En el refugio de sus alas

Capítulo uno

02 de octubre, año 2017, 11:55 a. m.

Londres, Inglaterra
 

CECILE

Era casi medio día y Cecile estaba algo atrasada. Aún le restaba terminar de decorar la torta de Finn, su novio desde hacía poco más de dos años. Le había resultado imposible no ojear de tanto en tanto su reloj de pared mientras batía, mezclaba y rellenaba, intentando corroborar que todavía estaba a tiempo para terminar con todo antes de que él regresara. Unos picos blancos de crema chantilly eran los últimos retoques que le daría al pastel celeste cielo (el color favorito de Finn), y estos tenían su total atención, o casi, pues la canción que sonaba en su equipo de música, Kiss from the rose, de Seal, también tenía una parte de ella; la cual evocaba en sus pensamientos puras cursilerías románticas.

Quizás por eso le gustaba tanto.

En eso estaba cuando se escuchó el primer estruendo. Su corazón dio un brinco en su pecho sorprendido por el repentino sobresalto.

«¿Qué rayos fue eso?», fue lo primero que pensó.

Decenas de estallidos más le siguieron sin descanso, haciéndola presa de tal pavor que la manga, rellena de crema con la que decoraba segundos antes, se le cayó de las manos al piso y dibujó en él una pegajosa estela celeste. Tardó en reaccionar, pero al hacerlo, su primer impulso fue ir hacia la gran ventana que daba con el balcón, decidida a conocer el origen de las explosiones, pero antes de llegar, más de esos estrepitosos sonidos cortaron el aire haciéndola temblar de pies a cabeza.

—¿Qué es?, ¿qué está sucediendo? —susurró mientras la incomprensión y la confusión se enarbolaban dentro suyo, alzándose sobre cualquier otro sentimiento.

Resuelta en su afán de hallar respuestas, completó los pasos que le faltaban para llegar a la ventana entreabierta, y al llegar allí, titubeando un poco, abrió la cortina de margaritas blancas y miró hacia afuera. El espanto y el terror que la invadieron la dejaron paralizada. Abajo, pues ella se encontraba en el quinto y último piso de su edificio, el caos era rey y soberano. El fuego cubría la ciudad de Londres en enormes ráfagas que parecían venir del cielo. No, no parecían, de allí venían, ardientes y voraces, consumiéndolo todo a su paso. Negando involuntariamente con la cabeza, Cecile retrocedió unos pasos hasta que sintió que chocaba con la mesa de la cocina. Pensó en qué hacer, pero su mente no cooperaba, parecía estar fragmentada entre el pavor y el desconcierto.

A la increíble visión anterior, se le sumaron poco después, los gritos. Estos últimos llegaron hasta sus oídos e impregnaron el aire de tal manera que, uniéndose a los llantos y desgarradores pedidos de ayuda de hombres, mujeres y niños, conformaron una sinfonía continua y tétrica. Fueron ellos, quizás, los que la despertaron de su horrorizado letargo, pues dando un rápido vistazo por su diminuta sala, encontró y asió su chaqueta de cuero y su bolso (solo por costumbre y en automático) y salió del apartamento sin siquiera ponerle llave a la puerta.

Al salir al pasillo notó los rostros desencajados y confundidos de sus vecinos: la señora Rivers con su gatito a cuestas, la familia Ramírez con sus dos niños pequeños y la nueva ocupante del piso, una joven universitaria que marcaba desesperadamente números en su IPhone, con las manos temblándole por los nervios. No se dirigieron palabra alguna, estas parecían negarse a confirmar que lo que estaba sucediendo era real.

Cecile tomó su lugar en la apretada fila que ocupó las escaleras. Bajó al paso lento que marcaban las numerosas personas que descendían delante suyo, sosteniéndose de la barandilla como si asiéndose a algo tangible pudiera convencerse de que esto que vivía no era un sueño, o más bien, una pesadilla. Tanteó la idea de bajar por el ascensor, pero lo descartó pronto, seguramente como los demás, sabiendo que en estos casos ese artefacto no era la mejor opción.

Mientras descendían, el respirar agitado a sus espaldas, unido a los sollozos y murmuraciones de los que estaban al frente, se confabularon para hacer de su alterado estado, uno mucho peor, pues ¿cómo no estar al borde de la histeria con los inexplicables sucesos a su alrededor?

«¿Serán terroristas?»

Otra histérica suposición.

No sería el primer ataque que sufriera Londres, pero... aquellas ráfagas emergiendo desde las nubes... nada tenía sentido, no lo tenía en absoluto.

Al llegar al primer piso, la improvisada cola se detuvo de repente.

—La puerta principal está bloqueada —le informó la nueva inquilina que iba delante de ella.

Asintió en respuesta sin saber qué más decir. Las palabras parecían haber huido de ella.

Ante tal hallazgo, y un minuto de estancamiento, el descenso continuó. La salida de emergencia, que con tanto ahínco habían reclamado meses atrás, parecía ser ahora la nueva ruta de escape. Y así fue, en un par de minutos Cecile salía a la calle; Candem High, para sus ojos, estaba irreconocible.




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