—. Si algo no te gusta o incómoda puedes decirlo. Quiero que esta experiencia la puedas recordar siempre con amor.
Entonces, lo supe. A él no le importaba en lo más mínimo si mi cuerpo está lleno de horrorosas cicatrices, porque, aun así, lo ve hermoso, como si aquellas heridas no existieran. Y a mí, me hacía sentir amada por lo que era. En este instante, se enfoca nada más en otorgarme seguridad a avanzar en mi primera vez.
Con las piernas presione su torso contra mi cuerpo, para no caer Cristian se sostuvo de la pared y enrede los brazos en su cuello—. Lo dejo en tus manos, mi amor. —Esa palabra le destello un brillo en los ojos.
—No te arrepentirás ni por un segundo de haberlo hecho—respondió mientras me despojaba de la blusa. Al ya no tenerla sentí la necesidad de cubrirme, no por las cicatrices, sino por vergüenza. Despacio me apartó las manos y sujetó con firmeza sin poner presión. Se agachó y suspire brutalmente al tener sus labios en mi desnudo abdomen. Cada vez que baja me inclinó hacia atrás, incapaz de no derretirme ante este placer ardiente.
De pronto, por los hombros se me deslizan los tirantes del sostén que él previamente ya había desabrochado. Sin molestarse en apartar la prenda y sin soltarme, me obliga a gritar cuando su lengua juega con uno de mis senos, trazando líneas, círculos y succionando—. Ah, Cristian. —Jale su playera. Quiero, no. Necesito su piel. Él no tarda en comprenderme y de un tirón se la arrebata. Me quedo muda con cada perfecta línea de su cuerpo marcado, sintiendo húmeda mi parte al imaginarme lo demás.
Me observa en espera de mi reacción, impaciente, casi rogando para que lo toque. Y lo hago. Llevo la mano a su pecho que inhala fuerte al contacto. Lo exploro con los dedos, descendiendo y aumentando el ritmo.
Ansioso, junta nuestros cuerpos mientras me besa el cuello, pero quiero más, anhelo más—. Cristian. Quiero que toques más partes. —la voz me sale demandante.
Rio, gustoso—. Lo que tú pidas. —Su bíceps se tensa cuando me levanta agarrándome por debajo de los muslos. Envuelvo su cuello con los brazos y su cintura con las piernas. Me lleva en medio de la cama con un beso intenso que lo convierto en un grito ahogado cuando me toca mi parte más sensible con dos dedos de arriba abajo. Me retuerzo llena de satisfacción. La rápida fricción me hace arañarle la espalda y encajo las uñas cuando aumenta la velocidad—. ¡Cristian! —Su nombre en mis gemidos lo lleva a su límite de cordura, quitándome de una vez por todas el pantalón.
Pensé que él también se los quitaría e incluso intente hacerlo; sin embargo, se puso encima de mí y beso con suavidad, acariciando, apretándome la piel en llamas entre sus manos que me encienden aún más. Se separa un poco, me ve y sonríe con tanto cariño que me hace sonrojar y también sonreír. El cielo nocturno es testigo de cuanto amo a este chico. Su mano me aparta el cabello, me roza las mejillas, la nariz, los ojos—. Eres tan…tan—parecía no encontrar la palabra—. Tan bella, linda, hermosa, preciosa. —Junto la frente con la mía—. Tan perfecta. Y esa palabra aún se queda corta.
Lo abracé y me convencí de que debía saberlo, ese Te amo guardado por miedo, tenía que escucharlo—. Cris…
En su lugar, me aferre a sus anchos hombros mientras las piernas me temblaron al sentir su miembro en la entrada de mi zona. Ni siquiera note cuando se bajó los pantalones—. Aún no terminamos—susurró y alejó—. Puede que sientas extraño o dolor al principio…—advirtió—. No dudes en decírmelo. —Me abrió las piernas y resistí el impulso de cerrarlas—. Me encargare de que te guste. —Se detuvo. Me miró avergonzado—. Espera. —Se quito los pantalones por completo y del bolsillo saco la cartera. Claro, Armando y Daniel habían insistido tanto en que usáramos el preservativo. Con prisa se lo coloco, regreso a mí, acercó y…ah…santo cielo. Me tense. Él regreso a mis labios, calmándome los nervios—. Todavía falta. —Lo rasguñe. Gemí con fuerza—. Un poco más. —Grite en cuanto entro por completo. Era grande, demasiado grande y profundo. Jadee ante el temblor que me recorrió. Se mantuvo unos instantes en esa posición mientras mi cuerpo se aligeraba con sus acaricias. Abrí los ojos, cruzando con los suyos, tan hipnóticos como siempre—. ¿Estás bien? —preguntó. Puse la mano en su mejilla. Sonrió.
