En el refugio de sus alas

Capítulo doce

Río Rin

Lilly-NAIEL

—Toma —le dijo el serafín sin nombre, lo llamó así porque no se había presentado y tampoco parecía tener pensado hacerlo.

Lilly-Naiel pensó que tal vez ese apelativo era algo irrespetuoso, así que lo bautizó en su mente como Pie Grande, pidiéndoles prestado ese seudónimo a los hombres. Ella tomó en su mano lo que él le extendía; era un rollo color manteca con ribetes dorados, enlazado con una cinta sellada de un brillante color plata.

—¿Este es entonces?, ¿es el mensaje para la llave? —inquirió, mirando al tosco ángel a los ojos.

Un brillo relampagueante cruzó los iris violáceas del serafín, quien la miraba inexpresivamente.

—Lo es, y te advierto algo. Debes defender el mensaje aun a costa de tu vida, no lo rompas ni lo pierdas, y sobre todo, no permitas que caiga en manos enemigas. Desde ahora y hasta que concluya tu misión, tú, Lilly-Naiel, eres una mensajero del Creador —le anunció él con voz solemne—. Solo la llave puede abrirlo, entrégaselo en la mano. Y... querubín, que la bendición del Padre te acompañe.

Ella respiró profundo, conmovida y emocionada en partes iguales.

—La llave lo recibirá, nada podrá detenerme —le aseguró. Estas no eran palabras al viento, era su determinación convertida en una promesa.

Lilly-Naiel se giró y comenzó a descender por el risco, pero antes de alejarse mucho (y envalentonada por esa cierta distancia) se volteó en dirección al serafín por un instante y, alzando su mano, lo despidió alegremente.

—Adiós, Pie Grande.

Solo atisbó a lo lejos que hacía un mohín de molestia. Lilly-Naiel creyó saber lo que él pensaba "Como algo de tal importancia terminó en manos de un angelito cualquiera". Ella estaba decidida a hacerle ver que no era el linaje ni el rango, sino la fe y la valentía que existe en el creer que todo puede alcanzarse, si se lo desea demasiado.

Ir cuesta abajo le llevó esfuerzo y fatiga. Los vientos huracanados soplaban esa noche con ímpetu; la gelidez de sus soplidos le entumecía las manos y le escarchaba los párpados. Estaba congelada. Tiritaba cuando culminó el trayecto hasta alcanzar de nuevo la llanura. Con el frío acompañando cada paso que daba como un leal compañero, Lilly-Naiel llegó hasta donde estaba la carpa en la cual había dejado a Thomas. Mientras terminaba el descenso un par de veces pensó en desviar su curso, pues lo más probable sería que el humano, derrotado por el clima y la espera (que había sido, en contra de sus pronósticos, bastante corta) hubiera desistido en su afán de esperarle. Pero no lo hizo, y la razón era evidente, le había dado su palabra.

Por eso cuando se acercó lo suficiente y lo vio allí, enrollado en una manta, expuesto al inclemente exterior, temblando como frágil ramita en el borde quebrado de una acera, se quedó pasmada. O amaba mucho a Ana o era un inconsciente. Quizás las dos cosas, pues el amor tiene tendencia a ser insensato a veces.

—Estas aquí —le dijo al llegar a su lado. Él le sonrió, tenía los labios morados—. Y muriendo de frío.

Lilly-Naiel lo ayudó a ponerse de pie. Thomas le habló en un tembloroso susurro.

—Temía que vinieras a la noche y no me encontraras, así que no me alejé de aquí... no me he movido desde que te fuiste.

Lilly-Naiel se acercó a él y tocó su frente. Tenía el don (poco desarrollado) de emitir frío o calor, no lo había utilizado antes pues este hacía menguar mucho sus energías, pero este pobre hombre se estaba por convertir en una estatua de hielo. Se concentró hasta sentir que de su cuerpo manaba un halo cálido; uno que alcanzó a Thomas, y que fue ascendiendo y descendiendo por su cuerpo hasta que su semblante volvió a ser rosado, en vez de mortalmente pálido.

—Gracias —expresó él en un suspiro—. ¿Nos vamos?, no quiero parecer ansioso, pero muero por verla.

Lilly-Naiel le sonrió, sin querer se había topado con un hombre especial. 

La luna se reflejaba en la verduzca luminosidad de las aguas, las que a su vez reflectaban en las pupilas tostadas de Lilly-Naiel, otorgándole un brillo nacarado. Ella nadaba velozmente cargando en su pequeña espalda sin alas la extensa anatomía de Thomas (que superaba el metro ochenta), al que llevaba consigo a Inglaterra. Las aguas calmas de aquel río (que desembocaría en los Países Bajos, desde donde tomarían otra ruta fluvial) tenían una temperatura muy baja, pero la emisión de calor que ella había liberado para ambos, les duraría por lo menos un par de horas más.

—Aún me cuesta creer que alguien tan pequeña como tú pueda soportar mi peso como si nada —le comentó Thomas en el trayecto.

Lilly-Naiel se rio un poco. Sí, la escena sería algo graciosa a la vista de muchos.

—Fortaleza, rapidez, una vista y un olfato agudos, son algunos de los atributos que tienen los de mi clase, los querubines, además de algún que otro don menor —le informó ella; sintiéndose al decirlo, bastante orgullosa de lo que era.




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