En el refugio de sus alas

Capítulo seis

Westminster, Inglaterra

PILLY-KABIEL

Batía las alas en forma inconsciente. Siempre delataban sus nervios y ahora estos estaban fuera de control. Absolutamente. Irguiéndose las estiró y se alzaron en toda su amplitud. Pilly-Kabiel pensó en que si seguía tragándose las ansias se le terminarían cayendo las plumas, ya le había pasado una vez.

Rebuscó en su mente algún tipo de orden que le impidiera ir a ver a Ziloe, y para su suerte no la halló, así que...

Pilly-Kabiel fue hasta el cuarto donde sabía la tenían recluida. Era en los pisos inferiores, así que llegar allí le llevó unos minutos. Abrió la puerta con el corazón palpitándole en una ascendente aceleración, la buscó con la mirada en aquella cálida y amueblada habitación. Pero en ella solo halló a una joven mujer de cabello castaño claro y con un dejo de temor en su expresión.

—¿Dónde está la otra mujer? —le preguntó sin rodeos—. La de cabello ondulado de distintos tonos y ojos grises, porque ¿estaba aquí, no?

—¿Cecile? —inquirió ella—. Esa es su descripción... se la llevó el hombre con alas negras hace un par de minutos.

—Hariel... —murmuró Pilly-Kabiel meditando en esto un segundo.

Luego comenzó a cerrar la puerta, pero la repentina exclamación de la joven prisionera la detuvo.

—¡Espera! —le pidió, y ella lo hizo, mirándola con cierta expectación—. ¿Podrías decirme por qué me tienen aquí?

Mil cosas llenaban su mente, pero concentrándose por un momento en aquella petición, decidió que decirle el motivo de su retención no haría diferencia alguna.

—Tú, en este país, como otros en el resto del mundo, fueron seleccionados para ser la voz de nuestra causa. Son queridos y respetados. Le será más fácil al mundo creer en sus palabras. Es bueno para tu raza, si obedecen las condiciones que les impongan, quizás le salves la vida a muchos. El que me creó te llamaría: un instrumento útil.

La información pareció contrariarla, pero ella no tenía tiempo que perder, así que sin más dilatación cerró la puerta.

Continuó con su ansiosa búsqueda, preguntándose dónde la habría llevado Hariel y para qué.

«¿Más besos, Hariel?»

Los besos de Hariel. Ella probó una vez uno de ellos. Era muy joven e inexperta, recién lanzada con los demás rebeldes. Todos vociferaban maldiciones al Padre y se desplazaban como bestias heridas sobre la tierra en la cual todavía no habitaba nadie, pero él no. Hariel era diferente, él había unido a la congregación de esa tercera parte del cielo y les había marcado un rumbo que seguir. El de Luzbell claro estaba. Hariel confiaba en él. Compartían una cercanía que ella nunca terminó de entender.

Su comandante supremo solía dejarlo hablar pues sabía lo convincente y acertado que podía ser. Él los había manipulado y seducido para que lo apoyaran en su rebelión, pero Hariel era el liderazgo y la fuerza. No lo habría logrado sin él. Los demás lo oían y lo respetaban.

En el principio había sido jefe del Ejército del Padre y encargado de sujetar los mares y separar de ellos a la seco, en el segundo día de la creación, cuando fueron depositadas las aguas sobre la tierra. Domador de océanos le decían... Conquistador de las aguas.

Pilly-Kabiel era una de los tantos que confiaban ciegamente en él, y que lo querían, o quizás más que eso, pero eso, aún después de milenios y milenios, no lo podía ni lo quería reconocer.

Un día como cualquier otro en ese destierro. Mientras caminaban juntos por la tierra aún sin bestias ni hombres, disfrutando de un anaranjado y tibio atardecer, Pilly-Kabiel se acercó a Hariel y por impulso selló con un beso sus labios. No supo el motivo de esa necesidad o, como todo lo demás, tal vez no quiso saberlo. Y ¡vaya boca la de Hariel...! podría derretir con un roce los casquetes polares.

Pilly-Kabiel, domadora de los labios de fuego... Conquistadora del gran conquistador, sonaba bien, pero...

Nunca sucedió. Él tomo ese beso como una muestra de agradecimiento a su cuidado, como una señal de afecto fraterno y no le dio mayor importancia. Ella simuló que la razón había sido esa.

¡Idiota!

Se lo dijo así misma porque lo era; por hacer la vista gorda a lo evidente y fingir durante tanto tiempo.

Con el mal humor en constante aumento Pilly-Kabiel prosiguió en su cometido, surcando los pasillos del Palacio. Le llevó unos minutos más, pero al fin su oído agudo captó dos voces muy conocidas.

Se apoyó en la puerta para oír mejor la conversación del otro lado. La situación se le hizo graciosa, una de las capitanes del Ejército convertida en una chismosa oyente de conversaciones ajenas.

«¡Que va!... Si realmente me importara lo que piensan de mí estaríadel lado de los santurrones con aureola».

 




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