—Amor, continua.
Inhalo hondo, al parecer los nervios no solo eran míos—. Voy a moverme. —Comenzó lento de adentro hacia afuera. Aprete sus hombros, jadeando—. Estela…
Ahora, mis piernas por si solas se abren a él y la humedad de mi zona permite que aumente el ritmo, pero no es suficiente—. Cris, más rápido—no pido, ordeno y lo cumple chocando nuestras partes una, dos, tres, cuatro…cada vez más apresurado—. ¡Ay, dios! —Una fuerza descomunal se avecina en todo mi ser—. Sigue.
—Estela—gime, jadea, pierde el control—. Carajo, Estela—gruñe.
Me embiste y la cama rechina. A este punto… Mis piernas se me entumen y me es imposible respirar, ya viene—. ¡Cris!
Él también respira entrecortado—. Hagámoslo, Estela. —Guía mis caderas más adentro. Aprieto las sábanas.
—¡Cristian! —El placer me llega a oleadas, bañándome una y otra vez, hasta que lo único que puedo hacer es aferrarme a su cuello. Me embiste una última vez. Gemimos con fuerza y vibramos dentro el uno con el otro. Hemos tenido un orgasmo. Después de unos minutos vuelve a moverse despacio, ocasionando que tiemble. Suelto más gemidos placenteros. Pasa los brazos por debajo de los míos. Me sujeta los hombros. Embiste. Gritó. Embiste. Aferró las piernas en su torso. Embiste. Arqueó la espalda. Embiste varias veces seguidas de manera rápida, haciendo que la cama golpee con fuerza en la pared. Jalo su cabello al ya no saber cómo dejar salir el placer que me vuelve a llenar la zona. Me dejo caer en la cama, totalmente derrotada, cansada y pegajosa debido a todo el sudor que desprendimos.
Él se mueve, sale de mi entrada haciéndome temblar por lo sensible que he quedado—. Agradece al doctor que no pueda darte una segunda o hasta tercera ronda. —Me besó los hombros. Maldije mi cuerpo débil, daría lo que fuera por tener más de tres rondas. Dio un último beso en la sien—. Debo ir a tirar el preservativo si queremos evitar pequeños niños y niñas revoltosas a muy temprana edad. —Sentí la cara caliente—. Enseguida vuelvo. —Fue al baño a limpiarse en lo que recuperaba fuerzas para levantarme. Cuando salió me senté por instinto y por alguna razón mi cara se enrojeció todavía más al verlo desnudo a pesar de ya haber tenido nuestra primera noche.
Sonrió—. ¿Sigues nerviosa?
—Tal vez…—me negué a darle esa satisfacción y traté de parar, pero mis piernas seguían temblorosas y el abdomen comenzaba a dolerme junto con los muslos. Me quedé sentada, un poco apenada por la situación.
Él regresó al baño y salió con un par de toallitas húmedas. Aparte la vista. Ese cuerpo debería ser un pecado. Cris se inclinó—. Permíteme ayudarte. —Presione mi pecho con la mano al observar su sonrojo. Se supone que limpiarse después de tener sexo daría vergüenza, pero con él, todo es especial.
Sin hablar, asentí. Admito que el recorrido de sus dedos en mi zona me incitaba a querer otro round a pesar de ya haber terminado. Un gemido leve salió y me cubrí la boca. Carajo…
—Listo. —Levanto el rostro a la altura del mío.
Al diablo lo que haya dicho el doctor. Envolví los brazos en su cuello y lo atraje de nuevo a la cama mientras una lluvia de besos pasionales nos envolvía.
