En el refugio de sus alas

Capítulo once

Westminster, Inglaterra

PILLY-KABIEL

Pilly-Kabiel dejó la habitación de Ziloe bastante decepcionada.

Hariel tenía razón, ella no recordaba nada. Sus preguntas aún no tendrían respuesta, tendría que seguir esperando. Caminó por los pasillos sin un rumbo fijo; solo cavilaba. Decidió salir por un poco de aire fresco y también para traer un poco de orden a sus confundidos pensamientos.

Los soldados de la entrada la saludaron al reconocerla. Ella correspondió el saludo y avanzó un poco más, hacia los jardines. El perfume a flores se mezclaba con el olor a muerte, a humo, a tristeza. Dentro de ella tenía combinaciones similares, y estas trasladaron su mente al pasado, a un día que, quizás sin que se diera cuenta, cambió el rumbo de todas las cosas.

Hariel subió a las regiones celestes, que de celestes no tenían nada, pues más bien eran recovecos nebulosos de un profundo azul oscuro, trayendo consigo a una humana. Sí, al lugar de destierro de los caídos, a la morada de los rebeldes.

La escoltaba asido de su pequeña mano, la cual, ella notó, en todo el trayecto le apretaba suavemente para inspirarle confianza. Su comandante solía ser un seductor desvergonzado, pero no un romántico que llevaba a sus conquistas de la mano. Esto le pareció por demás extraño.

Ella era hermosa. De cabello de tonos que iban entre el castaño oscuro en las raíces, bajando a uno más claro, y terminando en casi un dorado; con decenas de ondulaciones exquisitas que caían con gracia alcanzando su cintura. Cuando la miró de cerca pudo ver que sus ojos eran de un singular tono grisáceo. Y su figura era otro tema; un reloj de arena perfecto, como aquellos del pasado, seguramente apetecible a los ojos de los hombres, y por lo visto también a los de los ángeles.

Ella la recibió con simpatía, ¿no tenía razones para detestarla, o sí? Poco después Hariel le explicó quién era, y su importancia. Y aunque no le informó mucho más, tampoco hizo falta, lo demás lo intuyó en sus ojos carmesí y en su sonrisa tonta, parecía que Hariel se había enamorado.

Y bien, Pilly-Kabiel hizo su mayor intento para odiarla, uno muy grande y esforzado, pero no lo logró. Y como lo que más suele incomodarte normalmente se te pega, Ziloe prácticamente se adhirió a ella. Ziloe la seguía a todas partes, claro está, cuando no estaba besándose y desparramando muestras de afecto con su amado arcángel. Observaba todos sus actos, oía con atención todas sus historias; le ofreció una amistad limpia y sin dobles intenciones, una que ella no pudo rechazar (pues había perdido a su mejor amiga en la gran guerra) y que después valoró como a su vida misma.

Pilly-Kabiel se convirtió en su guardiana personal cuando Hariel no estaba. Reían observando desde los aires las estupideces humanas, y hasta apostaban a favor o en contra en el resultado de sus guerras.

Cientos de años permaneció Ziloe entre ellos. Sus lazos de amistad se hicieron muy fuertes, Pilly-Kabiel la amaba como si hubiera estado con ella desde el principio de los tiempos. Pero hubo un día en especial, uno en el que si las deducciones de la ángel eran acertadas (y esperaba que no fuera así), había desencadenado en la desaparición de su amiga humana.

Ziloe se acercó una mañana a ella con un cierto aire melancólico. Se abrazaron con cariño, como solían hacerlo, y juntas se pusieron a observar el entretenido mundo de los hombres.

—Ya verás que le dirá que no. Pobrecito, ¡qué vergüenza!, no debió pedírselo en medio de tanta gente. Míralo ahí, hincado con cara de... "por favor, acepta" —le comentó risueña a Ziloe mientras observaban una propuesta de matrimonio fallida.

Pilly-Kabiel se extrañó de que no hiciera comentario alguno, por eso quitó la vista de la tierra para enfocarla en sus ojos.

—Sucedió, Pilly-Kabiel... anoche —le confesó Ziloe al encontrarse con su mirada.

Ella no comprendió a qué se refería, así que frunciendo el ceño se lo preguntó.

—¿Sucedió qué, Ziloe?, no logro entenderte.

Su amiga bajó la mirada; sus mejillas se tiñeron de un rubor rosado y su tono se convirtió en un susurro.

—Hicimos el amor... fui suya, y él mío —le respondió con sencillez.

Pilly-Kabiel tragó el nudo que se formó en su garganta, la amaba tanto, pero eso no impedía que su confesión le hiciera daño. Ziloe no era una más para Hariel, era a la que su corazón eligió amar, por eso el peso de sus verdades calladas le resultó más agobiante que nunca.

Hizo un considerable esfuerzo para actuar con normalidad, pero evitó su mirada, llevando su vista al frente.

—Oh, ¿sí?... bueno, debía suceder alguna vez, llevas guardando tu virginidad por más de un milenio —respondió encogiendo los hombros—.Sé que debe ser difícil para ti, pues te inculcaron como precepto principal el ser pura, pero con sinceridad, Ziloe, no podías creer que conformarías a Hariel por toda la eternidad con besos y caricias.




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