En el refugio de sus alas

Capítulo ocho

Bristol, Inglaterra

LILLY-NAIEL

—Al sello lo rompió el mismo Padre —le reveló Tariel, y ella se quedó estupefacta.

Parpadeó un par de veces, sin darle crédito en su mente a aquella disparatada aseveración.

—¿Qué?, no, ¿por qué él lo haría...? No puede ser posible —le respondió al mismo tiempo que negaba con la cabeza.

Tariel exhaló, haciendo burbujear el agua a su alrededor. La miraba con comprensión y cierta tristeza.

—Lo sé, sé que es difícil de aceptar, pero es la verdad. Si así lo hizo el Padre, debe tener alguna razón de ser. Él es bondad y amor, LillyNaiel, y tú lo sabes bien —le aseguró él.

«¿Qué razón justificaría tanto sufrimiento y muerte?»

Lilly-Naiel bajó la mirada a aquel lecho cristalino en el cual se transparentaban piedritas, peces y flores marinas, como también algas enredadas en todo, de distintos tonos de verde. Apeló a su fe, y al conocimiento que tenía de su creador.

—Muchos por qué aún me persiguen... pero trataré de verlo como tú lo ves, debe existir una razón detrás de su proceder —le manifestó al serafín, un poco más tranquila—. Y dime, ustedes son sus mensajeros, ¿él ha dado alguna orden nueva?, ¿una dirección?

Tariel asintió a la vez que despejaba su frente de un mechón azul que se había adherido a ella.

—No una orden —respondió—. Pero sé que en la nación llamada Suiza, un serafín recibió un mensaje de parte del Padre para la llave. La tienen ellos, ¿sabías?

Lilly-Naiel abrió muy grandes sus ojos. Estaba incrédula, eso era lo último que les faltaba.

—¿La tienen?, pero ¿cómo...? ¡Ay, Padre mío!... él, ese serafín, ¿va a entregar el mensaje?, porque si no... yo puedo ir a buscarlo y dárselo a ella —propuso Lilly-Naiel, casi sin pensarlo.

Aquel ofrecimiento pareció sorprender a Tariel, quien la miró fijamente mientras se veía que meditaba en ello.

—Él espera a un ángel —le informó—. Nosotros somos receptores, pero no enviados, no nos corresponde hacer más que eso, pero... tantos ángeles han caído, y no sé si alguno de los que quedan fue avisado de esta misiva, ¡podrías intentarlo! Veo que eres decidida, quizás lo logres, y si no, y ya se te adelantaron, bien, podrás decir algún día que hiciste todo lo que estaba en tus manos.

Esa muestra de confianza por parte del serafín hizo sonreír a LillyNaiel, él le agradaba mucho.

—Dime donde está él, y dime donde está ella. Lo haré, aún no sé cómo, pero lo haré. ¡A los querubines nada nos detiene! —Lo vio reír un poco ante su apasionada declaración—. Tariel... ¿puedo contarte algo?

El tono de Lilly-Naiel había cambiado de pronto para convertirse en uno confidente. Él pareció comprender que le compartiría algo importante, pues no tardó en responderle.

—Sí, claro que sí. Soy todo oídos.

—Fue un día antes de mi primera misión —comenzó ella—, estaba en el templo ayudando a transportar algunas cosas cuando de pronto escuché su voz, la del Padre, llenándolo todo. "Lilly-Naiel", dijo, entonces supe que me hablaba a mí, "No anheles lo que no tienes, más bien valora lo que sí. Eres pequeña, pero no imaginas lo grandiosamente útil que serás en mi mano. Tú solo oye mi niña, cree y atrévete".

Aquellas palabras que recibió de su Padre, y que por primera vez compartía, flotaron entre las olas, maravillándolos con su evidente significado. Tariel afirmó con un pequeño asentimiento mientras le entregaba una hoja con dos coordenadas distintas. El mensaje y la última ubicación de la llave. Hacia ellos iría. No hacía falta decir más, así que Lilly-Naiel solo se despidió prometiendo que volvería pronto. Nadó en dirección a esa pequeña nación europea braceando con ligereza. El poder de Tariel aún persistía en ella, así que decidió continuar su camino debajo del agua. Era más rápido y, ciertamente, más seguro.

Demás está decir que era muy lejos, aun con su velocidad y resistencia.

Su energía comenzó a mermar después de la primera hora, pero en cada tramo en el que creía no poder continuar más, venía a ella el recuerdo de aquellos proféticos augurios de su Padre, y estos le concedían nuevas fuerzas. Cuando se creyó al límite, desembocó en el Río Rin; desde allí seguiría a pie, lo había logrado. Salió del agua para encontrarse con el mismo caos que reinaba en todos lados. Caminó un poco hasta ubicarse. Debía hallar una ruta para llegar a los Alpes, lugar donde residía el serafín.

Luego de orientarse emprendió el paso. Caminó en medio del desastre sin detenerse, aunque su alma le rogaba que lo hiciese a cada instante; tantos inocentes padeciendo. Cruzó ciudades y pueblos, hasta que los vio. No había en ellos diferencia alguna con los otros tantos que halló sufriendo mientras avanzaba. Eran dos hombres, uno parecía estar gravemente herido, se hallaban cerca de las ruinas de lo que pareció ser una gran estructura. Ya continuaba su marcha cuando notó algo, uno de ellos oraba. Esto la conmovió. Apretaba fuerte en sus brazos al otro hombre, mientras pedía en tanto silencio como lloraba.




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