Se detuvo abruptamente—. Tu cuerpo…
—Te desea. —Terminé la frase por él, aunque sabía que eso no era lo que iba a decir. Él sonrió de oreja a oreja y me abrazó—. Querías entregarme todo, ¿no? —me acerque a su oído—, pues hazlo—incite—. Hazlo, hasta que te quedes sin fuerzas.
Las palabras surgieron efecto en cuanto el me mordió el cuello sin lastimarme. Suspire de placer—. Eres una dulce droga adictiva—susurró—, me encantas. —Me succionó la piel, dejándome una marca—. Eres el único dulce que me fascina. —Me miró agitado—. Amor mío. prepárate para no dormir en toda la noche.
—Estoy lista.
Beso con violencia excitante. Acaricio cada rincón. Complació cada petición. Me embriago de este amor de la forma más maravillosa que el mundo pueda exigir. Ahora sí, él era mío por completo, pero no sabe, que yo también fui suya. No fui, soy suya y no hablo en un término de objeto. Soy suya por decisión a que me ame, a que esté conmigo, a que me toque, a querer pasar una vida a su lado…a que…venzamos a la muerte, juntos, sin importar lo difícil que sea.
*****
Me moví de posición con un dolor punzante en todo el cuerpo. Cristian se quejó y negó a dejarme ir de su abrazo mientras continúa recostado sobre mi abdomen, vuelvo a acariciarle el cabello, lo que provoca que se repagué más a mi cintura. Por la intensidad del sol presiento que son las doce de la tarde.
—Cris…—llamó.
—Cinco minutos más—pide por doceava vez.
—Los chicos no deben tardar en llegar.
Gruñe.
Sonrió y le brindo otros minutos. Después de un rato mi estomago aprieta—. Tango hambre—suelto al aire.
De inmediato se sienta, tenso. Lo veo mientras sigo recostada—. Amor, debes comer a tus horas—resopla enojado—. ¿Cómo demonios se me olvido? —Apartó las sábanas—. Iré a prepararte algo. —Comienza a ponerse el pantalón. Dejándome ver dos tipos de cicatrices; las que le cause yo anoche y las de ese maldito látigo.
Lo abrazo por la espalda. Él permaneció quieto. Escuche el latido acelerado de su corazón. Tengo un sonido favorito—. ¿Por qué no mejor nos bañamos y bajamos a comer?
Giró el rostro por encima del hombro, me miró los labios antes de besarlos con dulzura—. ¿Juntos?
los ojos divertida—. Tu mente es pervertida—burle—. Tú primero dúchate. —Arrugó la nariz no muy convencido, pero no rebuznó y después de otro beso entró al baño.
Aproveche para ponerme una de sus camisas, que me cubrió hasta medio muslo. Me levante con bastante esfuerzo, pues siento me cuerpo a punto de quebrarse, aunque no me quejo. Levante una que otra cosa que tiramos, entre ellas; la lampara, libros, prendas y me sonrojo al ver el colchón hacia el extremo de un borde. Santo cielo, que noche.
Un golpe ligero en la puerta me arrebato el aire. Los chicos.
Moví las manos alteradas. Otro golpe. Escondí la ropa debajo de la cama. El golpe se volvió más insistente—. Un momento—pedí, pero justo en ese momento la puerta se estrelló contra el borde del escritorio, solo alcance a cubrirme con la sabana, ya que, carecía de ropa interior.
Me quede muda, con los ojos abiertos de par en par, aunque nada comparado con los de ella que parecían salirse de su cara. Parpadeo perpleja como si yo fuera una alucinación, cuando aclaro que era real, el gesto de su boca expresó disgusto, odio, rabia, intensa rabia. A pasos agigantados se aproximó, ondeando su cabellera rubia sumamente larga, más que la de Diana—. ¿Qué haces aquí? —acentuó cada silaba mientras me golpeaba el pecho con su dedo. Por el temblor de las piernas retrocedí un poco con torpeza. Al no obtener una respuesta rápida volvió a pegarme—. ¿Qué haces aquí? —repitió molesta, aunque no tanto como yo.
De un manotazo le aparte la mano. Ella frunció el ceño, impactada por la acción. Esta vez me acerque—. La pregunta correcta sería, ¿quién eres tú? —imité el golpeteo de sus dedos en el pecho y ella retrocedió—. ¿Qué haces en esta casa?
