CAPÍTULO 2

—Hay que robar ese —menciono.

Aunque la verdad es que no quiero robar el auto. Mi verdadera intención es llevarlo a ese lugar ciego para saber quién demonios es.

Él se acera a la ventanilla colocando las manos para ver por dentro; es ahí cuando tomo su brazo llevándolo a su espalda. Bajo lo que trae como capucha intentando tomarlo del cabello, pero su cabello esta al ras de la raíz así que no me queda de otra que estamparlo en el cristal.

—Me dices quién demonios eres en menos de un minuto o juro atravesar tu cabeza en el cristal.

—Te he salvado el culo, Rizos.

Al escuchar el estúpido apodo estampo su cara una vez más y de forma vigorosa, provocando una grieta en el vidrio.

—Crees que estoy de broma. Han asesinado a mi familia, y créeme que mis ganas de asesinar a alguien son latentes y tú estás en mi camino.

—Podemos hablar sin que mi rostro esté en un cristal. Vamos, Rizos,

Bufo. Doy otro golpe al cristal con su cara.

—Nada de apodos.

Me alejo lo suficiente para mirarlo a los ojos.

Mueve su hombro en círculo y hace una mueca.

—Eres ruda, he.

No contesto, me limito a mirarlo fijamente canalizándole en su cerebro fundido de que no estoy de broma.

Baja la tela que lleva cubriendo su boca y nariz y descubro una cicatriz que le atraviesa mitad de su rostro, va de su mentón, labios, pómulo y ceja.

Al notar que he mirado de más su cicatriz se remueve, y yo miro sus ojos, fingiendo que no pasó nada.

—Mi nombre es Rizel Vikram, soy del otro mundo. He venido por el heredero.

Analizo cada palabra y me doy cuenta que menciona el heredero. Heredero. Lo menciona en forma masculina. No hay algo que indiqué de que sepa que soy yo.

—¿Cómo conoces… —carraspeo al ver mi error, ahora—, conocías a Colín?

—Supe de su paradero cuando la guardia del reino comenzaba a hablar de que habían encontrado al hermano del rey. Pero se rumoró aún más de que el heredero había fallecido era mentira, seguía vivo y que Colín Vaziri había escapado con él…

—Me estás contando algo que no te pregunté —lo interrumpo—. Dije: ¿cómo conociste a Colín? ¿No cómo llegaste aquí?

—Si estaba vivo significaba que posiblemente era verdad lo que se decía —ruedo los ojos al ver que pasa olímpicamente de mi pregunta y sigue con su historia—. Hace unos días atrás lo encontré.

—¿Cómo?

—¿Cómo? —repita mi pregunta con confusión.

—Sí, ¿cómo lo encontraste?

Estoy a nada de irme encima de él, cuando menciona.

—Las personas que son del mundo; el mío, liberan una energía. Es como luz. Sólo es cuestión de seguirla y dar. Es como di con ustedes.

Ahora entendía porque Colín y yo teníamos que estarnos mudando.

—¿Yo suelto esa energía?

—No, no lo haces.

Frunzo el ceño.

«¿Qué?»

—¿Seguro?

—Sí, me imagino que como eres hija de él y de una mujer de este mundo, tu mundo, es que no irradias nada.

Todo encaja ahora perfectamente. Piensa que soy descendiente de Colín, por eso el mastodonte que amenazó y Colín al decirme hija, les hizo creer aquello. Cuando la verdad es que es mi tío.

—Bueno, entonces deberías irte.

—No, tú debes saber dónde está el heredero.

—Mi padre —recalco la palabra, para que quede claro—, jamás me habló de un heredero.

Doy la media vuelta y comienzo a caminar hacia la avenida.

—Espera —lo ignoro y sigo con mi camino—. Espera —vuelve a mencionar—. El rumor de que el heredero está vivo ha dado esperanza al Reino. Debo encontrarlo. Necesito de tu ayuda, tu padre sabía su paradero y sé que tú debes saber algo.

Me detengo en seco y giro, pero retrocedo al encontrarlo demasiado cerca de mí. Su altura y complexión son demasiado para mí.

—No sé nada de tu mundo, ni siquiera sé si en verdad quieres al heredero o sólo deseas matarlo como los demás. Pero yo no pienso ayudarte. Han matado a Colín. Yo no voy a ayudar a ningún Reino.

—Si te mencionó de donde proviene, debes de saber algo.

Lo ignoro una vez más y camino algunas calles más observando a mí alrededor. Noto que he llegado a una zona muy transitada. Uso eso a mi favor, para entre mezclarme entre la gente y perderle la vista a Rizel.

 Mi aspecto no debe ser la mejor, he saltado de una ventana y sobrevivido a una explosión, ni siquiera sé si mi rostro no tiene rastro de sangre.

Me acerco a una señora de una tienda móvil.

—Disculpe, ¿sabe dónde hay baños públicos?

—A dos cuadros, hija —mira mi rostro—. ¿Estás bien?