En el refugio de sus alas

Capítulo dieciséis

Capilla de Saint Lucas, Inglaterra


ZILOE


Se midieron por unos segundos más, y luego dio inicio el combate. Hariel extrajo de su cinto sus dos espadas largas y filosas y las blandió con lentitud; se veía en su mirada que buscaba el punto óptimo en el cual lanzar su primer ataque, Finn solo sostenía frente a él su espada, esta era más larga y pesada que las de Hariel; él solo lo observaba y esperaba. El súbito embate de Hariel, con una descomunal fuerza y sorprendente precisión, alcanzó al mismo tiempo los dos costados de Finn, haciendo que soltara un quejido y arrastrándolo dos pasos atrás. Había una ira asesina en los ojos de Hariel, que escarlata y encendida como una pira, parecía estar cobrándose viejas afrentas además de cumplir con la misión de recuperarla a ella. Finn se recompuso y sin más dilación lo atacó, fue un golpe llano y certero, que de alcanzar a Hariel le hubiera hecho un considerable daño; pero no sucedió, Hariel lo anticipó y, por milésimas de segundo, esquivó su feroz arremetida.
El temor tenía sellados los labios de Ziloe. Lo más absurdo era que temía por los dos.
Los ángeles rebeldes que comandaba Hariel entraron poco después y comenzaron una lucha igual de violenta a la de su líder con los ángeles guardianes de la Hermandad.
Todo lo que se oía en la humilde capilla era el sonido crepitante del chocar de espadas unido a imprecaciones, jadeos y exclamaciones airadas. Finn y Hariel seguían debatiéndose sin tregua. Ziloe notó que Hariel era mucho más fuerte y enérgico, pero que Finn era más rápido y ágil. Cada poderoso golpe de los dobles aceros de Hariel fue en lo sucesivo contrarrestado por la única hoja de Finn, que a su vez contraatacaba veloz y diestro. Ninguno había logrado herirse, pero lo intentaban con una fúrica vehemencia.
Ziloe miró a los lados por un momento. Los guardianes iban perdiendo, pues aún con su dinamismo y velocidad no lograban superar a sus contrapartes rebeldes, que mostraban una ferocidad nacida de la venganza. Este hecho comenzó a generar bajas en la facción celestial. A Cecile se le comprimió el corazón cuando los cuerpos comenzaron a caer al suelo, inertes y empapados en su propia sangre. Se volteó con la mala suerte de ver el momento justo en que una de las espadas de Hariel se introducía en uno de los costados de Finn, debajo de sus costillas, saliendo de él teñida de rojo y goteando. Esta vez sí gritó. El grito de Ziloe hizo eco en la fría noche, mientras Hariel aprovechando la flaqueza de Finn lo tomó con una mano del cuello y lo alzó en alto. La altura de Hariel le daba una extensión asombrosa a su largo brazo, el cual comprimía sin piedad el cuello de su ángel.
Ziloe corrió hasta ellos y se colgó del brazo de Hariel sin lograr que se moviera ni un ápice.
—¡No, Hariel! —le gritó, para obtener su atención y menguar el mortal agarre.
Él no cedió; de la boca de Finn comenzó a brotar sangre. Hariel al fin la miró.
—¿No?, ¿vas a rogar por su vida? —le preguntó con la mirada encendida y letal cual pozo de lava ardiente—. No pierdas tiempo, Ziloe... él ya está muerto.
La apartó con la otra mano sin hacerle daño, mientras ella intentaba en vano acercarse.
Siguió apretándolo hasta que también sangraron sus oídos, empapándolo de rojo casi por completo. Finn parecía cercano a convulsionar. La mente de Ziloe se deshacía buscando formas de socorrerlo.
—¡Iré contigo! —exclamó dirigiéndose a Hariel; se le escapó un sollozo—. Haré lo que quieras y no huiré de nuevo. Pero, por favor, Hariel, no lo mates... por favor.
Hariel enfocó en ella su mirada. Por un segundo demasiado largo para su desesperación, él pareció meditar en su oferta.
—Está bien —le concedió, Ziloe exhaló aliviada—. Pero esta vez cumplirás, no volverás a escaparte de mí... promételo.
Ziloe apresuró un sí, pues Hariel todavía no liberaba a Finn, y este parecía en su límite de resistencia.
—Lo prometo, pero déjalo a él y a sus ángeles... también a la actriz, a ella tampoco la dañen —le pidió rogando no haberse extralimitado, lo que más le importaba era Finn.
Hariel sonrió con amargura y finalmente soltó a Finn, quien cayó inconsciente a sus pies.
Ziloe se contuvo para no ir hacia él. Le llevó un gran esfuerzo.
—¿Así que la actriz está aquí?, lo supuse —continuó Hariel acercándose unos pasos—. Tengo orden de matarla, pero no lo haré; cumpliré con mi parte.
Ziloe solo asentía mientras él avanzaba.
—¡Nos vamos! —les ordenó a sus soldados. La batalla se detuvo al instante, pero ya era tarde. De la hermandad de Finn solo quedaban tres ángeles malheridos, el resto yacía sin vida en el suelo de laja de ese lugar santo.
Hariel llegó hasta ella y la miró a los ojos. Una de sus manos trazó una suave línea desde su mejilla hasta sus labios, dejando en ellos el rastro de la sangre de Finn. Se estremeció, no por Hariel, él nunca la dañaría, sino por la convergencia de emociones que sentía, estaba al borde de un colapso.