Primero hecho un vistazo alrededor, siguió con un escaneo de mí y río con sarcasmo al ver la cama desordenada—. Ya entendí—habló, agitando el cabello—. Eres uno de sus juguetes de una noche. —Fruncí las cejas—. Ya puedes irte. —Señaló la puerta.
—¿De qué diablos estas...?
Extendió una palma cerca de mi rostro—. Cierto—de su bolso saco una cartera rosa, bastante horrible—, no te ha pagado. —Extendió una cantidad enorme de euros—. ¿Qué? —cuestionó, cuando se percató que no era mi intensión tomarlos—. ¿No es suficiente? —Saco otros billetes—. ¿Quieres más? —Trono la lengua—. No vales ni uno de estos. —Sacudió el dinero.
—Oye, niña. —Apode debido a su comportamiento infantil. Estuvo a punto de contestar, pero la interrumpí—. No voy a tolerar que me hables de esa manera. —Dio un paso hacia atrás—. Ahora, ¿quién diablos eres?
Bajo la mirada, su actuación valiente se había terminado—. Jimena —murmuró.
—¿Cómo entraste?
—Hace mucho tiempo que tengo una llave de aquí.
Entonces, es una conocida.
—¿A quién buscas?
—A Cristian.
Una conocida de Cristian. Con llave. Ese pensamiento me irrito, queriendo en mi interior preguntar el motivo de su precipitada visita, pero puede que sean asuntos que no me correspondan—. En un momento baja a atenderte, se está duchando. Espera en la sa…—Antes de que pudiera terminar se dirigió a la puerta del baño. Solté la sabana y corrí para cubrir la puerta con mi cuerpo—. ¿Qué haces? No puedes entrar—expuse con total obviedad.
—Muy pronto yo daré las ordenes en este lugar, así que a un lado. —Empujo levemente a un lado. No cedí—. Me estas quitando la paciencia.
—Y tú también a mí.
Cruzó los brazos—. Me da igual lo que piense una zorra.
La sangre hirviendo del enojo me subió por todo el cuerpo, apartando la idea de razonar con ella y de un momento a otro me le lance, olvidando el dolor reciente que sentía. En mi visión solo estábamos nosotras dos como bestias salvajes, o más bien, yo era la bestia salvaje sometiendo a una pequeña ratoncita que rogaba ayuda por no saber salir de mi agarre que posicione en sus muñecas con las manos mientras se encontraba recostada por el peso de mi cuerpo, pudiendo solamente patear al aire.
Me detuve al sentir unos brazos rodearme la cintura, despojándome de mi intención asesina con esa mujer. Agitada observe como Jimena se levantaba entre sollozos asustados, pero no me preocupe por ella, al contrario, quise volver a someterla. El agarre en mi cintura se volvió más fuerte—. Estela, tranquila—pidió Cristian.
—Cristian—chilló—, ¿quién es ella? Actúa como un animal.
—¡Deja de faltarme al respeto! —exigí—. Tú empezaste esto.
La rubia miró suplicante a Cris—. Yo no hice nada malo.
Volví a querer lanzarme—. Estela—la voz de Park se tornó demandante, aumentándome el enojo.
—¿Qué? —conteste de mala gana, mirándolo por encima del hombro—. ¿Te vas a poner de su lado? —el pecho me ardió e intente alejarlo a pesar de ser inútil con esa fuerza y altura—. Suéltame, Park—ordene.
Él sonrió y negó—. Tenía tiempo que no te ponías de tan mal humor, preciosa.
Así de simple, con esas palabras, mi furia se dispersó. Me soltó e inspecciono rápido. Quito la toalla que reposaba en los hombros para que las gotas del cabello no mojaran su camisa. Me enredo del pecho a las rodillas, dejándome libre los brazos. Me acaricio el rostro, las manos, en busca de alguna herida. Golpeo ligeramente mi frente con su dedo—. No deberías hacer tanto esfuerzo—regaño—. Lo de anoche ya fue más que suficiente. —Desvié los ojos de los suyos, avergonzada.
—¿Qué estás haciendo Cristian? —carraspeó Jimena—. ¿Por qué la tratas así?
Él resoplo, agobiado—. Jimena. —Su tono cambio—. Ya llegamos a un acuerdo, ¿recuerdas?
Negó alterada—. Yo nunca estuve de acuerdo—chilló.
