En la boca del lobo.

Capítulo 4: Paranoia.

El tiempo pasa demasiado rápido como el vuelo de un halcón peregrino —el ave más veloz del planeta—. En un abrir y cerrar de ojos ya había transcurrido tres meses después de los sucesos de aquella noche, que evidentemente le dejaron un mal sabor de boca.

El sonido de una tormenta retumbaba en las ventanas de su departamento y los truenos iluminaban la oscuridad del lugar. Camila se encontraba en su cama totalmente cubierta con sus cobijas, pareciera que se escondía de algo, alrededor se encontraban cajas de chocolates vacías, rebanadas de pizza duras y platos sucios encima de los muebles.

—¡Suéltenme! ¡Déjenme ir! Yo no tengo nada, déjenme salir —empezó a gritar en medio del sueño. De un brinco terminó en el suelo provocando que despertara de su horrible pesadilla.

Sin pensarlo se incorporó rápidamente a su cama, se cubrió el cuerpo y empezó a observar cada esquina de su habitación con gran desconfianza tratando de encontrar algo. En su rostro se podía observar el miedo, su aspecto físico había cambiado, su cabello estaba totalmente enredado y maltratado, tenía puesta su pijama favorita que le había regalado su mamá el día de su cumpleaños.

Se levantó sobre su cama y se asomó por la ventana que daba directo a la calle —su departamento se encontraba en el tercer piso, así que tenía una buena vista hacia el exterior— miraba fijamente a las personas que pasaban; buscaba algún sospechoso que la estuviera vigilando. Después de varios minutos de observar a la gente caminar por las calles decidió sentarse y suspirar.

—Me estoy volviendo loca —musitó mientras le daba una mordida a una rebanada de pizza que encontró en uno de sus muebles.

Su tranquilidad fue interrumpida en cuanto empezó a sonar el timbre de su departamento con gran insistencia. ¿Quién podría ser? Camila no esperaba visitas. ¿Será la policía? O quizá ¿Sus captores la habían encontrado?
Todo este tiempo había tenido la grandiosa idea de huir a otra parte del mundo, pero la falta de recursos no se lo permitían.

El temor se apoderó de su ser, su corazón empezó a latir intensamente, sus manos sudaban y los pies le temblaban. Se fue acercando a la puerta con cautela y con un bate de béisbol en la mano por si las cosas se ponían difíciles al abrir la puerta. Quitó el seguro y poco a poco fue girando la perilla, estaba lista para soltarle un golpe a la persona que estuviera detrás de la puerta.

—Buenas tardes, señorita Camila —se escuchó entre los pasillos.

—¡Oh rayos! Buenas tardes, señora Clarita —dijo Camila mientras aventaba el bate a sus espaldas provocando un estruendoso escándalo.

—Señora Clara para ti. Solo vengo a recordarte que tienes dos meses atrasados con la renta y próximamente se tiene que liquidar este mes. No puedo seguir esperándote, ya te he dado mucho tiempo. ¿Cuándo tienes pensado pagar?

—Le prometo y le juro que esta semana me pondré al corriente con todas mis deudas. Deme un poco más de tiempo—. Suplicaba con desesperación.

—Tienes esta semana, ni un solo día más si no quiere ser desalojada —sentenció la dueña del edificio mientras se iba—. ¡Ah! y una última cosa, ¿no te has visto en un espejo? Te observas muy descuidada.

Camila cerró la puerta de un golpe mientras se sentaba en su sofá. Sus ahorros estaban agotados, el trabajo online que se había conseguido en un call center no era suficiente para seguir viviendo, era evidente que no podía seguir un día más encerrada en su departamento por temor a que alguien le hiciera daño. Así que se armó de valor, dejó el miedo a un lado, tomó un baño y se arregló por primera vez después de varios días. Se miraba fijamente en el espejo, entonces sacó un tinte para cabello del cajón y se lo colocó; poco a poco el color rubio de sus hebras se iba convirtiendo en un color rojizo como el de un rubí. Todo esto lo hacía con la única finalidad de no ser reconocida. 

Estaba lista para volver a poner un pie en la calle después de estar encerrada en su departamento por varias semanas. Se hizo una media coleta, se colocó unas gafas oscuras y se puso una gabardina color hueso que cubría todo su cuerpo hasta las rodillas; parecía una detective de películas inglesas. Posteriormente tomó las últimas solicitudes de trabajo y salió con toda la actitud en busca de nuevas oportunidades laborales. Lo único que quería era un trabajo que le permitiera subsistir.

Pasaron un par de horas y ya había entregado la mayoría de las solicitudes a distintas empresas, establecimientos y negocios de cualquier índole; desde recepcionista de hotel hasta ayudante de cocina. Parecía ser que desde aquella noche había tomado la decisión de alejarse de todo lo relacionado con investigaciones criminales, aunque ese era uno de sus mayores sueños.

El clima en la ciudad era muy frío, así que decidió hacer una pausa para pasar al local de su única amiga del barrio: la anciana Landa. Hace mucho tiempo que no la había visitado y quería ponerse al día con ella.

—Buenas tardes, señora Landa.

—Buenas tardes, señorita. ¡Qué milagro volver a verte por aquí! —decía aquella anciana mientras componía un arreglo de girasoles.

Ambas se dispusieron a darse unos minutos de descanso y comenzaron a platicar sobre temas variados, desde los acontecimientos más importantes de la colonia hasta las últimas ventas del negocio. La plática era muy amena, pero el tiempo no espera a nadie y parecía que pronto iba a oscurecer.

—Me despido señora Landa. Siempre es un gusto saludarla. Espero verla pronto y deseo que siga teniendo muchas ventas.

—Espera, un momento, aún no te vayas —decía la anciana al mismo tiempo que sacaba un bloque de volantes que tenía arrumbados.

—¿Qué es esto? ¿Cupones de descuento para un próximo ramo de flores?

—Son ofertas de trabajo cariño, sé que no has tenido buena suerte y es difícil estar en tu situación. Siempre he dicho que estos papeles son basura, pero espero que alguna sea de tu agrado. Te deseo mucha suerte.



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En el texto hay: asesinato, secreto, policiaco

Editado: 14.09.2024

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