—Pilly-Kabiel —llamó con voz potente Hariel, y segundos después Ziloe vio entrar a su amiga—. Llévala tú... iremos a la fortaleza y nos prepararemos para el viaje.
Pilly-Kabiel asintió a unos metros de ella. Él volvió a mirarla fugazmente, y después girándose salió hacia la puerta; vociferó un par de órdenes más para luego marcharse volando.
—Hola, Ziloe, cuanto tiempo ha pasado —le dijo Pilly-Kabiel al llegar a su lado. Sonreía, pero se veía algo dudosa—. Ya recuerdas, ¿no es así?, lo digo por tu mirada, no es la de loca nueva, es la de loca antigua.
—No te reconocí antes, Pilly, lo siento, no los recordaba, ¿cómo has estado? —le dijo ella sin decidirse a abrazarla. Reconocerlos todavía le resultaba extraño.
—Cuidando de tu insoportable exnovio... que desde que te fuiste se ha puesto aún peor. Si no estuviéramos en bandos contrarios le pediría a Finniel que me borre la memoria; no me vendría nada mal olvidarme de Hariel por un tiempo, aunque con todo y mi suerte, es probable que me olvide de todo menos de él.
Ziloe se rio un poco.
—Pilly... ¿podrías…? ¿Me dejarías despedirme de Finn?, será solo un minuto —le preguntó. La conocía bien, ella accedería.
—Hazlo... te esperaré afuera —solo le dijo antes de caminar hacia el hueco en la entrada.
Ni bien Pilly se marchó, Ziloe corrió hacia Finn. Cuando estuvo a su lado se arrodilló y comprobó su pulso. Su corazón aún latía; él aún respiraba.
—Yo cuidaré de él —le informó una voz a sus espaldas.
Cuando Ziloe se giró un poco alarmada, reparó que quien le hablaba era Melezel, quien arrastraba una pierna y sangraba profusamente por uno de sus brazos. Estaba malherido, pero parecía que podría recuperarse. Ella rogaba que Finn también.
—Gracias —musitó y luego continuó hablándole, aunque de nuevo se había girado y acariciaba el cabello de su ángel—. Cuando se recupere, dile por qué me fui, dile que lo hice por él.
Ziloe le dejó un delicado beso en los labios y se puso de pie. Luego se dirigió velozmente al pasillo. Debía despedirse de Ana.
Cuando abrió la puerta de su habitación no la halló por ningún lado.
—Ana —la llamó con apremio. Pilly-Kabiel la estaba esperando, debía apresurarse.
—Estoy aquí —oyó en un susurro.
Cuando siguió su voz la vio hecha un ovillo detrás de un mueble alto de haya. Caminó hasta donde estaba y se acuclilló a su lado.
—Estaba dormida cuando escuché el estruendo. Me levanté para ir con ustedes, pero al llegar al pasillo uno de ellos me vio y me persiguió, corrí hacia aquí y trabé la puerta... él la golpeaba, sabía que me mataría si entraba. Me escondí en este rincón, y luego de un par de intentos la derribó. Se fue acercando con su espada desenvainada... pero cuando casi estaba sobre mí, se escuchó una orden de retirada o eso creo que fue, y él obedeciéndola se marchó. Temí tanto por mi bebé, Ziloe, y por ti, no sabía si estabas bien, yo... —concluyó ella en un nervioso llanto.
Ziloe la abrazó y la meció en sus brazos mientras le susurraba palabras de ánimo.
—Estoy bien, tú y el bebé lo están, Ana, tranquila —le pidió con suavidad, haciendo que la mirara—. Debo irme ahora... eso fue lo que prometí para que no los lastimaran. Quédate con Finn, amiga. Si puedes, ayuda a Melezel a cuidarlo. Esto no es un adiós, volveremos a vernos.
—Así será —afirmó Ana secándose las lágrimas. Se la veía más tranquila—. Cuida tu vida y decide bien. Recuerda quien eres; Ziloe es mucho más que la llave.
Ziloe le sonrió, sus ojos se aguaron. Se dieron un segundo abrazo lleno de palabras calladas.
Después salió de la habitación. En solo un minuto estuvo en el exterior, pero antes de reojo vio a Melezel subiendo con dificultad a Finn a una improvisada camilla.
Pilly-Kabiel era la única que esperaba por ella fuera de la capilla. Los demás rebeldes parecían haberse ido tras Hariel.
—Me alivia no haber entrado en batalla. Hace milenios trabajé junto a un par de ellos, de los guardianes, en la renovación del templo. Me hubiera costado asesinarlos, por eso esperé, deseando que no me necesitaran —se explicó y luego señaló con un ademán su espalda—. Súbete, mi muy traicionera y humana amiga; tu destino espera por ti. Ah, y cuando lleguemos, tengo un par de preguntas que hacerte.
—Lo sé —respondió Ziloe, y antes de aferrarse a ella agregó—. Te extrañé mucho, Pilly-Kabiel.
Sobre ella Ziloe surcó los cielos que de a poco comenzaban a aclararse, revelando la pronta salida del alba. Reposó sobre el espacio en su espalda su agotada cabeza; buscaba serenarse. Aún no había corrido un día en el reloj, desde que ellos, los caídos, descendieron para derribar las certezas que los humanos tenían, trayéndoles con esa verdad que estaba hace milenios ante sus ojos sin que pudieran verla, el terror, el dolor, la pérdida.
A Ziloe la habían obligado a despertar de un sueño perfecto, irreal, pero perfecto. Y ahora el recuerdo de quien era le palpitaba en el pecho. Un instrumento para los rebeldes, una joya preciada para los celestiales; ella no quería ser ni uno ni lo otro, solo deseaba ser ella, solo deseaba ser Ziloe.




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