—Sabes que eres bienvenida, cuando quieras—expresó Cristian—; sin embargo, debes respetar mi vida. Los contratos entre nuestros padres no me involucran desde que me separé de ese hombre.
Jimena sollozo.
—Además—el roce de su mano en mi rostro capto de nuevo mi atención—, estoy saliendo con Estela y la relación, quiero pensar—me sostuvo la mirada—, no va solo para un par de meses o años.
<<Ángel caído del cielo, cásate conmigo.>> Recordé la frase de hace unas semanas cuando se encontraba borracho. Un cosquilleo se me formó en el estómago.
—¿Qué quieres decir? —Jimena parecía perder los estribos.
Sin dejar de mirarme, Cris respondió—: Quiero estar con Estela de por vida.
Una risa boba se me escapó de los labios.
—¡Llegamos mocosos! —resonó la voz entusiasta de Dani.
La rubia bajo a toda velocidad—. ¡Daniel, Armando! —gritó—. ¡Explíquense!
—Armando te lo dirá todo—dijo Dani.
—Yo no quiero hablar con esa gruñona—expresó Armando.
—¡Les estoy hablando asalariados!
Cristian termino por cerrar la puerta de un empujón y aunque parecía fastidiado no se libraría de mí. Cruce los brazos. Suspiró—. Supongo, buscas una explicación.
—Que inteligente—dije con sarcasmo.
Volvió a reír—. Se que no es el momento, pero me excita cuando te pones en tu plan de malvada.
Las mejillas me ardieron, pero no caí en su juego—. Te escucho.
—Jimena Di Nardo—se encogió de hombros—, es una amiga de la infancia.
Fruncí el ceño cuando no continúo hablando y en su lugar comenzó a arreglar la habitación, un claro intento de evadir el tema—. ¿De qué trata ese acuerdo y el contrato de sus padres que mencionaron?
Su mandíbula se tensó. Mi autoridad lo forzó a hablar—. Es…algo sin importancia.
—Sin importancia—repetí, molesta—. Olvide que todo lo que te rodea es sin importancia. Cuando venga un chico a decir que cumplamos el acuerdo, me niegue y me preguntes, ¿sabes que te diré? —Fruncí los labios—. Que es algo sin importancia. —Su neutralidad me llevo al siguiente nivel de irritación—. Y te enojaras por esa respuesta, porque no hay cosa peor a que te oculten la verdad cuando claramente esa misteriosa persona te busca por amor. —Me detuve de golpe.
Él abrió los ojos de par en par—. ¿Estás celosa? —Levanto una ceja y rio.
Trague saliva. Se supone que buscaba respuestas del acuerdo o el contrato, pero algo más profundo en mi interior salió a la luz y ni era consciente de ello, no obstante, si me lo ponía a pensar…—. No…—respondí—. No estoy…celosa—quise sonar convincente.
—Sabes…—se acercó—, cuando mientes bajas el tono de tu voz.
Mierda. Rubí tenía razón.
—Lo digo en serio. Es solo una amiga de la infancia que hace…—se detuvo a pensar un poco—, creo hace tres o dos años no la veo, pero…—junto las cejas—, para ser honesto…ni la conozco, no mucho…
Eso no resolvía nada. Continue con la mueca. Me levantó el mentón para obtener contacto visual—. Vas a estar enojada todo el día, ¿cierto? —Encogí los hombros. Bajo la mirada, casi me hizo sentir mal por forzarlo a hablar. Casi. Sus ojos iban de sus manos a mí y de mí a sus manos, profundizando en sus pensamientos, buscando las palabras adecuadas hasta que su boca finalmente emitió sonido—. Sé que tengo que explicar muchas cosas y para ser honesto…—se negó a verme—, me aterra como vayas a reaccionar—apretó los labios—. Presiento que no me dejaras aclarar nada y asumirás todo por tu cuenta.
No puedo culparlo, en realidad soy así. Siempre actuando por impulso, sin meditarlo.
