Bristol, Inglaterra
LILLY-NAIEL
El traje de Lilly-Naiel no era el adecuado para semejante travesía. Este de un pálido rosáceo estaba construido en un material inexistente en la tierra, pero similar en su textura a lo que llamaban cuero; en su espalda tenía cincelada la simetría de una columna vertebral. Una sin alas, como la suya. Lilly-Naiel fantaseaba con la idea de que este atuendo la hacía ver mágica, casi como una criatura de fantasía, de las que solía oír que les relataban los padres a sus hijos en las noches al hacerlos dormir.
Lástima que los humanos no pudieran verlos, es decir solo podrían hacerlo si ellos se revelaban, y por supuesto, fuera cual fuese la importante razón para llevar esto a cabo, la mayoría de las veces solía traer más problemas que soluciones.
Sus ojos se abrieron muy grandes al tener frente a sí al sereno mar de Bristol. Caminó muy lento hasta llegar a la orilla. Ella amaba las olas, adoraba su diversidad de misteriosos sonidos: cuando se mecían arrullándola en un vaivén delicado, y también cuando rompían con furia contra las rocas, el mar era para ella igual que el cielo, un paisaje glorioso.
Dejando de lado sus cavilaciones, la querubín inhaló todo el aire que pudo antes de sumergirse; si este le faltara no moriría, por supuesto, pero ya conocía la sensación y no estaba ansiosa de repetirla.
Sin dar más vueltas se hundió en las aguas verdosas, salpicadas, penosamente, por los restos provenientes del ataque, que se proyectaron en el aire alcanzando aquellas tranquilas costas. Descendió profundamente. Sus enérgicas brazadas la introdujeron en lo más recóndito de esas aguas, a una velocidad indescriptible. Cuando su descenso alcanzó lo más hondo de aquellas profundidades marinas, le comenzó a doler el pecho. Era por el agua, que a esta altura ya tragaba constantemente, pero ni aún esto la desanimó en su búsqueda de respuestas, le era menester encontrar a los serafines. Siguió hasta que sus pies tocaron el lecho. Y allí, envuelta en ese entorno acuático, se dio a la tarea de hallar a esos ángeles. Braceó un poco más entre peces y algas, agudizando en extremo su mirada, hasta que una resonancia aguda y sutil llamó su atención. Esta fue incrementándose hasta que su origen se reveló a la distancia: era un serafín, y ese sonido era el de su cola.
Los pocos humanos que los habían avistado les habían llamado sirenas y tritones, pero tales criaturas del mar no existían, eran los serafines habitantes de los mares; los que tuvieron que adaptar sus cuerpos para ser más eficientes en sus tareas de cuidado.
Él era muy bello, de ojos tan intensamente azules como su cabello, y un torso delineado y grácil. Su cola irradiaba una fluorescencia de mil tonalidades distintas. Le dedicó una sonrisa amistosa antes de nadar ágilmente hasta ella.
—Eres una querubín —la reconoció él cuando llegó a su lado.
Parecía sorprendido.
«Debe estar pensando que diantres hago aquí»
—Sí —le confirmó ella. Aunque era evidente, entre ángeles se conocían—.Soy Lilly-Naiel, querubín protector y guardiana mortal, y he venido por las respuestas que sé que tienen.
«¿Habré sonado algo pedante al decir eso?»
—Una querubín —repitió el serafín—. No un arcángel ni un ángel mayor. Perdóname, Lilly, pero dada la situación creí que enviarían a alguien más...
Sin poder evitarlo Lilly-Naiel lo interrumpió.
—¿Capacitado?, ¿competente?, ¿experimentado?, ¿poderoso?... Es entendible, yo esperaría lo mismo. Pero ya sabes, los ángeles y sus rollos; las alas son pesadas debajo del agua, se me apelmazan las plumas—bromeó simulando una voz grave que lo hizo reír.
—Sí, se creen la gran cosa —respondió él—. Bien, viniste hasta aquí, quieres saber, yo te diré lo que sé, pero antes...
Ni bien concluyó esa oración él se acercó hasta Lilly-Naiel y posó suavemente una de sus manos en su boca. Con esto le dio la facultad de respirar naturalmente en ese ámbito, sin sufrir dolor ni cansancio.
Con un tremendo alivio ella le agradeció el gesto.
—De nada —le contestó él—. Y por cierto, mi nombre es Tariel, serafín cuidador y emisario del Padre.
Una sonrisa de mutua simpatía se les dibujo tímida en los labios, luego, Lilly-Naiel recordó el motivo de su presencia en aquella zona.
—Tariel, dime... porque no lo puedo comprender, ¿cómo pudo romperse el sello que mantenía recluidos a los rebeldes?, ¿por qué el Padre cerró la comunicación con los cielos? Lo que está sucediendo...no le encuentro lógica alguna.
Tariel suspiró, para después asentir como inicio de respuesta.
—Él tiene razones que sobrepasan nuestros pensamientos Lilly... pero créeme cuando te digo que sus planes siempre se cumplen en favor de sus hijos.
Lilly-Naiel meditó en sus palabras y de todo corazón quiso creer que sería así.