En la boca del lobo.

Capítulo 3: Ella lo mató.

Román despertó de golpe.

Se encontraba acostado sobre su cama, con unas ojeras bastante pronunciadas y una barba desaliñada. Observaba fijamente el techo de su habitación, totalmente hipnotizado, como si tuviera el presentimiento de que algo malo estuviera ocurriendo. Después de varios minutos decidió corroborar la hora y se llevó una tremenda sorpresa al ver que eran las cuatro y media de la noche; un poco temprano para estar despierto. Al ver la pantalla se encontró con innumerables notificaciones basura, que fue eliminando poco a poco, hasta que se encontró con una llamada perdida.

—¿Omar? ¿Ahora en qué andas metido? —murmuró mientras le regresaba la llamada. Al cabo de un tiempo, todos sus intentos fueron en vano porque no consiguió respuesta.

Aquel chico se levanto de la cama y posteriormente siguió con su rutina. Tomó un baño caliente para eliminar todo rastro de sueño, preparó un café y después continúo con su vestimenta, para esta ocasión opto por utilizar unos pantalones negros y una camisa blanca. Sin creerlo, el reloj marcaba las 6:00 AM, así que en cuestión de segundos salió rápidamente hacia su trabajo. Llego al centro hospitalario de su ciudad y al entrar se colocó de inmediato su bata; en su rostro se notaba el cansancio. Tras unos minutos de papeleo se dispuso a atender a los pacientes que habían madrugado para recibir una consulta médica.

Mientras tomaba un descanso de su pesada jornada laboral recibió una llamada telefónica totalmente inesperada. En la pantalla de su celular aparecía el contacto registrado como "papá". Román con bastante extrañeza colgó la llamada sin pensarlo dos veces, pero después de un tiempo las llamadas entrantes eran insistentes.

—¿Qué demonios quieres? —replicó Román con enojo.

—Está muerto, tu hermano está muerto —sollozaba la voz que provenía del teléfono.

Román entro en shock. No podía creer lo que estaba escuchando en ese momento. No respondió absolutamente nada, ya que se encontraba inmovilizado hasta que después de un tiempo dejo caer su teléfono al suelo. Intentaba no romper en llanto, pero fue imposible, en un instante las lágrimas recorrían todo su rostro.

Tan rápido cómo pudo salió del centro de trabajo y tomó rumbo hacia una dirección bastante conocida. Manejaba a gran velocidad sin importarle si podía provocar un accidente.

Después de varios minutos de trayecto logró llegar a su destino. Se encontraba estacionado frente a un inmenso edificio de paredes de cristal. Tras unos minutos de reflexión dobló hacia un estacionamiento subterráneo.

—Muestre su identificación —mencionó un viejo guardia.

—No tengo tiempo para esto —respondió Román y posteriormente puso su mirada sobre la cámara que le apuntaba hacia el rostro—. Se qué me estás viendo. Déjame pasar.

Las compuertas del lugar se abrieron lentamente hasta que le permitieron el paso. Dicho estacionamiento parecía una cueva obscura, ya que solo contenía algunas luces amarillas que iluminaban ciertas regiones. Mientras buscaba un lugar donde estacionarse recordaba ciertos momentos que vivió en aquél lugar, por sus expresiones faciales, no eran gratos recuerdos. Hasta cierto punto sentía un poco de escalofríos regresar al sitio que juró nunca volver a pisar.

Dentro del estacionamiento subterráneo se podía observar a lo lejos  una puerta blanca; la cual estaba resguardada por dos hombres altos y delgados. Román se acercó lentamente con una sobrecarga de nervios y al llegar se detuvo sin decir ni una sola palabra. Ambos sujetos lo escanearon de pies a cabeza y tras varios minutos de espera le permitieron el acceso a la habitación.

Caminaba entre varios pasillos totalmente blancos con habitaciones que contenían puertas de color rojo. Se podía percibir el ruido de una música bastante extravagante, risas desquiciadas y predominaban bastantes voces masculinas. Román paso de largo a todas estas distracciones y entró a la habitación principal que se encontraba al fondo del pasillo. El interior asemejaba una oficina de lujo, con decoraciones exuberantes y equipos de último nivel.

—¿Qué le pasó a Omar? —dijo Román sin emitir ningún saludo anticipado.

Por un instante nadie respondió. Hasta que un señor de edad avanzada, que portaba un traje bastante elegante, se levantó de su escritorio para recibir a Román con un fuerte abrazo. Él con bastante extrañeza evadió el gesto.

—Detente papá, responde. ¿Qué le ha pasado a Omar? Todo esto es tu maldita culpa.

Su padre no respondió. Nadie lo hizo.

El silencio incómodo fue interrumpido  al escucharse una voz que provenía del fondo de la oficina.

—Todo se salió de control. Nada salió como lo esperábamos —musitó John.

Román al escuchar aquellas palabras no pudo contener el coraje que sentía en esos momentos y empujó a John con todas sus fuerzas hacia la pared.

—¿Cómo es posible que hayas dejado morir a mi hermano? Estuviste ahí, ¿quién lo mató?

John sabía perfectamente la respuesta, pero no era capaz de confesar su responsabilidad.

—¡Basta Román! Cálmate —gritó su padre.

—¿Cómo pides qué me calme? ¡Asesinaron a Omar! ¡Mataron a mi hermano! —levantó la voz—. Se nota que a ti no te importa. Nunca te hemos importado, para ti solo somos tus conejillos de indias. Solo eso somos, los que hacemos el trabajo sucio por ti.

Nuevamente un silencio se apoderó de la sala. Román cansado de discutir se dió la media vuelta bastante molesto. Sabía que solo perdía el tiempo con aquellas personas.

—Sé quién lo mató —respondió John bastante temeroso—. Es correcto. Estuve con Omar, pero todo se salió de control cuando apareció aquella chica. Es la culpable de tu sufrimiento porque... ella lo mató. Era cómplice de Nicolás Bane y ambos atentaron contra la vida de tu hermano. ¡Bastardos, no tuvieron compasión alguna! Tuve suerte al seguir con vida.

John se acababa de inventar aquel discurso, pero parecía que fue lo suficientemente creíble para Román y su padre.



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En el texto hay: asesinato, secreto, policiaco

Editado: 29.04.2024

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