En el rostro del heredero

CAPÍTULO 4

Obsidian

El crujir de las ramas secas bajo mis pies, me mantiene alerta, el sonido constante de los insectos de igual forma. Mis ojos intentan enfocar todo aquello que tenga forma humana, no ayuda que todo esté oscuro y que las copas de los árboles, pequeñas plantas o arbustos me hagan mirar más de dos veces en su dirección para confirmar que solo sea algo inanimado, pero la pareidolia no ayuda nada. Así que le he tenido que dar todo el crédito a mis oídos para que estén alertas si hay sonidos ajenos a nuestros pasos o a los insectos.

—¿Y ahora qué? ¿A dónde vamos?

—Tenemos que salir del bosque e ir al pueblo.

—Ajá y luego.

Se detiene y como venía con la mirada agachada para mirar donde piso, me estampo con él. En la acción provoca que mi cuerpo rebote, pero me sostiene por los hombros.

—Nunca estás contenta con mis respuestas —me recrimina.

―No es que esté contenta, sino que voy a ciegas tras de ti, literalmente. Y no sé sí me vas a traicionar. Lamento que mi lado defensivo este latente —sacudo mis brazos para liberarme de él.

La poca o nula iluminación que apenas nos brinda la luna, ya que los arbole no la deja filtrar su luz, puedo observar como su iris brilla en mi dirección con algo que no reconozco, y aunque quisiera aventurarme en observar esa cicatriz que me mantiene bastante intrigada, no la puedo visualizar bien.

—No voy a traicionarte —asevera—, te he salvado la vida dos veces.

—¿Dos veces? —reclamo—. Sólo fue una y eso sin contar que es posible de que me necesites viva para llevarme ante tu rey.

No sabría decir con exactitud cuál de todas las palabras que salieron de mí fue el detonante para que el acortara la distancia de una forma tan amenazante que en segundos su rostro estaba tan peligrosamente cerca de mí, que ahora si fue posible visualizar su cicatriz.

—No es mi rey, nunca lo es y lo será. No vuelvas a decir aquello —ninguno de los dos se retiró, de alguna forma retorcida disfrutábamos eso, el encararnos y ver quién era el último en alejarse.

—Siquiera dudas en traicionarme, créeme que voy a matarte —susurro tan cerca de sus labios que me es inevitable no mirarlos.

Levanta una comisura cínico, y estúpida yo; que mis ojos se desvían aquel lugar, una vez más.

—Mi lealtad no se vende.

—¿No? —ahora es mi turno de mofarme—. ¿Acaso tu lealtad está conmigo? ¿No me venderías?

La forma en que me observa, el cómo esa nube de emociones cruza sus ojos es tan desconocido para mí que no logro descifrarlo, intento atrapar al menos alguna, pero no puedo.

—Mi lealtad está con mi reino.

—Un reino que ha quedado en cenizas. No se puede ser leal a algo que no existe.

Un sonido extraño me hace separar de él abruptamente y mirar en todas direcciones.

—Ha sido una liebre —afirma, yo aún dudosa, vuelvo a echar un vistazo a nuestro entorno para después encararlo, aunque está vez a una distancia prudente.

—Espero que la lealtad ante tu reino —menciono con desdén la última palabra―, no te lleve a la ruina.

Esta vez no me responde, sólo me da una última mirada antes de girar y volver a caminar.

No debería ser tan dura con este lugar, no debería si quiera hablar como si conociera lo sucedido, cuando sólo me lo contó Colín. Tal vez debería decir la verdad y hablar que yo soy ese heredero que tanto habla él, pero por alguna razón mi instinto me dice que no debo confiar en Rizel. Toda mi vida crecí con una persona, conviví con solo una. Y ahora está muerto, sin mencionar que el hombre de la cicatriz, lo conozco de días y no me es lo suficiente confiable para ponerme a llorar en su hombro.

Pero siendo sincera, ¿Qué es lo que planeo al estar allí? Sí, sé que debo recuperar mi reino, el lugar por el cual mis padres fueron asesinados, pero… ¿vale la pena? Nadie sabe de mi paradero, ni siquiera saben que no es un heredero masculino, sino un ella, y esa soy yo.

¿Qué es lo que hago aquí?

En el mundo donde crecí, no es el mío, pero es donde he estado los veintitrés años de mi vida. Conozco más de allá, que de aquí.

En serio, ¿qué hago aquí? Tal vez, Rizel u otro sujeto deberían ser la persona que vuelva a traer paz al reino y no yo, una desconocida. Porque sí, a pesar de ser descendiente de los reyes que fueron asesinados, soy una desconocida.

Me detengo cuando Rizel toma mi brazo. Estoy a nada de reprocharle. «¿Qué le sucede?» Cuando señala al frente y mis ojos se abren tanto que no parpadeo por vario segundos, mi boca se abre… No puedo creer esto.

Los primeros rayos del alba están manifestándose y no puedo con la belleza que la naturaleza está brindándonos. Los colores son tan celestiales que alguna vez mis ojos pudieron captar.

—Ven —me guía, y por mi embalsamiento me dejo.

Me lleva a una zona aún más alta, y me indica que puedo sentarme en la roca gigante que se encuentra en el costado.

El ser testigo de esta maravilla, me hace ver que desde que salimos, que fue cuando oscureció, y ahora ver los primeros rayos de luz, me afirma que hemos caminado por horas. Hemos descansado, no lo suficiente para dormir una siesta. Y sí me pongo a pensar ya llevo suficientes días que no duermo y no sé cómo es que aún puedo seguir caminando.



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En el texto hay: venganza, reino y poder, herederos

Editado: 20.02.2023

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