Parecía una mañana de un lunes como cualquier otra. Los rayos del sol entraban por la ventana de la habitación y el canto de las aves se escuchaba a lo lejos. El reloj marcaba las siete en punto de la mañana del día 14 de noviembre y, en cuestión de segundos, la alarma empezó a sonar con bastante intensidad, tanto, que interrumpió el profundo sueño de aquella chica. Camila, que apenas y se movía por debajo de las sábanas; estaba lista para comenzar una nueva mañana, pero este día no era como cualquier otro porque se preparaba para una jornada demasiado agotadora, sin pensar que este día cambiaría su vida por completo.
Desde muy pequeña es apasionada de las investigaciones policiacas, de los interrogatorios y de la psicología criminal. En la casa de sus padres solía investigar quién se había robado el último pan de la alacena o quién era el culpable de haber roto la ventana del comedor. Tenía alma de toda una investigadora, su mayor sueño en la vida, por lo que sus estudios universitarios fueron encaminados en criminología y criminalística. Era recién egresada de la universidad y ahora buscaba la suerte en el amargo mundo laboral.
Por las mañanas tenía una rutina especifica, la cual consistía en hacer media hora de ejercicio, bañarse, desayunar, lavarse los dientes y meditar por unos minutos, aunque pareciera increíble, tenía el tiempo suficiente para hacerlo. Algo que nunca podía faltar era admirar una foto enmarcada de sus padres y sobre todo pedirles que la protejan en todo momento. No es creyente de ninguna religión, pero sus padres se convirtieron en su mayor adoración.
Durante mucho tiempo fueron una familia feliz, recordaba a su madre como una mujer ejemplar que daba todo por sus seres queridos y a su padre, un hombre entregado en el progreso de su pequeña familia, aunque el trabajo lo consumía por completo y se ausentaba por varios días, siempre quiso lo mejor para su familia.
Salió muy temprano de su departamento con cientos de documentos y varias solicitudes de trabajo en mano. Estaba tan emocionada, su instinto le decía que era su día de suerte, tenía la esperanza de conseguir un empleo en las grandes agencias de investigación criminal o quizá en alguna comisaría de su ciudad.
Mientras caminaba por la calle con una inmensa sonrisa que recorría de oreja a oreja, pudo percatarse de distintos boletines de personas desaparecidas de tanto hombres como mujeres a lo largo de distintas zonas de la ciudad, tras mirarlos fijamente su rostro cambio de expresión, un sentimiento de incomodidad e impotencia dominaron por completo su mente y corazón.
—Es injusto vivir en estas condiciones de inseguridad todos los días y lo peor de todo es que nuestras autoridades sean tan incompetentes y no hagan nada al respecto —se dijo así misma con gran coraje.
—Sobrevivir para vivir, recuerda, sobrevivir para vivir —mencionó una anciana que pasaba por la calle y que la miraba fijamente.
—Buen día señora Landa. ¿Cómo va todo el día de hoy? ¿Qué tal van las compras? Venga, la ayudo a cruzar la calle —le decía mientras tomaba a la anciana del brazo y platicaban por un momento.
¿Quién dijo que conseguir un empleo sería fácil? Exacto, nadie. Camila tuvo que esperar largas horas para ser atendida y entrevistada en distintas agencias, en muchos de los casos fue ignorada por completo sin tener respuesta alguna, en otros fue rechazada por su nula experiencia en el área y en otras le aplicaron la famosa frase "Nosotros la llamamos". Toda la mañana y la tarde se la paso visitando distintas oficinas, el deseo por encontrar el empleo de sus sueños era bastante grande; no podía darse por vencida tan fácil.
Sin pensarlo el transcurso del día había pasado tan rápido como el destello de un rayo; ya eran altas horas de la noche y aún se encontraba en las calles de aquella ciudad sin ilusiones y con los ánimos por los suelos debido a qué no le fue tan bien como lo esperaba, pero al menos otro día se había terminado. Este era su sexto día buscando empleo sin tener éxito alguno y sus ahorros de trabajos anteriores se estaban agotando poco a poco, las deudas no podían pagarse solas.
—¿Tendré que renunciar a mis sueños? ¿Tendré que conformarme con cualquier otro trabajo? —se lamentaba y gritaba mientras miraba el cielo oscuro de la noche—. Si tan solo me dieran una oportunidad.
Posteriormente siguió caminando hacia su departamento mientras se limpiaba las lágrimas de decepción y coraje, en su rostro se notaba lo angustiada que estaba. Se detuvo un momento para revisar sus bolsos y su sorpresa fue darse cuenta de que no tenía el suficiente dinero para tomar el transporte que la llevaría a su hogar. Caminar de noche nunca es buena opción, pero en ocasiones no queda otra alternativa.
El trayecto a casa era largo, tras caminar varios minutos, decidió tomar un pequeño atajo para llegar más rápido, ya que se encontraba muy cansada y lo único que quería era despejarse un momento de todo lo que sentía. Para ello tenía que doblar hacía un callejón oscuro y solitario, se quedó inmóvil por un momento en la entrada de la calle y se puso muy nerviosa; ya que ese sitio le era familiar, pues en ese mismo lugar había ocurrido el suceso trágico que le arrebataría a sus padres para siempre. En ocasiones la vida se pone difícil y para ella lo fue cuando sus padres fueron asesinados en un presunto intento de asalto el año pasado. Tras varias declaraciones e investigaciones nunca se pudo dar con los responsables. Desde ese momento siente un vació en su interior y todos los días sueña con encontrar a la persona que le arrebato lo que más amaba en la vida.
La calle era de terracería y no había rastro de personas ni de automóviles, solo se encontraban unas lámparas que destellaban una luz amarilla brillante y el único ruido que se escuchaba era el del viento que soplaba en contra de su rostro. Lo pensó dos veces antes de internarse en ese lugar, tras varios minutos de reflexión decidió caminar por aquel lugar, no tenía otra opción.