—Aun así—continuó—, quiero que sepas la verdad y por eso…—por fin sus ojos color miel regresaron a los míos, pero…con cierta preocupación—, por eso, acepte la propuesta de mi padre de vernos después de que regrese de su viaje. —Jale aire de la impresión—. Cuando estabas en el hospital me cito, hablamos un poco de la abuela…de mí…de ti. Si voy a protegerte, necesitare de él, de su poder. —Cerró los ojos un momento—. En cuanto regrese te diré todo. —Posicionó las manos en mi rostro—. Mientras llega el momento—acarició—, confía en mí, por favor.
Suspire. Al menos era un inicio—. Está bien—acepte.
Me besó la frente—. Dúchate. Yo termino de acomodar.
Asentí, todavía un tanto dispersa por todo el alboroto reciente. Después de la abundante ducha me sentí más relajada por al menos unos minutos… Rodé los ojos al ver a Jimena sentada en la mesa comiendo verduras cocidas. Contuve una arcada de asco. El disgusto se vio desplazado por el rico manjar que Armando preparaba, o bueno, olía exquisito—. ¿Qué es? —pregunte al acercarme. Cristian se dispuso a acomodar la mesa redonda color blanco, ignorando los gestos de odio de Jimena.
—Buenos tardes, señorita—saludó Armando. —Oh no, ese acentuado tardes era un regaño. Sonreí nerviosa—. ¿Desayunaste? —cuestionó.
Cris también se puso rígido. Recuerda. Recuerda. Si no bajo el tono de voz me creerá—. Si, lo hice.
—Ah, ¿sí?
—Sí.
—Y, ¿por qué no hay tazas sucias?
—Las lave.
—Y, ¿por qué no están escurriendo?
—Las seque.
Daniel entró a la cocina—. Ay guap…—regresó la palabra al ver a Jimena—. Armando, Estela no te mentiría, ¿verdad, señorita?
Dani es tan sencillo de convencer que hasta da ternura.
—Armando, en seri…
—Mentirosa. —Su voz chillona hizo eco—. Cuando llegue a penas se habían levantado.
¿Habrá cinta adhesiva en esta casa? Debo cerrarle el pico a esa soplona. Cristian iba a renegar, pero Daniel lo interrumpió—: ¿Noche larga, mocosos? —Fue obvia la referencia.
—Bastante larga—contestó Cris con un sonrojo.
Armando me miró—. ¿Preservativo?
Este hombre no tiene vergüenza—. Si, los usamos—aseguré y el calor me subió a la cara.
—Por esta vez se los paso. —Emplató la carne, añadió arroz y ensalada—. Tus comidas deben ser tres veces al día, balanceadas, llenas de vitaminas y hierro. Incluiré una pequeña merienda y si sigues el horario, pronto te recuperaras.
Le sonreí con cariño—. Gracias.
Me regreso el gesto—. Servido.
El platillo, era para mí. De inmediato me senté. Daniel y Cristian me acompañaron a ambos lados. Armando les sirvió y sentó junto Cristian, al otro lado, estaba Jimena masticando con desgano las verduras. ¿Por qué a ella le habrán servido solo verduras?
Daniel me leyó la mente—. Se preocupa por las calorías—susurró en vano, pues la rubia le arrugo la nariz.
Antes me gustaba que nadie hablara a la hora del almuerzo en la escuela, pero con ellos aquí no me resulta extraño e incómodo. Quizá es la costumbre de siempre tener un momento de convivencia en…familia… Bueno, puede que no lo sean en realidad, aunque lo siento de esa forma. Mi corazón al verlos comiendo conmigo me llena esos vacíos cuando desayunaba, almorzaba y cenaba…sola…siendo las sobras del restaurante que a mi paladar le resultaban frías e insípidas a menos que Rubí o Axel estuvieran a mi lado. Un anhelo inconsciente que ahora hago consciente.
Me arregle la garganta—. La carne está deliciosa. —Alague a Armando—. ¿De qué es?
—De res—respondió.
Recuerdo haberla probado varias veces y juro que me sabe distinto—. Es muy suave.
—Si—afirma—. Porque es el hígado.
Me quedo inmóvil, formando una “O” con la boca.
—Que asco—expresa Jimena sacando la lengua—. Pero, ¿qué puedo esperar? Eres una simplona.
—Cálmate, malcriada—los tres le respondieron lo mismo. Ella volvió a agachar la cabeza.
—Sabe delicioso—murmure.
Los chicos sonrieron y en especial los ojos de Armando color azul o violeta (no se decide su genética) brillaron.
—¿Cómo te fue en el chequeo? —pregunte a Daniel.
Sin descaro miró a Armando. Apretó los labios intentando no reír—. El doctor fue demasiado amable, incluso me quito la ropa.
Armando se atraganto y Cristian le acercó un vaso con agua mientras reía. También reí y negué divertida. Por fin había confirmado su atracción.
—Estaba pensando…—habló Jimena de repente—, que podríamos salir como los viejos tiempos. —Sobre la mesa jugueteaba con las manos, nerviosa—. Regresaré a Francia en unos días…
Carajo. Se que le gusta Cristian, la delata esa mirada grisácea cada vez que lo ve, pero…en cierta forma me da tristeza verla siendo apartada por mi culpa. Además, es amiga de la infancia de Cris. Si pudiera regresar el tiempo, daría lo que fuera por arreglar los años que perdí con Diana.
—¿A dónde quieres ir? —mi pregunta la tomo por sorpresa. Los chicos me mantuvieron la mirada, expectantes—. No hemos salido y ha sido un mes difícil. Necesitamos un respiro. —No era del todo mentira, aun me sentía agobiada por el tema de mi madre y triste…por lo de Valeria.
—Rente un crucero para esta noche en el lago de Como, Bellagio.
¡¿Un crucero?! ¿quién diablos es esta niña?
Continúo jugando con las verduras—. Es que hoy…—suspiró—, es diecisiete de agosto…—Posó la mirada en los chicos, esperando una reacción, pero no hubo nada. Resopló, riendo, aunque la risa careció de alegría—. Pueden llevar a quien quieran, me da igual. —Se levantó de golpe—. Ah, por cierto…—dijo de espaldas—. Es mi cumpleaños. —Alejó en silencio.
Los tres compartieron una mirada cómplice antes de posar los ojos en mí—. ¿Qué? —Encogieron los hombros—. ¿No piensan ir? —Negaron—. Pero—se me escapo la voz casi en un grito—, es su cumpleaños…—me centre en Cristian—, es tu amiga.
Se revolvió el cabello aun húmedo por el baño—. ¿Quieres ir? —Me miró de reojo, igual que los otros dos.
¿Quería ir? Después de esa pelea, ¿quería? <<Hoy es mi cumpleaños.>> En mi mente comenzó a circular un recuerdo; una pequeña niña esperanzada de que los regalos llegaran a sus manos, emocionada por ver películas junto a su madre, imaginaba el olor a la cantidad absorta de golosinas junto a un pastel sumamente azucarado. Un día de ensueño, un día especial. Así debería ser un cumpleaños. Rodeada de las personas que te aman y brindan palabras de afecto mientras te llenan de calidez con un abrazo porque bendicen tu nacimiento, tu vida…o, eso pienso. Nunca tuve la dicha de experimentarlo, en su lugar, mi casa olía a alcohol y cigarro. Mi regalo era una cicatriz nueva. Un abrazo una sentencia de muerte. Y el recuerdo de mi nacimiento, una repulsión para mi madre. Quizá por eso empatice con Jimena. Sé el vacío que genera la soledad en un día como ese, te carcome las entrañas, retorciéndolas para que nunca lo olvides, persiguiéndote para aterrarte y preguntarte, si lo volverás a sentir el siguiente año, hasta que en un cierto punto lo olvidas, viviendo ese día como cualquier otro.
—Si quiero—murmuré. Los ojos de Cris se mantuvieron confundidos, me estaba leyendo, buscando el significado de las palabras. Siempre estoy expuesta a él por más que ponga millones de cerraduras en los capítulos de mi vida que no quiero que vea, pero él encuentra la manera de entrar, sin esfuerzo.
—Si gustas, podemos invitar a Axel y Diana.
Le sonreí—. Me agrada la idea.
—Comete las verduras—regaño Armando al notar que seguían en mi plato.
Fruncí los labios. Cristian y Daniel clavaron el tenedor en una raja de los jitomates y se la llevaron a la boca.
—No le ayuden—reprendió.
Rei e hice el esfuerzo por comerme ese veneno mortal para el paladar que después pude borrar con una rebanada pequeña de tiramisú, obsequio a escondidas de Daniel.




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